México D.F. Domingo 7 de noviembre de 2004
Molly Ivins
Basta de gemidos
Austin, Texas. ƑSaben cómo curar a un perro matapollos? Claro, si duda se dan cuenta de que no se puede conservar un perro que mate pollos, por muy bueno que pueda ser en otros aspectos.
Algunas personas creen que a un perro que ha adquirido la maña de matar pollos ya no se le puede quitar, pero mi amigo John Henry siempre sostuvo que sí. Decía que hay que tomar uno de los pollos que el perro haya matado y atárselo bien sujeto al pescuezo. Y dejarlo allí hasta que el pollo huela tan mal que ninguna persona ni ningún otro perro quiera acercarse a la pobre bestia. El olor será tan terrible que el perro ya no se aguantará ni a sí mismo; hay que dejar el ave allí hasta que el trozo de carne se pudra y se caiga solo, y ese perro no volverá a matar pollos jamás.
El gobierno de George W. Bush va a estar atado al cuello del pueblo estadunidense otros cuatro años, lo bastante para que el hedor enferme a todo el mundo. Eso debe curar al país de la maña de andar eligiendo republicanos. Y por lo menos los demócratas no tendrán que limpiar hasta que todo el mundo tenga claro quién hizo semejante porquería.
En algunos círculos dirán que esto es hablar de puro ardor. Pero en Texas llevamos perdiendo elecciones ante la tríada de-magógica de Dios, gays y armas el tiempo suficiente para habernos vuelto bastante cínicos respecto de la forma en que opera. Estoy segura de que millones de estadunidenses votaron por el presidente Bush bajo la honrada impresión de que representa los valores morales: familia, patriotismo, fe en Dios. Y sin duda es culpa de los demócratas que un garlito tan bobo siga funcionando. Lo que el mandatario representa, en realidad, queda bellamente ilustrado por una noticia más bien común que se ha instalado en las últimas fechas en las secciones de economía.
En septiembre pasado, Merck & Co, el gigante farmacéutico, retiró el Vioxx del mercado. Era una popular droga contra el dolor y la artritis, pero Merck aseguró que lo retiraba para poner en primer lugar la seguridad de los pacientes. Resulta que un nuevo estudio de la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) mostró que dosis altas del Vioxx triplicaban el riesgo de ataque al corazón y muerte súbita cardiaca.
A partir de allí la historia se bifurca. El senador Charles Grassley, de Iowa, reveló que la FDA había tratado de silenciar al autor del estudio, el doctor David Graham, director asociado de ciencia en la Oficina de Seguridad en Fármacos. Grassley aseguró que al principio la FDA se sentó encima del estudio de Graham, quien fue "condenado al ostracismo y sujeto a amenazas veladas e intimidación".
El periódico The Wall Street Journal siguió la otra pista, y encontró documentos internos de Merck que muestran que ejecutivos de la empresa probablemente estaban enterados de los peligros del Vioxx ya desde 1996, entre ellos un memorando que al parecer daba a los representantes de ventas la instrucción de "eludir" preguntas de los médicos respecto del historial cardiaco del medicamento.
En suma, tenemos una agencia reguladora sin dientes, metida en el bolsillo de la industria a la que supuestamente debe vi-gilar. Tenemos un gobierno que en todas sus ramas desprecia la ciencia y los datos duros. Y la acusación contra los ejecutivos de Merck es que obtenían ganancias tan enormes con un medicamento que sabían o sospechaban que mataba a los pacientes que continuaron vendiéndolo como si na-da. Cuando la información llegó al público, las acciones de la empresa cayeron 9.6 por ciento.
Ese es el sistema que George W. Bush representa: uno en que una corporación puede matar gente a sabiendas con tal de obtener ganancias y, cuando por fin el caso sale a la luz, todo el mundo sabe que las sanciones serán tan ligeras que la compañía no perderá ni la décima parte de su valor. Vaya, apenas un bachecito en el camino.
Pero claro que no buscamos controlar esas conductas con onerosas y terribles re-gulaciones gubernamentales, Ƒverdad? De seguro no queremos que la FDA escuche a sus científicos y actúe con prontitud, Ƒo sí? Desde luego que no pretendemos que todo el mundo demande a esas monstruosas cor-poraciones, Ƒcierto? Apuesto a que si fuera posible comparar las probabilidades de que un estadunidense resulte muerto por una agencia reguladora negligente y por la conducta rapaz de una corporación contra las de que sea asesinado por un terrorista, re-sultaría que necesitamos tener mucho más miedo de la avaricia de los ricachones y de quienes los protegen que de los terroristas. Y eso sin contar lo que las corporaciones se roban y arruinan.
Así pues, compañeros progresistas, de-jen de pensar en el suicidio o en mudarse al extranjero. ƑQuieren sentirse mejor? Un-tense pomada para el ardor y luego hagan algo de inmediato, ahora, hoy. Busquen una forma de ayudar a salvar al país: únanse a alguna causa, envíen un poco de dinero a algún grupo, llamen a alguna parte y ofrézcanse de voluntarios, encuentren un político local, hombre o mujer, que les caiga bien y ayúdenlo a avanzar en su carrera.
Piensen en cómo pueden echar una mano a la asombrosa miríada de esfuerzos que pronto se desencadenará para ayudar a la nación a recobrarse de lo que se ha he-cho a sí misma. Ahora es cuando. No se lamenten: organícense. © 2004 Creators Syndicate Inc Traducción: Jorge Anaya
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