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Verónica Murguía
Una lectura tardía
Uno de los fenómenos más detestables para un escritor profesional es el bestseller fabricado. Con fabricado quiero decir que es aquel libro que, aun si carece de virtudes literarias, será un éxito comercial debido a las estrategias mercantiles de la editorial que lo publica o la explotación de temas de actualidad.
El exponente perfecto de este fenómeno sería el Código Da Vinci, de Dan Brown, aunque hay muchos: la serie de vampiros escrita por Stephenie Meyer, las novelas light y los libros de autoayuda. Todos comparten las soluciones facilonas, la ilusoria rebeldía, el final feliz y la redacción brutal. Para estos escritores el idioma no es importante: Stephenie Meyer compara a su vampiro con un modelo de impermeables Hugo Boss. Al leer esta burrada me dije: “Si a ella le da flojera describirlo, a mí me da flojera leerla.” El tedio venció a la curiosidad y me desentendí.
Por supuesto, esta es una discusión pantanosa: el dicho “coma caca, mil millones de moscas no pueden estar equivocadas” , lo aclara de forma sucinta: la popularidad de una novela no garantiza su calidad y, si no, asómese el lector a la mesa de novedades de cualquier librería.
Cualquiera podría pensar que el desdén que suscitan estos libros se debe a la envidia, pero creo que no. Nadie que yo conozca ha dicho que Cien años de soledad no se merece los laureles que lo adornan, y es un bestseller con todas las de la ley.
Por otro lado, hay quien se abstiene de comprar un libro que vale la pena porque está de moda. Las discusiones que he sostenido con amigos por Harry Potter son la prueba. Si es vendido, es malo. Y si el libro ha desatado lamentables campañas de marketing, no habrá forma de obligar al precavido a que recapacite . La cosa empeora si el libro en cuestión tiene imitadores: ¿cómo abogar por J. K. Rowling si quien la impugna sabe de la existencia de los muchos engendros que se han publicado para atraer a los lectores que quieren leer novelas de magia?
Por supuesto, como todos, he hecho a un lado libros sólo por el hecho de que son famosos.
Hace años visité una biblioteca en Alemania para platicar con los niños que la frecuentaban. Estaban emocionadísimos con Corazón de tinta, de Cornelia Funke: habían fabricado una corona de papel maché cubierta con diamantina dorada para, cuando recibieran la visita de la autora, ¡coronarla! Quedé fascinada: compré varios libros de Funke para ver por qué tanto amor. Comencé mi lectura con una aburrida historia de dragones y seguí con otra, que sucede en Venecia y que no logró retenerme. Ya no abrí Corazón de tinta. Ahora la película está en cartelera. Hace una semana, con poco que hacer, saqué el libro del estante y lo abrí, sin esperanzas de divertirme, pero picada por una curiosidad nueva.
Sorpresa: Corazón de tinta es buenísimo. Es un libro imaginativo, bien estructurado y tiene hasta algunos guiños borgesianos.
Hay escenas en las que un novelista conoce a sus personajes, convertidos por la magia de la lectura en voz alta en seres de carne y hueso, con todos los poderes que el autor les dio. Primero, el novelista anda loco de felicidad, aunque los seres que tiene frente a él son, literalmente, lo peor que se le pudo ocurrir. El pobre es un señor mayor, pero tiene más curiosidad que miedo. Cree, en el primer momento, que podrá manipularlos, pues, ¿no salieron de su cabeza? Pero no es así: están bien escritos, por lo tanto han adquirido una perturbadora autonomía, situación a la que todos los que escribimos nos hemos enfrentado alguna vez, aunque en situaciones rutinarias, es decir, frente a una página. Si el personaje está bien hecho comenzará a hacer lo que se le dé la gana, y uno tendrá que adaptarse a la situación y cambiar el derrotero de la historia, por más que esto desfigure la trama con la que había comenzado.
Otros personajes de libros conocidos se salen de las páginas e interactúan con los protagonistas. Se dibuja el gran tema: ¿somos todos personajes de una historia, escrita por un creador distraído al que los villanos ya no temen en lo más mínimo? ¿Para qué sirven los libros? ¿Por qué leemos? ¿Cómo conviven los mundos librescos con la realidad?
El libro es precioso y lo recomiendo, aunque haya quien prefiera irse al cine a “verlo”. Hubiera sido mejor considerarlo cuando apenas se publicó en español, para leerlo sin el ruido de la película. Aunque, como dice el refrán, más vale tarde que nunca.
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