■ Concluyó el congreso internacional en la Universidad del Claustro de Sor Juana
Dios está vivo y actuante en todas las luchas por la justicia, dijo Samuel Ruiz
■ Para los cristianos del siglo XXI es fuente de vida y esperanza, indicó el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
■ A escala mundial se desarrolla una nueva etapa de movimientos sociales
“Dios no ha muerto, está presente, vivo y actuante” en todos los movimientos sociales contra la hegemonía imperial de Estados Unidos y la voraz economía globalizada que margina, excluye y elimina personas y pueblos; está presente en todas las luchas por la paz con justicia social, por un nuevo orden internacional en el que se respeten los derechos humanos y la dignidad, “que no puede ser otra que la dignidad de ser hijas e hijos de un Dios que quiere que en el mundo haya vida y vida en abundancia”, porque “nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos.”
Éstas son algunas de las ideas expresadas por Samuel Ruiz García, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, durante su participación en el congreso internacional ¿Es verdad que Dios ha muerto? Diálogos y reflexiones desde la filosofía, la teología y la ciencia, organizado por la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Desde el principio de su intervención, Ruiz García respondió de manera firme y categórica a “la sugerente pregunta que nos congrega: no, Dios no ha muerto, y más aún: para nosotros, las y los cristianos del siglo XXI, Dios es nuestra fuente de vida y esperanza”.
Enseguida hizo una relación de los conflictos bélicos, políticos y sociales presentes en varias partes del mundo y el papel que en ellos juega la religión: “Sigue siendo válida y actual la pregunta sobre el papel de las religiones en la génesis y en el desarrollo de la conflictividad social, así como su participación activa dentro de las agendas sociales que procuran rescatar la dignidad personal y colectiva: ¿qué hay con la importancia de las religiones en el tratamiento y en la resolución de los conflictos?”
Persecución religiosa en Chiapas
Ruiz García reconoció que “la religión es invocada para justificar guerras de invasión y exterminio, todavía en pleno siglo XXI aparecen iluminados fundamentalistas que invocan a un Dios que les ordena invadir a otros países, someter a otros pueblos, torturar y matar a quienes se opongan a esos mal llamados designios divinos.”
Se dan también los casos en que “la práctica de distintas religiones o la pertenencia a distintas iglesias es manipulada para inventar los llamados conflictos religiosos y así tratar de explicar las situaciones y la persecución a personas, familias y pueblos”, como ocurre en Chiapas.
No pocas veces, “y hay que reconocerlo con toda humildad, esos conflictos se ven acrecentandos por las diferencias o por las fallas dentro de las iglesias que trabajan en las mismas zonas pastorales.
“La intolerancia religiosa, la discriminación y la persecución también se dan dentro de las propias instancias religiosas, y esto es aprovechado por quienes quieren dividir y exterminar a las personas o comunidades que se resisten a la dominación.”
Aclaró Samuel Ruiz: “Hablo aquí de la experiencia que he vivido en mi propia Iglesia, no de otras.”
No obstante “estos lastres, viejos movimientos se reactivan y surgen otros con nuevos rasgos, con nuevas agendas, con nuevas iniciativas, con nuevos tipos de estrategias”.
Frente al frenesí bélico de Estados Unidos, frente a la voracidad de los organismos financieros internacionales y de las compañías trasnacionales, frente a la crisis alimentaria que no es otra cosa que la “especulación inmoral” con los alimentos, se desarrolla una nueva etapa a escala mundial de movimientos sociales, en la cual hay un “notable esfuerzo” por articular agendas que tienen como nuevos ejes de unidad “los derechos humanos y la paz, vinculados con la justicia y la democracia”.
Es aquí –concluyó Samuel Ruiz– “donde se insertan los viejos y los nuevos esfuerzos de las distintas religiones e iglesias en el mundo; a la predicación de sus propias doctrinas se suma ahora el trabajo por la difusión, el respeto y la promoción de los derechos humanos”.
Un ejemplo de ello en la experiencia mexicana son los pueblos indígenas: “en el fondo, detrás de la defensa de identidades, de la autonomía o derechos, lo que se ha revitalizado es la lucha por la dignidad de la persona como ser individual, único e irrepetible, y la dignidad de la persona como parte de un colectivo. Esta dignidad no puede ser otra que la dignidad de ser hijas e hijos de un Dios que quiere que en el mundo haya vida y vida en abundancia”.
El congreso internacional ¿Es verdad que Dios ha muerto?, comenzó el lunes y concluyó ayer.