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México D.F. Lunes 8 de noviembre de 2004
José Cueli
El temple de Pablo
El drama del toreo es que su esencia está basada en la regla fundamental para, templar y mandar, y esto es lo difícil, lo que prácticamente desaparece en la lidia de los toros bravos. El éxito del caballero en plaza, Pablo Hermoso de Mendoza, es que realiza, a caballo, la regla fundamental del toreo. Lo que implica un cierto dominio interior y exterior del tiempo y del ritmo de sus faenas. El rejoneador navarro integra al toro a la relación de él con el caballo y llega a ver el toreo en términos de superación y no de competencia con los otros. Lo que permite momentos de inspiración, momentos privilegiados, momentos inesperados; la sorpresa que provoca la emoción en los tendidos.
Y es que Pablo Hermoso se actualizaba en cada lance mediante un trabajo obstinado que es plenitud de lo que surge en él y obediencia a una disciplina férrea que es el rejoneo.
Ese toreo es una continua actuación, una integración a pesar de que a veces se le escapaba aquello que integró. Lo esencial no en la incorporación, sino salvar lo propio. Así, sus faenas estaban dotadas de vida propia. Después de realizarlas ya no le pertenecían, lo que lo hacía vivir románticamente la tarde como una especie dramática. Es a través de este drama como las faenas adquirieron sentido y, su sentido no se agotaba en ellas. El navarro toreaba para sí mismo. Le ha llegado el momento de gustarse, recrearse, y vivir intensamente lo realizado. Más allá de las características de los toros -un bombón de Vistahermosa- y la sensibilería de un público grueso. Su toreo fue vivido como una experiencia solitaria. Solo él existió en el ruedo en la inauguración de la temporada invernal.
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