Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de diciembre de 2007 Num: 667

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Billy Wilder: pasión
por lo grotesco

AUGUSTO ISLA

Recuerdos sobre Mandelstam
ANNA AJMÁTOVA

Después del final de
Harry Potter

VERÓNICA MURGUÍA

Estupefacto en la FIL
JORGE MOCH

Campos en la
Academia Mallarmé

EVODIO ESCALANTE

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Después del final de Harry Potter

Verónica Murguía

UN COMENTARIO ACERCA DEL DESENLACE

Para Maia y Juana Inés, que leen con pasión

–Si lo conozco, habrá arreglado las cosas de tal manera, que cuando llegue el momento de enfrentar su muerte eso significará, verdaderamente, el fin de Voldemort.

Dumbledore abrió los ojos. Snape parecía horrorizado.

–¿Lo ha mantenido vivo sólo para que muera en el momento justo?

–Que no te sorprenda, Severus. ¿Cuántos hombres y mujeres has visto morir?

–Últimamente, sólo aquellos a quienes no pude salvar –contestó Snape. Se puso de pie.

–Usted me ha usado.

–¿Qué quieres decir?

–Yo he espiado por usted, mentido por usted, me he puesto en peligro mortal por usted. Todo, se suponía, era para conservar al hijo de Lily Potter a salvo. Ahora usted me dice que lo ha criado como un cerdo para el matadero…

Harry Potter and Deathly Shallows

Este diálogo entre el benévolo Albus Dumbledore y el trágico Severus Snape ocurre en el capítulo treinta y tres del séptimo libro de la serie, Harry Potter and the Deathly Hallows. Un intercambio que habría resultado inconcebible en cualquiera de las seis entregas anteriores. Sin embargo, cuando llegamos allí, aparece ante los ojos del lector como los finales que exigía Horacio Quiroga de los buenos escritores de cuentos: sorpresivamente y, al mismo tiempo, de forma natural. Porque es natural que la gente sea contradictoria, imperfecta. Que Dumbledore no sea sólo bueno, inteligente y generoso, sino un hombre que a veces, por servir al interés superior , se aproxime a la traición. Que Snape, y ya lo sospechábamos muchos, sea, en realidad, el personaje más interesante y atractivo de la historia; un hombre lleno de secretos y pulsiones ocultas.


Ilustración tomada de: www.booksmusictoys.com

Por supuesto en la relación entre estos dos magos hay tensiones y una sorda violencia. Lo que les exige la lucha contra el Señor Oscuro es, ni más ni menos, el sacrificio absoluto de sus vidas y, a veces, de las vidas de quienes los rodean. En estas condiciones, y aunque Dumbledore esté muerto, es imposible que no se susciten amargas discusiones. Para aquellos que no conocen Hogwarts, Dumbledore se comunica con Snape a través de su retrato, colgado junto a los de los otros rectores de la escuela, en la oficina del director.

Al concluir la saga fabulosa que mantuvo en vilo a millones de lectores durante diez años, J.K. Rowling, inevitablemente, desilusionó a miles de fanáticos por su decisión de conservar vivo a Harry Potter. Algunos apostábamos por la destrucción simultánea, idea esbozada en el duelo final entre Harry y Voldemort en el libro cuarto, Harry Potter y el cáliz de fuego, en el que leímos que las varitas mágicas de los dos –veintiocho centímetros, madera de acebo y una pluma de fénix para Harry, y treinta y cuatro centímetros, madera de tejo y pluma de fénix para Voldemort– se asemejaban en potencia y cualidades. La conexión entre Voldemort y Harry, evidente en la cicatriz que le dejó cuando era un bebé, se fortalecía con el tiempo. Harry no sólo sentía la presencia del Señor Oscuro: sabía lo que deseaba y hasta compartía sus visiones.

Era lógico, como se advierte en el diálogo del epígrafe, que la muerte compartida fuera una posibilidad para Dumbledore.

Pero Harry Potter finalmente no sólo fue “el niño que vivió”. También sobrevivió a Voldemort, y se casó con Ginny Weasley, asunto del que nos enteramos en un, eso sí, muy meloso epílogo que nos muestra al radiante matrimonio diecinueve años después de la batalla final.

