Concluyó entre discursos triunfantes, ira y tristeza la convención obrera en Chicago
La ruptura en la AFL-CIO, cuestión de egos, no de ideologías: sindicalistas
Chicago, 28 de julio. En esta ciudad, cuna de algunas de las luchas determinantes del movimiento obrero, bajo la vista de los mártires de Chicago, concluyó lo que comenzó como una celebración de 50 años de unidad de la AFL-CIO, y acabó como la mayor ruptura sindical en 70 años, con tonos triunfantes de la ahora fracturada cúpula sindical, y con ira y tristeza entre los sindicalistas.
Pero entre ellos los más sabios advierten que la pugna de esta semana entre la cúpula representa una crisis para las instituciones sindicales, aunque no necesariamente una crisis para el movimiento obrero estadunidense que hoy enfrenta los mismos desafíos que antes de esta disputa.
Aquí hay una pelea de liderazgo, pero no en torno a principios ni objetivos, tampoco es de carácter ideológico, coinciden veteranos de la lucha sindical. La ruptura, comentan, aunque disfrazada de justificaciones de "diferencias profundas sobre el futuro del sindicalismo", no fue más que una disputa entre la dirigencia, en su mayoría hombres blancos, y la expresión de sus ambiciones y prioridades personales.
Así, el sindicalismo estadunidense, con o sin divisiones, enfrenta el mismo panorama de siempre en las calles, sitios de trabajo y comunidades quizás en su momento más débil y vulnerable en un siglo, y justo a eso regresarán todos los delegados después de este espectáculo. Las filas sindicales -las bases del movimiento- pagarán los costos de esta división, pero no necesariamente cambiará sus luchas cotidianas en un país que está aplicando las políticas neoliberales de manera desatada y sin freno.
Ron Blackwell, economista en jefe de la AFL-CIO y veterano estratega y analista sindical, dibujó las dimensiones generales de la lucha entre trabajadores y capital en esta coyuntura: "Estados Unidos es el país más rico en la historia del mundo, pero también es un país donde cada vez es más difícil ganarse la vida para un trabajador; la tasa salarial se ha estancado durante una década, y ahora existen los niveles de desigualdad más marcados de cualquier país desarrollado".
En entrevista con La Jornada, al concluir la convención de la central obrera, Blakwell añade: "hay un grave desequilibrio de poder entre trabajadores y patrones". Un objetivo urgente, por lo tanto, es que "los trabajadores cambien este desequilibrio, no sólo crear la riqueza, sino lograr asegurar la distribución de ésta, pero no pueden hacer esto sin la organización de más agremiados, y esa es la prioridad más inmediata, fortalecer a los sindicatos con más agremiados. Sin embargo, eso no es suficiente. Tienen que enfrentar el ámbito político y de políticas, el neoliberalismo, que está debilitando a los trabajadores y los sindicatos".
Para lograr eso, dice, se debe promover una visión de los trabajadores estadunidenses, "de representar una identidad y los intereses de trabajadores", y no sólo invitar a los trabajadores a defender sus intereses, sino también sus causas ante líderes y políticos, sobre demandas por las que vale la pena luchar.
El mundo sindical estadunidense, comenta Blackwell, "sufre de una paradoja de poder. En términos absolutos -número de agremiados (16 millones), recursos financieros y estructuras- es uno de los más poderosos del mundo. Pero en términos relativos, por el desequilibrio de poder, es uno de los más débiles".
Frente a esto, el reto ahora es "cómo cambiar y poder desplegar efectivamente esos recursos para enfrentar el orden neoliberal". Eso es, señala, convertirlo en un "movimiento" que lucha por las causas del pueblo y, dentro del contexto estadunidense, advierte, "no hay otra organización social que tenga el poder para lograrlo". Señala que "el terreno es fértil, se requiere de imaginación y valentía para hacerlo".
