Usted está aquí: lunes 21 de febrero de 2005 Deportes Alegres y repetidoras, las reses de San Marcos estuvieron por encima de los toreros

Mario Zulaica y su segundo toro desaparecieron en el polvo dorado de la Plaza Muerta

Alegres y repetidoras, las reses de San Marcos estuvieron por encima de los toreros

Antonio Urrutia recibió un golpazo al descabellar

Menos de 2 mil espectadores

LUMBRERA CHICO

Cuando saltó al ruedo el sexto y último novillo de la tarde, el viento levantó cortinas de arena que borraron la imagen del potosino Mario Zulaica y del negro animal que correteaba en pos de su capote. Eran siluetas de polvo amarillo moviendo el ombligo, sonando el pandero, danzando como odaliscas en el desierto. Fuera de eso, en términos de satisfacción estética, nada hubo durante la decimoséptima pachanga de la temporada alta en Plaza Muerta (antes México), donde el veterano Antonio Urrutia se llevó un golpazo que le impidió matar a su segundo enemigo y el español Domingo López Chávez entusiasmó a los villamelones con sus trucos sin arte.

Por su respectiva parte, las reses de la ganadería jalisciense de San Marcos en general cumplieron con alegría pero sin fuerza en la suerte de varas y varias resultaron dóciles y repetidoras al jugar con las muletas en el tercio final, si bien la que mandó a Urrutia a la enfermería cambió de lidia más de una vez, para terminar francamente masurroneando ante a la puerta de toriles. Pero como dijo alguien, ¡al toro, al toro!

Abrió plaza Caballero, un cárdeno bragado y cornicorto, de dizque 472 kilos, para la confirmación de alternativa de Zulaica, quien tuvo como padrino al empeñoso pero desafortunado Urrutia. Güero de rancho como es, alto y de percha atlética, el potosino quedó sorprendido ante la fijeza y el celo de su enemigo, que le repitió 100 veces ligándose él solo en rápidos trapazos por el lado derecho, mientras el público bostezaba por la monotonía y falta de emoción del espectáculo.

Después de negarse a probar al bombón por el pitón izquierdo, Zulaica lo mató de un bajonazo y en decisión que esta crónica no puede valorar porque no vio al rumiante bajo el peto del picador, el juez Ricardo Balderas ordenó el arrastre lento para los despojos de Caballero. Dos horas después, al enfrentarse con Galán, negro bragado y cómodo de cabeza, de dizque 488, Zulaica desapareció tras las cortinas de arena del ventarrón y cuando el polvo se aplacó estaba otra vez pegando pases en redondo, con la muleta en la derecha, a otro burel que le iba y le iba y le iba, sin que el diestro conmoviera a nadie.

Entre el aperitivo y el postre servidos por Zulaica, Antonio Urrutia y Domingo López protagonizaron un duelo con el involuntario propósito de mostrar quién de los dos es más corriente. Con Buen Mozo, cárdeno nevado y descarado de pitones, y de dizque 489, que recibió siete varas leoninas en dos choques con el caballo, Urrutia invirtió en su muleta sentimientos cargados de hondura que, dada su escasa técnica, asumieron la otra cara de la ratonería: la que aspira a la elegancia pero se reduce al efectismo.

En el extremo opuesto de la falta de clase, López Chávez recibió de hinojos, tomando el capote con una mano, a Don Juan, negro sardo de dizque 485, y le pegó tres cambiados que exaltaron a la clientela. El bicho no peleó con el caballo y se quedó corto de castigo, por lo que en el segundo tercio desquició a los banderilleros. Después de darle una primera tanda de muleta con la derecha, el ibérico intentó un desplante y el toro lo envió al cielo y al suelo, exigiendo un poco más de seriedad. Luego se aburrió de pasar alrededor del torero que, al final de cada serie, se arrodillaba y hacía trucos aldeanos para la villamelonería, que estaba feliz y pedía orejas. Pero el muchacho falló con la espada y salió, como de paseo, a recorrer el redondel entre aplausos.

Carita, negro bragado de dizque 480, salió suelto y distraído, como queriéndose ir, pero se revolvió alegremente bajo el peto. ¿Era bravo o no? Jamás se supo. En el segundo tercio se volvió gazapón y les ponía emboscadas a los banderilleros. Y en el tercio final primero rompió embistiendo por el lado derecho, luego se rajó de plano y terminó ante la puerta de toriles donde Urrutia le hizo la arrucina y el kikirikí sin éxito, lo pinchó dos veces, oyó un aviso y al tratar de descabellarlo fue empitonado, cayó de espaldas secamente sobre la arena y ya no se pudo levantar.

Conquistador, cárdeno bragado de dizque 474 y quinto de la tarde, permitió a López Chávez iniciar la faena de rodillas, pegar derechazos en redondo pero sin mandar, intercalar vitolinas y desdenes entre tanda y tanda, hacernos pensar que creaba cuando en realidad era todo una impostura. Y cuando pinchó y mató de sartenazo, la villamelonería seguía aplaudiendo a rabiar, pero como en la plaza no había 2 mil personas siquiera, hombre, nadie se enteró.

 
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