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MORALINEANDO (III Y ÚLTIMA)
La expectativa de ver a Martha, la protagonista de Cansada de besar sapos, ejecutando siquiera la mitad de las aventuras sexuales por las que sí pasa su compañera de trabajo, igualmente afecta a citarse con sujetos que conoció por internet, resulta no ser sino una falsa promesa, pues a cambio al público no se le da sino una sola imagen --por si fuera poco culpígena como no lo son las de la amiga-- de Martha fantaseando despertar en un lecho pletórico de hombres cuasidesnudos.
Ana Serradilla |
El escamoteo no sería tal si antes el guión no indicara que, movida por el despecho y con la participación bastante pobre y maniquea de Paquita la del Barrio, Martha decide volverse hombreriega, neologismo ilustrado escasamente a través de una secuencia de tomas y contratomas de Martha sentada en restaurantes o parques, conociendo y decepcionándose de sus múltiples citas. Hombreriega, en todo caso, la amiga a quien sí se le ve cubierta de chantillí y fresas, ataviada con cuero negro y demás parafernalias extraídas del más solemne lugar común de la supuesta osadía sexual.
En otras palabras, y en aras de cuidarle el aura de corrección moral sin que importe qué piense y qué haga, aquello que está "mal" para la protagonista, depositaria tácita y según esto natural de todas las virtudes, está "bien" para los demás. Si la amiga no para de ligar por internet y hace todos los aspavientos posibles por evitar que la descubran, eso es chistoso; si la protagonista se convierte asimismo en una ligadora computacional, eso no es chistoso sino trágico, pues llegado el momento desencadenará la última parte de una trama que así se deja conducir al más acartonado de los convencionalismos de la comedia romántica, a saber: la casi pérdida del príncipe azul que resultó no ser un sapo más, y su recuperación jubilosa.
YA ESTUVO SUAVE
A los anteriores esquematismos deben agregarse otras recurrencias, que por desgracia parecieran parte fundamental de ese cine hecho --según demasiadas voces demasiado convencidas de estar en el camino adecuado-- "para entretener", con el objetivo de ser taquillero, bueno para convencer al público de que vea cine mexicano porque sí tiene con qué
Ejemplo uno: la música aneja a esta o aquella escenas, el soundtrack, pues; Como si no hubiera ya demasiadas películas que acaban por parecer simples mecanismos visuales para vender cedés de música, Cansada de besar sapos no soslaya ni un instante la manía de endilgar por las orejas aquello que por los ojos no convence. No habían transcurrido ni siquiera treinta minutos completos de pietaje, cuando este juntapalabras ya había contado más de cinco ocasiones en las que los diálogos –que tampoco eran para echarse tanto de menos-- dejaban el campo libre para que el director, el editor y el musicalizador insertaran una secuencia videoclipera de ésas que, a la larga, tienen la malhadada capacidad de distorsionar la percepción del hecho cinematográfico y hacer que Muchagente crea, cuando no las hay, que la película es "lenta" o "plana".
Ejemplo dos: parece increíble pero Cansada de besar sapos incurre, como lo hizo La mujer de mi hermano por citar un caso reciente, y como lo han hecho tantos y tantos filmes –uno solo ya es demasiado--, en la inclusión de un personaje de reparto gay, "simpático", amigo de la protagonista, cuya participación y diálogos están pensados para puntuar en clave dizque cómica las decisiones y los actos de quienes llevan los roles principales. Si en Así del precipicio la condena moral era contra el lesbianismo, aquí es contra la homosexualidad, de la manera torcida e hipócrita que por necesidad conlleva el patiñismo al que suele reducirse una orientación sexual que --ojalá se enteraran de una maldita vez y actuaran en consecuencia es absolutamente respetable, por lo cual nadie debería sentirse autorizado a vilipendiarla haciendo caricaturizaciones tan insulsas como antipáticas. Al respecto, no se necesita ser gay para exigir respeto; habemos cantidad de heterosexuales que estamos hartos de este tipo de pensamiento retrógrada y decadente, así como de su manifestación no sólo en cualquier vertiente artística sino, sobre todo, en el desenvolvimiento de una sociedad que se cree a sí misma madura y responsable, pero no sabe aún ni se imagina el modo de trascender la muy limitada noción de tolerancia –y lo expresa pésimamente en películas como ésta--, para arribar a la deseable y real convivencia.
Encima de lo cual, todavía se sienten con los arrestos de andar por ahí moralineando.
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