Crecimiento económico: ¿es la receta?
Casi todos los economistas consideran que el crecimiento es algo bueno. ¿Realmente lo es? Hacer esta pregunta en México parece absurdo por todos los problemas que ha generado el estancamiento económico desde hace dos décadas. Sin embargo, hay bases para cuestionar la idea de que la única respuesta a los problemas es el crecimiento.
Si consideramos los dos desafíos claves de la economía global en el siglo XXI, la erradicación de la pobreza y el freno al deterioro ambiental, parece que el crecimiento económico tiene efectos encontrados. La creencia general es que la expansión económica implica reducción de la pobreza. Pero, por otra parte, el crecimiento implica un mayor impacto sobre el medio ambiente. Para los optimistas esa contradicción se resuelve fácilmente porque el crecimiento conduce a la adopción de tecnologías cada vez más eficientes y limpias. Parecería ser que el crecimiento de la economía mundial conduce a resultados positivos por los dos lados.
Eso no es evidente. Hagamos a un lado la primera falacia: que el crecimiento trae aparejada la reducción en la pobreza y una mejor tecnología que permite mayores niveles de actividad con equilibrio ambiental. Eso simple y llanamente no ha sido la experiencia de los últimos 200 años. Hay más pobreza en el mundo que hace 30 años: entre 1981 y 2001 el número de personas viviendo con menos de dos dólares diarios pasó de 2 mil 447 a 2 mil 716 millones.
Muchos estudios (incluidos algunos del Banco Mundial) se refieren a dólares de 1993 y usan una tasa de cambio nocional de poder de compra. Es decir, si consideramos la evolución del poder de compra y tasas de cambio comerciales, resulta que esos “dos dólares” se convierten en algo así como 80 centavos.
¿Qué proporción del ingreso generada por el crecimiento realmente contribuye a reducir la pobreza? Supongamos una sociedad en la que el ingreso per cápita del 10 por ciento más pobre es un dólar, mientras que el de 10 por ciento más rico es 10 dólares. Un incremento del ingreso del 10 por ciento distribuido uniformemente deja a la desigualdad sin cambio; pero ese crecimiento beneficiaría 10 veces más a los más ricos que a los pobres. A eso se le denomina en muchos organismos internacionales “crecimiento a favor de los pobres”.
Pero en el mundo real es importante saber cuánto contribuye en términos relativos el incremento total del ingreso a la reducción de la pobreza. Un estudio reciente sobre un grupo de países revela que en los de ingreso per cápita medios, aún dejando la desigualdad constante, se necesita entre 14 y 28 dólares de crecimiento del ingreso para contribuir un dólar a reducir la pobreza. Entre 1981 y 2001 el PIB mundial (a precios de 1993) creció en 19 mil millones de dólares, pero sólo el 4.2 por ciento contribuyó a la reducción de la pobreza. Y en la década de los 90, se requirieron 166 millones de dólares de crecimiento económico para contribuir un dólar a las llamadas Metas del Milenio.
Si el crecimiento del PIB no contribuye, dólar por dólar, a reducir la pobreza, ¿por qué no pensar en la distribución del ingreso? Después de todo, en la mayor parte de América Latina y África el efecto de redistribuir 1 por ciento del ingreso del 20 por ciento más rico de la población es equivalente al efecto de un ingreso per cápita de entre 8 por ciento y 25 por ciento del PIB.
Muchos economistas argumentarán que eso no es sustentable: la pobreza se reduce temporalmente, pero en unos años ese proceso puede revertirse. Eso es discutible y muchos estudios revelan que la distribución puede detonar un proceso sustentable de crecimiento. Además, es posible mantener por muchos años la tasa de crecimiento del ingreso de las capas más pobres a través de una distribución del ingreso incluso modesta.
A nivel mundial, la distribución del ingreso es una alternativa fundamental. Un estudio del Banco Mundial revela que cada mil millones de dólares de ayuda provista por el Banco Interamericano de Desarrollo entre 1997-98 contribuyó a sacar permanentemente de la pobreza (de un dólar diario) unas 434 mil personas. Si todos los países de la OCDE hubieran cumplido las metas de ayuda externa que ellos fijaron desde 1970, el planeta sería muy distinto hoy en día.
La distribución del ingreso es una herramienta clave que permite reducir la pobreza y, al mismo tiempo, abatir las tasas de deterioro ambiental. Eso permite cuestionar la noción misma de crecimiento económico. El PIB no es más que una medida de la capacidad de una economía para transformar energía y materias primas en mercancías. Pero no es, ni de lejos, una verdadera medida del bienestar humano. Hoy ese paradigma del crecimiento está siendo duramente criticado.
Si alguien duda que el crecimiento y el bienestar no son la misma cosa, que recuerde la paradoja que describió una estudiante de Columbine días después de la masacre de 1999: hoy los ricos gastan más y tienen menos, multiplican sus posesiones y reducen sus valores, compran más cosas y están más solos.