Tal vez el epílogo no me gustó porque J. K. Rowling, como John Le Carré, otro escritor igualmente diestro en el arduo trabajo de sostener series y también consumado pintor de atmósferas, tiene problemas para interesarnos en la vida amorosa de sus personajes. La tensión entre Harry y Cho, por ejemplo, bien dibujada en el quinto libro, decae en el sexto.

La revelación de que Ginny es su amor verdadero, en verdad, bien preparada –Harry, por ejemplo, al oler la poción Felix Felicis, que para cada persona tiene distinto aroma, la fragancia de lo que más le gusta en el mundo, inhaló algo que “le recordaba al mismo tiempo el pastel de melaza, el olor a madera del mango de una escoba, y algo floral que podía haber olido en The Burrow”, la casa de Ginny–, no es gratuita. Pero la manifestación, por fin, del tenue fantasma apenas esbozado en Harry Potter y la cámara secreta, la expresión del amor infantil que crece y se transforma, merecía, en mi opinión, más. Más tiempo juntos, más precisiones, más sentido del humor. Pero las escenas amorosas, incluso aquellas sazonadas por el miedo a la pérdida, palidecen en comparación con las que describen a Harry en compañía de Ron y Hermione.

Además, me incomodó el epílogo porque describe un mundo de “valores familiares”. La familia feliz, la sociedad armoniosa, el injusto secreto que pervive. Después de una historia en la que los héroes son marginales, como Hagrid o Remus; desclasados, como Sirius, o solitarios como Mad Eye Moody, al final nos encontramos inmersos en un escenario de tersa concordia. Y lo más injusto: el sacrificio de Snape no es reconocido, aunque sin su colaboración con Dumbledore, Voldemort habría ganado.

Si J.K. Rowling fue capaz de traer a Harry de entre los muertos, ¿por qué no rindió homenaje al personaje más heroico, más trágico, al hombre que corrió el riesgo, por el bien del mundo mágico, de engañar a Voldemort?

***

Aun así, la supervivencia de Harry me pareció justa, aunque por lo general, en los libros de fantasía, no se resucita a nadie. Una de las reglas no escritas, casi siempre acatada, es que la muerte, como en la vida real, es definitiva. Pero Harry, semejante a Ulises, logra regresar. Igual que Ulises, habló con los muertos, sorteó las emboscadas de la magia, el odio de seres más poderosos, y vivió.


Ilustración de Víctor Garrido

Para algunos críticos, este final moderadamente feliz (pues antes del epílogo se muere medio mundo, y horriblemente, además), desmiente y traiciona el tono cada vez más sombrío que las historias adquirieron mientras Harry –y Voldemort– crecían.

Escribo crecían con deliberación, pues en el primer tomo, si Harry era un niño, Voldemort era una especie de nonato monstruoso, oculto bajo el turbante maloliente que cubría siempre la cabeza del cobarde profesor Quirrell. Pero Voldemort consigue mantener vivo ese cuerpo raquítico y lo fortalece hasta convertirse en un hombre serpentino y poderoso cuyo placer es la destrucción.

¿En qué consistiría la traición a esta trama cuidadosamente urdida, cada vez, es cierto, más oscura y densa? No en llenar Harry Potter and the Deathly Hallows de soluciones facilonas o gratuitas, aunque hay detalles que revelan cierta fatiga: la repentina solidaridad del primo Dudley, quien en Harry Potter y la Orden del Fénix, después de haber sido rescatado por Harry de los dementores que ya se inclinaban sobre él para sustraerle el alma, no duda en calumniar a su primo y acusarlo de hacer magia para dañarlo. No, la traición para ciertos lectores, consistió en dejar que Harry Potter viviera.

A mí, por lo menos, no me lo pareció. Este cierre que, como digo, revela en algunas páginas un dejo de cansancio, me gustó, aunque quizás no tanto como los otros libros. Por ejemplo, me costó trabajo creer que Dudley Dursley, un adolescente que osciló siempre entre la agresividad y la inacción absoluta frente al televisor, verdugo de Harry desde la niñez, inesperadamente se preocupara por el destino de su primo, obviamente amenazado. En esta escena es Harry Potter, cuya personalidad se ha hecho cada vez más ácida, quien contesta mordazmente mientras Dudley se ensimisma en una pesada apariencia de estupidez, un poco cargada de tintas.

