Mileva Maric, la otra cara de Einstein -- Le impuso a su esposa, por escrito, reglas de conducta
violentas y autoritarias
Este
2005 se ha declarado Año Einstein ya que se cumple el centenario
de la publicación de la teoría de la relatividad, por
lo que vida y obra de Albert Einstein serán centro de atención
durante doce meses en los que seguramente saldrán a la luz los
claroscuros de esa personalidad, símbolo por excelencia del genio
distraído en aras del conocimiento profundo. Sin embargo es difícil
que se muestre que detrás del genio simpático y despreocupado
de melena blanca y crespa habitaba un misógino que en el fondo
menospreciaba a las mujeres, y más bien las prefería lerdas.
Bertrand Rusell lo definió como “alguien a quien los asuntos
personales no ocuparon gran cosa en su mente”… pero alguien
tenía que hacerlo y para ello descargaba la responsabilidad del
hogar y del cuidado de los hijos en la esposa en turno. Mileva Maric y Albert Einstein se conocieron en 1896 en el Instituto Politécnico Federal de Zurich estudiando la carrera de física. Ella era la única mujer inscrita en matemáticas y fue la primera mujer que se licenció en física. Si bien los biógrafos del genio coinciden en que “los dos eran bastante feos”, Mileva reúne más defectos al decir de ellos: no sólo cojeaba a causa de una coxalgia congénita (artritis muy dolorosa), sino además era taciturna y ¡cuatro años mayor que él! La madre de Einstein, una alemana misógina y xenófoba, no vio nunca con buenos ojos a la serbia: “Ella es un libro, igual que tú..., pero tú deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será una vieja bruja”. Como sea, la pareja se flechó porque hablaban el mismo lenguaje: ella le dio clases de matemáticas, que nunca fueron el fuerte de Eisntein, preparaban juntos sus exámenes y compartían el interés por la ciencia y la música. El le escribe en 1900: “Estoy solo con todo el mundo, salvo contigo. Qué feliz soy por haberte encontrado a ti, a alguien igual a mí en todos los aspectos, tan fuerte y autónoma como yo”. Existen varias cartas del noviazgo en las que Einstein debate con ella sus ideas de la relatividad e inclusive se refiere a “nuestra teoría” y le da trato de colega. A partir de estas evidencias , el investigador E. H. Walker concluyó que las ideas fundamentales de la teoría de la relatividad fueron de Mileva Maric. A principo del matrimonio ella continuó escribiendo artículos teóricos; sin embargo, dado que uno de los dos hijos que concibieron padecía retraso mental, esto seguramente exigió más cuidados… de ella. Así que él consiguió un puesto académico y tuvo el tiempo para concluir sus estudios y desde luego para desarrollar la teoría arrogándose todo el crédito. El solo hecho de sugerir un plagio o que el cerebro privilegiado masculino de Einstein no sea tal, sigue desatando polémica en la sociedad científica . John Stachel, por ejemplo, replicó de inmediato a Walker: “Si bien es encomiable rescatar la figura de Mileva de la oscuridad, la historia de Einstein explotando a su esposa y robando sus ideas suena más a película de Hollywood que a una evaluación seria de las evidencias”. Walker volvió a la carga citando a un físico ruso que en los años 60 vio los manuscritos de 1905, los cuales estaban firmados Einstein-Mariti (Maric en húngaro), pero los originales no han aparecido. Finalmente, los defensores de Einstein cuestionan aún hoy: “¿y por qué Mileva nunca reclamó la autoría?”, mismo argumento que se esgrime para dudar de la víctima cuando denuncia una violación años después. ¿Cómo rescatar aquellas
largas conversaciones en que dos inteligencias brillantes fueron conformando
la teoría a partir de un acertijo? ¿Aparecerán
algún día papeles que confirmen que una mujer fue capaz
de pensar y estructurar algo tan complejo como esa teoría? ¿Será
verdad que existen pruebas de que Einstein destruyó las cartas
que hubieran podido probar la autoría de Mileva en la teoría
de la relatividad? Al paso del tiempo la relación se tornó disfuncional. Ella ya no le resultaba divertida ni le aportaba nuevas ideas ni conocimientos. Las “reglas de conducta” que Albert Einstein le impuso por escrito son una cruda muestra de su autoritarismo y, a su vez, de la violencia sorda y sicológica que ejerció contra su esposa: “A. Te encargarás de que: 1. mi ropa esté en orden, 2. que se me sirvan tres comidas regulares al día en mi habitación, 3. que mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y que mi escritorio no sea tocado por nadie, excepto yo. B. Renunciarás a tus relaciones personales conmigo, excepto cuando éstas se requieran por apariencias sociales. En especial no solicitarás que: 1. me siente junto a ti en casa, 2. que salga o viaje contigo. C. Prometerás explícitamente observar los siguientes puntos cuanto estés en contacto conmigo: 1. no deberás esperar ninguna muestra de afecto mía ni me reprocharás por ello, 2. deberás responder de inmediato cuando te hable, 3. deberás abandonar de inmediato el dormitorio o el estudio y sin protestar cuanto te lo diga. D. Prometerás no denigrarme a los ojos de los niños, ya sea de palabra o de hecho.” Einstein volvió a casarse en 1915 con la prima de Mileva, Elsa, quien también era separada y con dos hijas. Un año después dio a conocer su teoría general de la relatividad durante un periodo pleno de vivacidad y alegría. ¿Y quién no estaría contento y productivo, si Elsa le organizó el hogar para su trabajo de investigación, obedecía todas sus órdenes como restringirle el número de visitantes que aspiraban hablar con él, ya que para entonces su fama era enorme? De los hechos se desprende que Einstein
no quiso formar una pareja científica ni conceder ningún
crédito en su teoría a Mileva. Y quizá de alguna
manera le pagó su aportación a la teoría de la
relatividad al otorgarle el importe en metálico del Nobel de
Física, ocho años después del divorcio. Las mujeres eran para él, además
de manos que trabajan en todas las cosas fútiles del mundo, un
objeto. Estaba convencido de que “muy pocas mujeres son creativas.
No enviaría a mi hija a estudiar física. Estoy contento
de que mi segunda mujer no sepa nada de ciencia”. Decía
también que “la ciencia agría a las mujeres”,
de ahí la opinión que le merecía Marie Curie: “nunca
ha escuchado cantar a los pájaros”. Durante toda su vida Albert Einstein estuvo convenientemente rodeado de mujeres, a pesar de que repelía su presencia: “Lo que yo admiraba más en Michele, como hombre, era el hecho de haber sido capaz de vivir tantos años con una mujer, no solamente en paz, sino también constantemente de acuerdo, empresa en la que yo, inevitablemente, he fracasado dos veces”. Margot, hija del primer matrimonio de Elsa, le acompañó en Princeton hasta su muerte, cubierta de fama y gloria, en 1955. Mileva Maric, la física-matemática, después de divorciada vivió algunos años en Berna, confinada en su casa. Murió sola y olvidada en Zurich en 1948, por lo que en este año dedicado al genio es importante rescatar su influencia en la obra científica de Albert Einstein. En una carta que Mileva Maric dirige a su amiga Helene Kaufler le informa satisfecha del logro alcanzado: “Hace poco hemos terminado un trabajo muy importante que hará mundialmente famoso a mi marido”. Fuentes: “La mujer detrás de Einstein”,
La Jornada, 1/4/91 En Internet: http://entretencion.123.cl/gente/parejas.htm |