Irak: pantomima de democracia
A cuatro días de la simulación electoral prevista para el domingo próximo en Irak, resulta evidente que la única función real de esos comicios será dar cobertura política a la ocupación prolongada de ese infortunado país árabe por fuerzas extranjeras dirigidas por el gobierno estadunidense, y que los iraquíes están tan lejos de la democracia y del estado de derecho como lo estaban en tiempos de Saddam Hussein. La diferencia entre lo actual y el régimen derrocado es que bajo el segundo la población gozaba de seguridad y de un mínimo nivel de abasto alimentario y de servicios básicos, y que ahora la mayoría de los iraquíes pasan por largos periodos sin agua corriente ni energía eléctrica, con la economía en ruinas, y aterrados por el absoluto descontrol de la delincuencia y los permanentes combates entre la resistencia y los ocupantes. Los menos afortunados han perdido sus hogares, han resultado lesionados o han debido enterrar a familiares como consecuencia de los continuos ataques de los invasores y de los terroristas contra la población civil. Ni unos ni otros tendrán, el próximo domingo, el ánimo necesario para acudir a las pocas urnas cuya localización será divulgada a última hora, a fin de evitar atentados, y en cuyas boletas aparecerán los nombres de los partidos, pero no de los candidatos, quienes temen ser asesinados.
Los iraquíes que, pese a todo, se decidan a votar, tendrán que movilizarse a pie porque, desde el sábado hasta el lunes, quedará suspendida la circulación de vehículos en las partes del territorio en las que los ocupantes estén en condiciones de prohibir algo, que son precisamente las regiones en las que habrá mesas electorales. Si logran llegar a los centros de votación, los electores, sin ninguna experiencia previa en comicios plurales, tendrán que cotejar su decisión con un complicado sistema en el que confluyen los comicios nacionales, los regionales y los locales, y en el que participan miles de candidatos anónimos, y tendrán que aceptar ser marcados en el pulgar con tinta indeleble, lo que los expondrá a las represalias de los grupos armados que han llamado a boicotear la elección. Cabe preguntarse si los votantes inermes se aventurarán por calles y caminos que ni los soldados estadunidenses, con todo y su poder de fuego y sus vehículos blindados, se atreven a transitar.
Por añadidura, estos "comicios" tendrán lugar en un escenario de guerra y en total ausencia de un estado de derecho. El esfuerzo realizado por Washington para dotar a sus títeres iraquíes de fuerzas disuasivas se ha revelado más bien estéril, si se considera que tales fuerzas están plenamente infiltradas por la resistencia y que en los últimos cuatro meses perdieron unos mil 300 efectivos en ataques de la insurgencia.
Pero lo más grave es la recomposición, bajo tutela estadunidense, de un régimen represivo y dictatorial muy semejante en sus excesos al de Saddam: un gobierno que, según lo documentaron Human Rights Watch y la Asociación Estadunidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), detiene y encarcela sin juicio de por medio, tortura a sus opositores de manera sistemática y ha contratado, para ello, a muchos de los verdugos que trabajaban en las cárceles de la derrocada dictadura. Esos torturadores pueden añadir a su siniestra experiencia la asesoría de oficiales estadunidenses, en cuyas narices se sigue electrocutando y colgando de los pulgares, por rutina, a los desgraciados que caen en manos de la policía local. Abu Ghraib, a lo que puede verse, no fue una excepción, sino una escuela.
Hablar de elecciones, democracia y legalidad en el Irak actual es, pues, un mero recurso discursivo, y se demuestra, una vez más, que el propósito real de Washington y Londres para mantener al país árabe bajo ocupación militar no es promover la libertad y la democracia, sino robarse el petróleo de los iraquíes, crear oportunidades de negocio a sus grandes conglomerados empresariales y disponer de enclaves militares en Medio Oriente. Por lo demás, en los 20 meses transcurridos desde la invasión angloestadunidense, los iraquíes pasaron del infierno de Saddam al infierno mucho peor de Bush y Blair, quienes han evidenciado en ese lapso la escasa o nula diferencia moral que hay entre ellos y su enemigo derrocado.