Alerta a profesoras y profesores
El lenguaje en las aulas mantiene invisibles a las mujeres
* Empecemos por evitar usar el masculino al referirnos a nosotras mismas
* El uso de la @ no soluciona el problema a nivel oral y menos el ideológico
Martha Gutiérrez Alvarez

La educación formal es una de las herramientas fundamentales para reproducir o corregir las desigualdades, por ello el aula constituye el espacio donde se aprenden, perpetúan o transforman las relaciones sociales entre los hombres y las mujeres. En el proceso educativo el lenguaje desempeña un papel fundamental en la apropiación del mundo. Es a través de este último que creamos o negamos real o simbólicamente las cosas y las personas. Además, por ser el lenguaje una construcción social e histórica que influye en nuestra percepción de la realidad, cuando una persona habla se expresa tal como piensa.

Las normas gramaticales de nuestro idioma, al utilizar el masculino como genérico referencial para los dos sexos, han borrado la presencia de lo femenino, disimulándolo y ocultándolo bajo lo masculino, es decir, la fuerza del lenguaje expresa la sociedad y también la condiciona, limitando o promoviendo formas de pensar, actuar e interpretar la realidad.

Pese a que las mujeres nos hemos insertado en el mercado de trabajo, en gran medida gracias a la conquista de un mayor número de pupitres en los centros educativos de educación media y superior, no hemos logrado una visibilidad total en el lenguaje. Los rasgos sexistas del lenguaje, es decir, todas aquellas expresiones del lenguaje y la comunicación humana que invisibilizan a las mujeres, las subordinan, o incluso, las humillan y estereotipan, no se adecuan a la realidad social, que exige la equidad para ambos sexos y el reconocimiento de lo que las mujeres somos, hacemos y podemos aspirar.

A lo largo del proceso de aprendizaje, las palabras, ejemplos y actitudes de quienes participan en él nos ofrecen diferentes roles sociales y funciones laborales que pueden guiar nuestro futuro, lo cual no significa que se haga en igualdad o equidad de oportunidades para ambos sexos. La utilización del lenguaje influye en las oportunidades educativas que brinda el profesorado al alumnado, afecta la relación entre ambos y fomenta o resta oportunidades. La fuerza de las palabras es poderosa, lo que se diga, cómo y cuándo se diga, puede llegar a afectar al mundo mental y afectivo del alumno o alumna.

Basta reflexionar un poco acerca de la forma como el personal docente se dirige a su alumnado: comúnmente emplea un lenguaje que nombra más a los estudiantes varones y en menor medida a las mujeres. De igual manera sucede con las imágenes de los libros de texto, manuales y otro tipo de material didáctico, en donde impera una iconografía masculina. Inclusive en carreras donde predominan las mujeres, la actitud que prevalece, aunque sea de manera atenuada, es la de otorgar más relevancia a los varones, lo cual los prepara a ocupar puestos de más responsabilidad y estatus.

Sin importar muchas veces quién lo hace, sea un profesor o una profesora, ya en el salón de clase suele suceder, aunque la mayoría sean mujeres, que los adjetivos adoptan el género masculino. Inclusive el lenguaje empleado para abordar los contenidos programáticos, las actividades sugeridas y hasta los valores, hábitos y destrezas que se trasmiten a través del “currículo oculto” en el aula, no incluyen siempre a las mujeres.

Pese a que ahora se habla de alumnos y alumnas en los discursos políticos, la categoría de género no traspasa al lenguaje escolar, que nos sigue negando la visibilidad a las mujeres. Aunque los títulos profesionales incluyen ya la diferencia de género, el lenguaje pronunciado por el profesorado dentro de las aulas sigue omitiendo a la mujer. En este sentido me pregunto ¿cómo identificarse con una profesión si se habla de ella en masculino? ¿cómo imaginarse que se puede aspirar a una ocupación si desde el salón de clase siempre se utilizan ejemplos en donde el o la docente excluye la participación femenina en ella? En ocasiones se justifica la omisión argumentando que así se ahorra tiempo, trabajo, letras y espacios; en otras, al escribir se emplea la @, aunque esto no solucione el problema a nivel oral y menos el ideológico que subyace.

