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México D.F. Sábado 6 de noviembre de 2004

Ilán Semo

Las Américas: vivir en la paradoja

El triunfo de George W. Bush en las elecciones presidenciales del 2 de noviembre reitera una premisa, digamos, etnográfica: vivimos una época dominada por las aporías morales. Lo que gana en Estados Unidos es la progresión de un orden que tramita los conflictos políticos y sociales como un emplazamiento sobre los "valores": un desplazamiento hacia la partición ética de la sociedad. Movimiento doble. Progresión no en el sentido de "partida" hacia un nuevo orden -que es el eslogan preferido de cualquier propaganda moral- sino en la dirección de una compulsión, de una interrupción de la facultad de reflexionar incluso desde el horizonte, a veces generoso, del self interest, del interés individual.

Ohio, que es la versión meticulosa y abnegada de la cultura de ese Estados Unidos profundo, wasp (white anglo saxon protestant), decide la elección presidencial. Un estado en medio del olvido, en medio de la nada. Las estadísticas lo abruman: 12 por ciento de la población vive en el desempleo; el ingreso promedio no es tan precario como el de Louisiana pero se acerca; grados de escolaridad, salud y movilidad social propios del segundo mundo. Durante el primer periodo de la administración de George W. Bush sufre particularmente. Numéricamente, se encuentra apenas por encima de la línea que separa a los estados rezagados, que no merecen un apoyo particular, y que no recibe, y pasa simultáneamente por un proceso de desindustrialización. Los mercados abiertos han acabado con la industria de la manufactura. Y sin embargo, entrega su voto al Partido Republicano. La idea de que los estadunidenses votan con el bolsillo es, aquí, una hipótesis ilustrada y sencillamente equívoca.

ƑQué decide las preferencias electorales? Acaso ese backlash que convierte a los liberals en anormales, a los críticos de la guerra en criminales, a los gays en una monstruosidad, y que se afianza en una cruzada de reconquista religiosa del espacio civil. En Ohio, que está a punto de ingresar al tercer mundo, el ánimo es el de la superioridad moral que explica y justifica por qué la fe (en la nación), por qué el ascetismo (en los bolsillos), por qué el sacrificio (los hijos que marchan a la guerra) y por qué ese oximoron llamado Ohio.

La guerra, contra Irak y en general, importa. Kerry nunca supo explicar su postura frente a ella. Perder en Irak significaría simplemente perder. To be a looser. Las asociaciones que asaltan a un estadunidense medio bajo esta condena pueden ser infinitas, y se resumen en unas cuantas palabras: miedo, catástrofe, desplome. Pero el tema en Irak ya no es cómo ganar la guerra, sino cómo negociarla. A menos que se piense en la vietnamización: más tropas, bombardeos y devastación.

Las Américas, si es que esa denominación sirve para resaltar las diferencias entre Estados Unidos, México, los países del Mercomún, la región de los Andes, el Caribe, etcétera, atraviesan por un fenómeno paradójico: mientras que en Washington se impone un giro al giro del año 2000, el continente marcha hacia el centro o el centro-izquierda. Precisamente, en el primer periodo de Bush se consolidan los gobiernos de Lagos en Chile, Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Mesa en Bolivia y ahora el Frente Amplio en Uruguay. Lo que los distingue es la búsqueda de grietas y fisuras que acaben de relegar lo que algún día se llamó el "Consenso de Washington": las políticas monetaristas, los ataques a los derechos sociales, la apertura indiscriminada, los remates privatizadores, la reducción de la democracia a una esfera de contención.

ƑCómo explicar esta nueva geopolítica?

Washington parece haber perdido el interés en América Latina. En otras palabras: si una guerra lo absorbe, en su frente europeo las exigencias son mayores, debe lidiar con retos como China. Hay observadores que hablan de un overstretcht imperial: la indiferencia militar de Rusia y Europa ha desbordado a Estados Unidos.

La diplomacia de Colin Powell ha aprendido cómo lidiar con las organizaciones de centro-izquierda desde México hasta el sur. Ha entendido, por ejemplo, que no quieren romper con Estados Unidos sino renegociar las relaciones que heredaron de la era tecnocrática.

Después de dos décadas de dominio, la tecnocracia se reveló como un estamento patrimonial y no como una elite modernizadora. Su tiempo ha llegado gradualmente a su fin. A pesar de las gesticulaciones demagógicas, el populismo no es la única alternativa. Al menos no lo ha sido en Brasil, Chile y Argentina.

Pero incluso el populismo de hoy es una figura desdentada si se le compara con el de los años 30 o el de los 60. El fantasma de Chávez fue eso: un fantasma. Su régimen, una vez renegociado con Estados Unidos, ha pasado a la moderación.

ƑY México? Es una incógnita que se irá despejando en los dos años que nos separan de 2006.

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