Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
(h)ojeadas:
Reseña
de Homero Quezada sobre Los oficios del relámpago
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
PERSPECTIVA MEXICANA DE MAX AUB (I DE X)
En 1974 la Universidad Nacional Autónoma de México reunió, en un pequeño tomo, todos los artículos, notas y reseñas que Max Aub escribió sobre México y su literatura. El tomo se titula Ensayos mexicanos y es, para todos los que nos interesamos en la vida política, social y cultural de México, una guía iluminadora, un testimonio honesto y lúcido escrito por un español transterrado que entendía lo que veía, amaba lo que observaba y vivía, minuto a minuto, la vida del país que lo había recibido con los brazos abiertos, había propiciado la continuación de su obra y le había entregado panoramas de sorprendente variedad, amigos entrañables, contradicciones dolorosas y una magia inagotable y capaz de vencer a la vida áspera del exiliado y de darle constantes motivos de goce y de deslumbramiento. Porque Max Aub gozó su tiempo mexicano y, muy pronto, se involucró en las cosas del país y dio sus opiniones honestas, inteligentes, siempre bien intencionadas y sinceras sobre los temas más diversos, desde la crítica literaria, pasando por el análisis político, hasta llegar a los terrenos fundamentales de la cultura popular. El 21 de marzo de 1948 publicó, en El Nacional, un artículo que inauguró en México el género del comentario intelectual, nunca pedante, siempre fresco, admirativo y espontáneo, sobre los temas esenciales de la cultura popular. El artículo, cachondo en el sentido mexicano de la palabra, se titula: "Elogio de Tongolele". ¿Quién fue Tongolele? Dejemos que el mismo Max nos lo diga: "Dicen por ahí, porque sí, repitiendo ecos, que la joven bailarina ni eso es siquiera. Hablan de engaño, de propaganda. Creen que el público es tonto. Y no. La gente va a ver a Tongolele porque es lo más auténtico que ha pisado tablas por los teatros de los buenos barrios." Me figuro que Max se limpió las gruesas gafas, abrió tamaños ojos y se dispuso a admirar lo que admiraba el pueblo de la ciudad en que vivía. Así describe al pequeño terremoto bailarín: "Muy corta, muy pequeña, muy poca cosa. Pero en su pequeñez, en su reducido terreno, en su tamaño, reúne las más altas curvas de lo excelente. Tiene clase y baila un baile tan antiguo como el hombre: el que remeda la rotación de la tierra, el baile de la semilla, el baile del vientre, el baile de la gravitación interna."
Max asistía a los espectáculos populares y encontraba en ellos los signos de una identidad cultural misteriosa, contradictoria y conflictiva. Sabía que la distinción entre cultura académica y cultura popular era falsa, estéril y empobrecedora. Ambas culturas, ambas cosmovisiones están unidas –o deben estarlo–, y entre ellas se establece un constante juego de interinfluencias e interconexiones. ¿Qué sería de la cultura académica sin las aportaciones de lo popular? Sin duda que se convertiría en un bello árbol seco creciendo en un invernadero. Y digo esto con perdón de Villiers de L'isle Adam, Arnold, Pater, Swinburne y todos los santos y formidables esteticistas. Carlos Monsiváis y sus alumnos le deben mucho al Max articulista sobre temas de cultura popular y moral social. Max fue el primero que, sin respingar la nariz ni adoptar la actitud de entomólogo característica de los ingleses, norteamericanos y franceses que se acercan a los fenómenos humanos de Iberoamérica, se aproximó y gozó las manifestaciones de la cultura popular. Para él la cultura era todo el entorno histórico-genético y no, sólo, el resguardado territorio de las bibliotecas.
(Continuará)
[email protected]
|