Mentiras transparentes
Felipe Garrido
VILMA
Vilma tiene unos hermosos aretes de oro, un collar de oro que le trepa codicioso, compasivo y cómplice por el cuello, un diente de oro que sabe lucir. Detrás de los anteojos claros, montura de oro, los ojos se le contraen en un gesto de furia.
-Lo detesto, licenciado; un hombre duro, tajante, áspero, siempre de mal humor... una mierda, con su perdón, usted me conoce, a mí no me gustan esas palabras... no sé por qué se lo digo, no debería decir estas cosas, el tiempo es oro, por nada del mundo quisiera quitarle un minuto, yo sé lo ocupado que está, treinta y ocho años, y los cinco del noviazgo, todo se lo he dado, mi compañía, Vilma en la cocina, atendiendo a sus amistades, siempre cumpliéndole los antojos, dos hijos como soles, uno tenista, Vilma con la servidumbre, no se imagina, y no dejarme salir en el Audi, ya ve...
Vilma es esbelta, camina vigorosamente, se vuelve a medias para despedirse. El chofer la espera, la puerta del Lincoln abierta.
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