El artista en su estudio
Soy celoso de este espacio y no lo comparto, confiesa el pintor y escultor
Mi taller, instrumento básico donde se genera toda creación: Castro Leñero
“Es un espacio íntimo, personal, podría decir casi sagrado, sin fiestas ni reventones”
Ampliar la imagen Una fachada hosca oculta el refugio de Alberto Castro Leñero donde permanece más de 12 horas al día Foto: Roberto García Ortiz
El estudio o taller más importante para un artista está en su propia persona. Esto es, en su mente y sensibilidad, lo mismo que en sus habilidades físicas. Pero si puede contar con un espacio donde desarrollar sus ideas y la libertad creativa, el trabajo le resulta mucho más amable y fácil.
Tal es la concepción del pintor y escultor Alberto Castro Leñero, quien se encuentra entre los artistas que asumen su taller como “un instrumento básico” para su quehacer, ya que es el sitio donde, ni más ni menos, genera su obra, en todo sentido.
“Este espacio es para mí muy padre, porque me permite meterme en mí, reflexionar, concentrarme. Podría hacer esto en cualquier otra parte, cierto, pero este lugar me sienta muy bien, me produce gran reflexión”, asegura.
La charla con el creador, quien cuenta con 55 años y es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 1993, tiene lugar precisamente en su taller, un enorme galerón tipo fábrica ubicado en una estrecha y tranquila calle de una colonia popular al sur de la ciudad.
Por fuera la construcción es hosca e incluso intimidatoria, por el gris que predomina en su fachada y zaguán, así como por la áspera textura de sus altos muros.
Sin embargo, al cruzar el umbral, el paisaje cambia y es que en el garage –con un espacio como para dos autos pequeños– se encuentra dispersa una serie de cuatro o cinco esculturas.
Son todas de gran formato y abstractas; las hay tubulares, otras en bronce y unas más con mosaicos. Según el autor están en espera del momento y el lugar propicios para ser exhibidas.
Ya adentro del galerón, emplazado a partir de una estructura tubular en acero y canceles con vidrio, sorprende su amplitud ya que abarcan casi la totalidad de los 400 metros cuadrados del predio.
También destaca la altura, la cual rebasa los 8 metros. Es una construcción ventilada e iluminada, merced un enorme tragaluz que corre a lo largo de todo el techo. Y por la noche, la oscuridad es abatida con una serie de reflectores de luz fría.
En la entrada, después de un comedor de apariencia antigua tallado en madera, se encuentra un tapanco de siete por siete metros, suspendido en vigas de acero y enduelado su piso.
Al lado opuesto, al final del terreno, yace un pequeño jardín, bien cuidado, con enredaderas y bugambilias, además de un bien cortado césped. En esa parte es donde Castro Leñero trabaja sus esculturas de gran formato. Pueden verse dos o tres en proceso de creación, con la estructura o el esqueleto expuesto a la vista.
Trabajar en varias obras al mismo tiempo, dicho sea de paso, es un método que el artista acostumbra, y así pueden verse a lo largo del taller varias pinturas y esculturas inconclusas o en proceso de creación.
“Hay obras de arte que caen de repente y otras están en proceso, en una especie de impasse, a la espera de que llegue el momento de que las convierta en un conjunto y pueda exhibirlas”, comenta.
En ese rincón del jardín también pueden observarse sendas máquinas de soldar y cortar, una careta para protegerse el rostro, guantes de carnaza, navajas, tornillos, clavos, taladros y fragmentos y remanentes de fierro.
Recargados sobre la pared se encuentran varios troncos de árbol de formas caprichosas, merced las enredaderas secas que los cubren. Tienen en ese sitio cuando menos cuatro años, fueron un regalo de un amigo que vive en el sureste del país y sólo esperan un chispazo de inspiración del artista para ver transformada su esencia.
Aunque es el taller de un pintor, llama la atención que en éste no hay ni un sólo caballete. Ello responde a que Alberto Castro Leñero prefiere pintar con el lienzo recargado sobre la pared o bien en el piso, dado el gran formato que suele utilizar.
En una mesa de madera austera, que se encuentra en el centro del recinto, se haya casi la totalidad de pinturas, pinceles y demás sustancias que el creador ocupa de manera cotidiana. Otra parte importante se ubica casi al costado de esa mesa, en una especie de estante, también de madera.
El lugar luce limpio y ordenado, incluso esculturas pequeñas o fragmentos de éstas, tornillos, apuntes en hojas de cuaderno, recortes de fotografías y libros de arte que se hayan dispersos por todo el galerón dan la sensación de haber sido acomodados de forma deliberada.
Castro Leñero se define como una persona celosa y cuidadosa de sus espacios, en particular de su taller, cuya ubicación actual tiene no más de 12 años. Antes, comenta, ocupaba un pequeño espacio de unos 10 por 5 metros en su casa, el cual dejó a su esposa, quien también pinta.
“La verdad soy un tanto celoso de este espacio y no lo comparto. Ocasionalmente sí lo he hecho, por ejemplo con uno de mis hijos que necesitaba hacer un cuadro de gran formato y le presté el lugar unos días, me gusta tener mi propio espacio y trato de conservarlo”, señala.
Espacio sagrado
“El taller para mí es un lugar íntimo, muy personal, podría decir que casi sagrado. No acostumbro hacer fiestas ni reventones aquí, si acaso una comida cuando monto una exposición; sí tengo un pequeña cavita, pero como no bebo, casi no recurro a ella. A veces vienen a visitarme, pero este lugar es sobre todo mío. Aquí vengo a seguir cierta mecánica de trabajo, desde pensar y reflexionar hasta crear la obra en sí”.
Si bien no lo asume como un ritual, el pintor y escultor tiene el hábito de acudir a su taller de lunes a sábado y permanecer allí gran parte del día, desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, haciendo un receso para ir a comer a su casa.
Confiesa que, a veces, se toma tiempo para descansar, para lo cual habilita un sillón. Para distraerse y acompañar su quehacer acostumbra escuchar música, para la cual no tiene prejuicios, lo mismo disfruta lo clásico que el lounge, lo experimental que lo tropical. Como terapia de catarsis, el artista suele hacer “dominadas” con un balón de futbol que tiene siempre a la mano.
Nada de lo que hay en este lugar sobra, asegura Castro Leñero, quien platica que comienza a adentrarse en el universo de la fotografía.
“Todo aquí me es indispensable”, enfatiza, y ello incluye las decenas de obras que tiene ya concluidas y acomodadas en un rincón del galerón, los bocetos de otras, los cuadros de otros artistas que han llegado a él por regalo o compra, como los realizados por su mamá y su esposa.