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 Felipe Garrido LucreciaLuego alguien habló de Lucrecia Rojas, nieta de Eligio el Manco, señor de tantas y tantas tierras, aquél que aquella vez perdió la mano, cuando sometió a los cañeros alzados de San Miguel de Adentro; aquél que, dicen, mató a Lencho, pero no el día en que Lorenzo quiso llegar con Lisa a La Escondida , cuando por fin se la quitó al marido y la llevó al Puerto, sino años después, cerca de Cerritos, porque se la tenía jurada. Eligio no conoció a Lucrecia, dicen, porque fue la última de las nietas y nunca se la llevaron. Lucrecia la bella, la agraciada, la preciosa, la divina Lucrecia, la mujer más hermosa de la sierra. ¿Quien llegaba a verla, cómo podría alguna vez olvidarla? Desde niña, dicen, Fernanda, su madre, quiso protegerla; no de los otros; no de las miradas; no de los deseos; de su propia vanidad. En la finca, en las casas de los peones, en la capilla arrasó con lunas, cristales, cálices, patenas... Nunca Lucrecia pudo verse en un espejo.  |