Número 148 | Jueves 6 de noviembre de 2008
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus




Yoga
Por Joaquín Hurtado

José Luis es el nombre de mi instructor de yoga. Maestro, le llamo yo. Lo digo con orgullo. Con ese orgullo que nace de las tripas que han dejado de sangrar. Algo ha hecho José Luis con mi mala sangre, revolcada por un montón de achaques y ponchaduras. José Luis es un adolescente con más de sesenta años, eterno novio de la Piaf. Mi maestro adora a la Edith porque la pájara adicta se fue joven, bien cogida y correteada, como deberíamos morir todos.

José Luis me aceptó en su curso exclusivo para damas por pura lástima, creo. Me recibió amable pero distante. Y cómo no, si llegué con cara de chinche y mirada recelosa, de gato aporreado. Yo le dije que desconfiaba de los supuestos beneficios corporales y psíquicas que mi madre y mi mujer me contaban exaltadas: ”Habías de ir, Joaquín, nomás con escuchar al maestro de la yoga, te vas a sentir muy mejorado”. Se lo dije a José Luis y él sonrió. Algo había de complicidad en su manera de mirarme.

Crucé una apuesta con los demonios de mi cuerpo, con el invicto mounstrillo de mi escepticismo. Seguro de ganar, llegué a la primera sesión con la certeza de que diez minutos serían suficientes para desengañar al mundo de los crédulos. Perdí la apuesta, hoy el yoga es otra adicción gozosa de mi cuerpo que responde a los fastos del dolor aserenado, elástico, cachondillo, contentito, como el de un bebé mimado. Aunque el cerco de mi sangre siga escupiendo pus, rabia, miedo, remordimiento, vanidad.

Rodeado de una docena de gordas, maldito entre las mujeres; ahora me doblo, me quiebro, me paro de cabeza y me contorsiono como larva maromera. Soy testimonio vivo de un fenómeno extraño y difícil de explicar. Una lenta metamorfosis operó en mis huesos, músculos, glándulas, órganos y partituras. La hemorragia intestinal ha remitido. Las colitis, gastritis, enteritis, síndromes y soponcios han mudado hacia un zoológico interior de armoniosas fieras que de manera civilizada dialogan, cantan, se reconcilian y hasta me invitan a sus orgías con harto chile.

Uno de mis mejores amigos es José Luis, mi maestro de yoga. Lo que me convenció a quedarme con él fue su desparpajo de viejo sabio, rebelde, cultor del desmadre: “mira, hombre, yo practico yoga para gozar la vida, por el placer morboso que le doy al cuerpo, lo que digan las doctrinas me tiene sin cuidado.” Vicio, pecado y yoga, la pura felicidad. Doy fe.