Pero a pesar de esto, la sabrosa sensación de que todo cae en su lugar (de nuevo cito a Quiroga) de manera sorpresiva y natural; de identificar las razones, las pequeñas señales ocultas que la autora sembró en casi cuatro mil páginas, estuvo allí durante toda la lectura. Los protagonistas descubren su pasado, sus miedos, tienen salidas de tono: los pueblos mágicos, los gigantes, los centauros, escogen de qué lado están en la batalla final. Cuando en esta acelerada carrera hacia el combate ulterior se dan algunas pausas, la pluma deliciosa, en momentos genuinamente dickensiana, de J.K. Rowling nos recuerda por qué luchan los personajes. Arthur Machen escribió, en un ensayo compacto y claro como un diamante, titulado “Los hostales de Dickens”, reflexiones acerca de los contrastes entre el frío y la oscuridad; entre el mundo y el calor de la chimenea, recreados con tanta felicidad por los escritores ingleses.

Nadie como Dickens, afirma Machen, ha descrito estos placeres: “ahí está la escenografía: niebla, bruma, oscuridad espesa o nieve en torbellinos, lluvia briosa, bestias que hacen temblar las viejas casas a las que enfrentan; ante todo esto, un refugio seguro y cómodo, el abrigo, el brillo del calor, la esquina más cómoda en la taberna –y algo para alegrarnos el corazón.” Es esa felicidad frente a la chimenea lo que aman Bilbo y Frodo, los protagonistas de El señor de los anillos, así como Lyra, la pequeña heroína de la trilogía Sus oscuros materiales de Phillip Pullman.

Así, cuando Harry trata bien a Kreacher, el elfo de la casa Black, éste depone su repugnancia y dedica sus esfuerzos a brindarle un refugio: “La cocina estaba casi irreconocible. Todas las superficies brillaban: las ollas y sartenes de cobre habían sido pulidas hasta darles un centelleo rosado, la madera de la mesa relucía, las copas y los platos, ya puestos para la cena destellaban a la luz de un fuego alegre y vivo, sobre el que burbujeaba un caldero.” En discordancia, además del frío físico, el moral: el retrato de la sociedad mágica aterrorizada, la idea del gobierno bajo un encantamiento que los obliga a obedecer a Voldemort y que da órdenes injustas, además de la desaparición del señor Ollivander, el fabricante de varitas mágicas, que en ese mundo equivale a un experto en armamento.

J.K. Rowling ya no nos oculta horrores: un cadáver se mueve gracias a una serpiente colosal que se esconde en su interior; la Resistencia dentro de Hogwarts, conformada en su mayoría por niños, es diezmada y torturada; el pasado familiar de los personajes, incluido el de Dumbledore, aparece en toda su crudeza, y Ron sospecha que Harry y Hermione ¡andan a sus espaldas!

La atmósfera claustrofóbica de la clandestinidad pone a prueba las amistades, a las familias, y obliga a los personajes a enfrentar las asperezas de trato que en circunstancias normales no tendrían importancia, pero que en medio de los peligros, la soledad y el miedo, revelan el yo recóndito de cada quien.

Hay cuestiones éticas de peso que se examinan a lo largo del libro: ¿dónde está el límite entre la lealtad familiar y la libertad individual? ¿Qué hacemos ante los errores de juicio de nuestra adolescencia?

En una de las escaramuzas iniciales, Harry se enfrenta a un conocido: Stanley Shunpike, ayudante del chofer del Knight Bus. Stanley se encuentra hechizado. Harry, aunque esa maniobra lo delata, se niega a matarlo y sólo lo desarma. Después, en un agrio diálogo con Remus Lupin, éste le recomienda contestar los hechizos mortales con otros igualmente peligrosos: “¿Así que tú crees que yo debía haber matado a Stanley Shunpike?”, pregunta Harry, furioso. Lupin contesta automáticamente que no, pero luego persiste en su consejo. “No voy a matar gente sólo porque se atraviesen en mi camino, dijo Harry. Ese es el trabajo de Voldemort.”

Es por esto, entre mil cosas más, que amo a Harry Potter. Me alegra que viva. No puedo juzgar la saga por un epílogo melcochoso de tres páginas. Además, esa vida, la de la sopa frente a la chimenea, me parece recompensa suficiente para cualquier personaje épico. Y para cualquiera de nosotros.

La vida normal es un anhelo amenazado por nuestra crueldad, por elementos naturales y gobiernos corruptos. La vida normal. Una aspiración cada vez más rara y deseada.