Incorporar el enfoque de género en nuestro idioma no se debe limitar al uso de los artículos "los" y "las" en el lenguaje, sino ir más allá con el empleo de los verbos de acción como trabajar, leer, organizar, mandar, etcétera, tanto para el colectivo masculino como femenino, y evitar los que denotan pasividad o tareas "feminizadas" como sonreír, lavar, acariciar, llorar, etcétera, sólo para las mujeres. De igual manera, incluir ejemplos gramaticales, como adjetivos, que abarquen todas las áreas del saber sin importar si tradicionalmente han sido para mujeres o para hombres. Finalmente, si se desconoce el género del sujeto, se pueden alternar barras o paréntesis, procurando que su uso no sea excesivo.

Resulta por demás evidente la existencia de jefas, contadoras, administradoras, gerentas, interventoras, notarias, juezas, médicas, científicas, escritoras, políticas, embajadoras, gobernadoras, secretarias de Estado, directoras de orquesta, senadoras, etcétera, y no sólo: “El cuerpo del hombre", "El trabajo del hombre", "Los derechos del hombre". Por eso, como un buen comienzo para trabajar el lenguaje de género en el aula, podemos empezar por evitar que nosotras las mujeres usemos el masculino, tanto los singulares como los plurales, cuando hablamos refiriéndonos a nosotras mismas. Evitar también el uso exclusivo del femenino para las profesiones relacionadas tradicionalmente con ese "rol femenino". Mostrar que las mujeres tenemos las mismas posibilidades de elección que los varones y no estereotipar las imágenes de niñas, muchachas o mujeres adultas o mayores en actividades, profesiones, deportes, con uso de material, herramienta, equipo o juguetes, relacionados en exclusiva con el ámbito doméstico, sino también con instrumentos o juguetes más creativos e ingeniosos. Es necesario también promover la imaginación y la sensibilidad en ambos sexos y presentarlos en actividades o habilidades equivalentes.

Los recursos didácticos empleados en el aula deberán ofrecer modelos positivos de mujeres ejerciendo puestos de responsabilidad: ingenieras, abogadas, directoras de empresas, diputadas, gerentas, etcétera, para contrarrestar los lugares comunes existentes. En todo caso, hay que cuidar que las figuras que representan alguna autoridad directiva, profesional o política, no sean siempre masculinas, sino que reflejen un equilibrio entre ambos sexos.

Es importante que el alumnado, en su proceso de aprendizaje, encuentre ejemplos y ejercicios en sus asignaturas que incluyan sujetos femeninos y masculinos. Y sobre todo no utilizar el genérico masculino como englobador de los dos sexos, porque con ello se sigue ocultando a las mujeres del lenguaje expreso y simbólico. Promover la utilización de ejemplos en donde aparezcan mujeres y niñas no tradicionales, resolviendo cuestiones importantes o en actitudes no pasivas. Las ilustraciones del cuerpo humano y su evolución deben incluir imágenes de cuerpos femeninos y masculinos. Cuando se trate de instrucciones para la resolución de ejercicios o exámenes, es preferible redactar directamente la acción: lee, escribe, reflexiona, etcétera, sin dirigirse solamente a un género.

Recordemos que con el lenguaje oral y escrito también se hace la equidad de género, no se trata de referirse exclusivamente a uno de los sexos sino de advertir que este mundo está formado por hombres y mujeres.

Vale la pena reflexionar en que las mujeres sí hemos dejado constancia de nuestra presencia y nuestros actos en el mundo. Si se quiere transformar la cultura y promover que deje de ser sexista; dejemos de reproducir “mujeres invisibles” dentro del aula, y que éste sea un espacio que incorpore formas de representación incluyentes mediante los distintos lenguajes.


La autora es pedagoga, sexóloga y especialista en Educación Alternativa.
Correo electrónico: [email protected]
Fuentes de Información:
1. Red de Desarrollo Sostenible de Nicaragua - RDS Nicaragua. Guía "on line" para un uso no sexista del lenguaje.
2. Federación de Mujeres Progresistas. Guía sobre lenguaje sexista.
3. Ayala, Marta Concepción, Susana Guerrero y Antonia M. Medina. Manual del Lenguaje Administrativo no sexista. Editado por Área de la Mujer-Ayuntamiento de Málaga/ Asociación de Estudios Históricos sobre la Mujer de la Universidad de Málaga.

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