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México D.F. Domingo 7 de noviembre de 2004

Angeles González Gamio

Recuerdos palaciegos

Paseando hace unos días por el bello Zócalo, para disfrutar las imaginativas ofrendas que cubrían la gran plancha, con motivo de los días de Muertos, al pasar frente a la imponente fachada de Palacio Nacional me vinieron a la mente diversos recuerdos que quiero compartir con ustedes.

Siempre causa emoción pensar que en ese predio estuvo el palacio donde vivía el emperador Moctezuma, fastuosa construcción en la que habitaban alrededor de mil personas y que en el área que después ocupó la Casa de Moneda tuvo sus "casas denegridas", cuartos pintados totalmente de negro, donde se retiraba a meditar cuando tenía problemas graves.

Tras la conquista, Hernán Cortés, con muy buen ojo, se adjudicó ese soberbio inmueble y el de Axayácatl, padre del soberano azteca, ahora sede del Monte de Piedad, que fue el sitio donde en realidad vivió el conquistador y lo prestó para fungir como casa de las primeras audiencias de gobierno y de los dos primeros virreyes, en tanto la Corona adquiría el antiguo palacio de Moctezuma.

Fue el virrey Luis de Velasco quien primeramente ocupó el recién adquirido inmueble, en 1562, desde ese momento conocido como Palacio Virreinal y habitado por todos los gobernantes españoles, hasta Juan O' Donojú, quien llegó a la Nueva España cuando Iturbide acababa de consolidar la Independencia, por lo que no le quedó más que firmar los tratados de Córdoba e irse a vivir al palacio de Iturbide, en tanto podía regresar a España.

A partir de entonces la mayoría de los presidentes del México independiente se fueron a vivir al soberbio edificio, que ya se nombró Palacio Nacional. El primero en ocuparlo fue Miguel Fernández Félix, quien consideró su nombre vulgar y se lo cambió por el de Guadalupe Victoria. Ahí se llevó a vivir al célebre fray Servando Teresa de Mier, quien lo divertía e ilustraba contándole sus innumerables aventuras, hasta que lo sorprendió la muerte en un mullido lecho de la mansión presidencial. Por cierto, se cuenta que años más tarde su cuerpo momificado era paseado en un circo, hasta que alguien lo descubrió y lo rescató para darle cristiana sepultura.

También se recuerda a Anastasio Bustamante, Melchor Múzquiz y Valentín Gómez Farías, de quien se dice que fue tan honrado que al salir no llevaba más que una jaula con canarios. Y por supuesto Santa Anna, quien lo sentía como su casa, por las innumerables veces que lo habitó. Del paso de Benito Juárez, tenemos testimonio en la reproducción fiel de sus habitaciones, que se puede visitar en el ala norte de Palacio. De Juan Alvarez se platica que al sentarse en el sillón presidencial, que tenía asiento de resortes, lo hizo tan efusivamente que botó hacia arriba con fuerza tal, que estuvo a punto de caer al suelo. De sencillo origen pueblerino, desconocía ese tipo de muebles, por lo que comenzó a gritar: "štraición!, štraición!", seguro de que se trataba de un atentado contra su preciosa vida, elevada a la cumbre del poder.

Al concluir el paseo se nos antojaron unas buenas tortas, así es que nos dirigimos a la calle de Motolinia, que con sus floridas jardineras, flamante pavimento y varias casas estilo francés muy bien pintaditas, nos hizo sentir en el viejo París. Las opciones son múltiples: las fondas de siempre: la Casa del Pavo, cuyas viandas las ameniza la guitarra y la voz romántica de El Charal. Casi contigua, la lonchería La Rambla, que también tiene buenas tortas de pavo y para demostrarlo, muestra en el escaparate, al igual que su vecina, las rollizas aves ya horneadas, seduciendo con su dorada y crujiente piel. También hay tortas y tacos de bacalao y lomo adobado.

El atractivo aspecto de la vía recién restaurada ha propiciado la apertura de nuevos lugares: en el número 32, La Unica de Motolinia, amplia cantina decorada con arcos de piedra y una gran barra; ofrece abundante botana por el precio de la copa: pozole, tostadas de pata, bistec en pasilla, tortas de nopal, entre otros. Casi puerta con puerta, denotando su presencia con farolas rojas, La Isla del Dragón ocupa un generoso local, con mesas y sillas negras de madera, muy orientales, brinda un vasto buffet chino, a precios muy económicos.

Enfrente de estos figones se encuentra el edificio donde vive un grupo de jóvenes creativos, que en la planta baja han inventado un espacio que funciona a veces como galería, otras como antro y pronto ofrecerá también comida. Uno de ellos, Ricardo Pandal, ha promovido estos días un homenaje al pintor Chucho Reyes, con una sensacional ofrenda que montaron la sobrina del artista, Margarita Reyes, y Roberto Aschentrupp, y con exhibición de cuadros. Si se apura, hoy todavía alcanza a verla.

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