México D.F. Domingo 7 de noviembre de 2004
Rolando Cordera Campos
La nueva grandeza americana
Con el contundente triunfo del presidente George W. Bush
y sus falanges evangélicas fundamentalistas el mundo toma nota de
su extrema debilidad, mientras México se regodea infantil y provincianamente
de su también extrema vecindad. Lo que está detrás
de las elecciones, sin embargo, no da motivos a nadie para celebrar la
afirmación de la hegemonía estadunidense, porque ésta
se da cuando su democracia, la madre de las democracias modernas, parece
haber entrado a un ominoso momento de inflexión, que puede afectar
sus cimientos y poner al planeta al borde de crisis mayores que las vividas
a partir del 11 de septiembre de 2001.
La victoria republicana dará lugar a nuevas fantasías
sobre el "nuevo siglo" americano, y tal vez hasta se vuelva a hablar
de la nueva economía que el boom de finales del siglo XX
prometía. El poderío técnico y productivo del gigante
norteño es indudable, pero no su capacidad de dar a luz una economía
del todo distinta a la capitalista conocida, sujeta a oscilaciones y recesiones
que pueden convertirse en crisis mayores. Así se demostró
a partir de 2000, cuando la economía entró en receso y la
riqueza de muchos miembros de las clases medias y trabajadoras, aumentada
por el juego en las bolsas de valores, simplemente se esfumó y convirtió
en deuda privada de personas y empresas. Y a esto se aunó la enloquecida
política de guerra y su consiguiente abultamiento del déficit
fiscal, que se une a un faltante comercial externo de grandes proporciones.
Ni por motivos de campaña se puso el acento en
estas fallas profundas de la economía y las finanzas públicas
y privadas. La pregunta es, como lo fue al final de los años 80,
cómo hará Estados Unidos para lograr un "aterrizaje suave",
que no ponga al sistema financiero mundial al borde del abismo. Y ni republicanos
ni demócratas fueron claros sobre cómo manejarían
una economía superendeudada, acosada por enormes fallas fiscales
y reclamos sociales, sin pasar de repente a un ajuste que sumiría
al mundo en una recesión profunda, dada la magnitud del mercado
americano y el hecho de que muchas economías dependen precisamente
de él para sostener su crecimiento.
Por otro lado, la nueva presidencia de Bush, ahora "legitimada"
por el voto popular, no augura nada bueno para las libertades civiles de
los estadunidenses. Tampoco es portadora de ofertas consistentes de coordinación
entre los actores políticos, ni del respeto a las diferencias y
discrepancias que tanto hizo de la democracia americana un sistema
ejemplar cuando no mitológico.
La gran división política revelada en los
comicios tendrá que contar a la hora de revisar o de reiterar la
estrategia belicista del gobierno del presidente Bush, pero nadie puede
asegurar hoy que esa revisión vaya a encaminarse hacia la recuperación
del multilateralismo, abandonado en los inicios de la guerra contra el
terror y la invasión a Irak. Más bien, lo que puede esperarse
de inicio es que la amplia mayoría lograda sirva para una reafirmación
del espíritu bélico, que reforzará el miedo interno
y externo, la rabia terrorista y el fundamentalismo doméstico.
Nada bueno ocurre hoy en la patria de Lincoln y Roosevelt.
Para México, más allá de la "química" con la
cúpula republicana de que muchos expertos hablan sin meditar lo
que en verdad dicen, lo que se perfila es dificultad financiera, que puede
agravarse si en Washington deciden un ajuste pronto; dureza policiaca en
la frontera y mayor presión para un alineamiento sin concesiones.
Poco tienen que hacer frente a este enorme y desproporcionado
panorama soluciones "a la mexicana", como la del secretario Carlos Abascal
u ofertas de mediación con el nuevo gobierno estadunidense a una
América del Sur que busca formar una comunidad de naciones a partir
de la cual dialogar en serio. Para estar a la altura de este interlocutor
enorme y ensoberbecido, hay que crecer y pensar. Y eso no está sometido
a las reglas de origen del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte.
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