Blackwell afirma que "la esperanza, en todo ello está en los trabajadores". Apunta que el reto del sindicalismo es "convencer a los trabajadores de que el movimiento sindical es su canal para expresar, defender y luchar por sus intereses y sus causas". Concluyó que "mi esperanza son los trabajadores, lo que tenemos que hacer (como movimiento sindical) es ofrecerles esperanza a ellos".
Frente a esos retos, coinciden muchos sindicalistas, ni los líderes actuales de esta central ni los "disidentes" ofrecen respuestas reales, ni diferentes. "Ni trabajadores ni bases sindicales participan en esta disputa y, a fin de cuentas, este movimiento sindical les pertenece a ellos", señaló Rose Ann DeMoro, líder de la Asociación de Enfermeras de California. "Tampoco hay una disputa ideológica real", agregó, y las propuestas y pronunciamientos de los líderes de ambas agrupaciones no ofrecen soluciones reales para resolver la crisis sindical ni los problemas reales enfrentados por los trabajadores en sus vidas cotidianas.
Aunque ambos lados expresaron abiertamente su desprecio y repudio del otro, y ambos estarán disputando el cada vez más reducido poder del movimiento institucional sindical, la ira y tristeza expresada por veteranos sindicalistas y representantes de secciones y centrales obreras locales por la tragedia de una ruptura provocada por egos y ambiciones, y no por una disputa fundamental. En reuniones informales, en las cantinas (donde hubo un gran negocio), en los alrededores de los hoteles donde estaban alojados delegados y líderes de ambos lados de la ruptura, una y otra vez se escuchaban estas críticas.
Blackwell señaló que en el fondo "no hay ningún desacuerdo real, sino más bien de cómo proceder y quién debe dirigir; no hay diferencias significativas en asuntos de organización y estrategias. La diferencia real no reconocida abiertamente es sobre liderazgo, no es ideológico, es organizativo. Hay diferencias en estrategias, pero esas no definen la ruptura".
Por lo tanto, la crisis es de la institución, no del movimiento laboral, o sea es sobre quién controlará el movimiento institucional. La crisis del movimiento laboral es la desaparición de empleos industriales, la salud, las privatizaciones, la anulación de conquistas laborales sobre pensiones y seguridad en el empleo, la ofensiva antisindical de empresas como Wal Mart, el debilitamiento o ausencia de derechos laborales fundamentales incluyendo el derecho mismo de sindicalización, y las consecuencias de la globalización empresarial acompañada por las políticas neoliberales. Una disputa entre la cúpula sindical no responde ni resuelve nada de esto, y tampoco se trata de ello.
Una vez más, en una crisis, es el pueblo, y los trabajadores en particular, quienes pagan los costos de un liderazgo que obra por intereses propios a nombre de todos.
Tal vez aquí, dicen algunos, nace algo nuevo, pero no desde la AFL-CIO ni la nueva coalición de sindicatos nacionales "disidentes", sino de otro espacio que esta pugna podría generar para nuevas voces entre las bases.
En esta ciudad, donde los mártires de Chicago murieron en 1886 por defender sus compañeros trabajadores, donde en 1894 se realizó la famosa huelga Pullman encabezada por el gran Eugene Debs que fue apoyada a nivel nacional por los trabajadores, donde los Trabajadores Industriales del Mundo (el IWW), el gran sueño de un solo gremio mundial de los anarcosindicalistas realizaron su primera convención, donde fue enterrado su gran líder Joe Hill, podría ser el punto de renacimiento de un verdadero movimiento obrero organizado, brotando del principio de la solidaridad y la demanda universal por la dignidad humana.
Mientras tanto, el blues de Chicago acompaña la tristeza e ira de los verdaderos sindicalistas que ahora regresan a las diversas esquinas de este país para ayudar a definir el futuro del movimiento social organizado más importante de Estados Unidos. Sus triunfos y derrotas dentro del superpoder tendrán efectos por todo el mundo.