Llegó en 2002 a Guantánamo; tenía 14 años
Ampliar la imagen Imagen de archivo de un detenido en Guantánamo, sospechoso de pertenecer a Al Qaeda, que es llevado a un interrogatorio Foto: Ap
Mohammed Gharani tenía 14 años cuando fue encerrado en la base militar estadunidense de Guantánamo. Era el año 2002, cuando policías paquistaníes le entregaron a agentes de inteligencia estadunidenses, a cambio de una recompensa.
Apenas la semana pasada, el 15 de enero, sus abogados –miembros de la ONG británica Reprieve– informaron que después de siete años de vivir preso en los campos de Guantánamo, acusado de ser un “combatiente enemigo”, Gharani sería liberado sin cargos en su contra, luego que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) comprobó que el joven nacido en Chad –inmigrante en Arabia Saudita y luego en Pakistán– no fue cómplice de un acto de conspiración de Al Qaeda en Londres, en 2000, cuando tenía 11 años.
La mala fortuna no deja todavía a Gharani. La orden de este jueves del presidente Barack Obama de cerrar la cárcel que en 2005 llegó a tener unos 700 prisioneros acusados de “terrorismo”, puso en suspenso la liberación del joven, así como la de otros dos centenares de individuos que, en su mayoría, no han gozado de su derecho a ser llevados a juicio.
La información sobre las vejaciones que los “combatientes enemigos” padecieron en Guantánamo, centros oficiales de detención en Afganistán e Irak y cárceles clandestinas estadunidenses estuvo soterrada hasta 2004, cuando organizaciones defensoras de derechos humanos comenzaron a divulgar testimonios de detenidos.
Se supo entonces que a los prisioneros no sólo los dejaban en celdas a temperaturas que rozaban los 50 grados centígrados, sino que además los desnudaban y los amenazaban con ataques de perros si no confesaban su presunta participación en delitos. Circularon versiones de que a los musulmanes detenidos les daban Biblias en vez del Corán y que los militares estadunidenses escupían sobre las páginas del libro sagrado del Islam o lo destruían frente a ellos.
Los testimonios fueron cada vez más crudos, en la medida en que salieron de Guantánamo decenas de prisioneros de nacionalidad diversa, desde yemeníes y australianos, hasta británicos. Algunos cayeron en redadas en Islamabad, Bagdad o Kabul; otros en Londres o en Roma, y de ahí fueron llevados en vuelos secretos fletados por la Agencia Central de Inteligencia, vía aeropuertos españoles o británicos. Lo que casi todos tenían en común era su religión y sus aparentes vínculos con la red Al Qaeda y el Talibán afgano.
Omar Deghayes, quien fue uno de los primeros “combatientes enemigos” que agentes estadunidenses encarcelaron en Guantánamo en 2001, poco después de los atentados del 11 de septiembre, salió libre después de seis años, sin que se haya probado algo en su contra.
Su delito fue tener parecido físico con un presunto guerrillero checheno y musulmán, Abu Walid. Y por eso, Deghayes fue clasificado en la lista de los 50 “terroristas” más peligrosos del mundo. Nacido en Libia, por un tiempo residente en Gran Bretaña, fue detenido en Pakistán y trasladado secretamente a Guantánamo, donde militares estadunidenses lo dejaron tuerto.
La liberación no ha significado para algunos ex prisioneros una forma de resarcir el daño, según Lahcen Ikassrien, un marroquí preso de 2001 a 2004, quien definió en un testimonio difundido por Amnistía Internacional –reproducido en el sitio en Internet del diario español Público– que “un día en Guantánamo es como un siglo”, con torturas en cada interrogatorio.
Más grave aún es que su vida actual en España, es “como un Guantánamo diferente. No puedo trabajar, no puedo ir a ver a mi familia y no tengo a nadie aquí. Tampoco puedo salir”.