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México D.F. Jueves 7 de octubre de 2004

Margo Glantz

Es oro todo lo que relumbra

Acabo de pasar una semana en Colombia, invitada por el Banco de la República, cuya dirección cultural está a cargo del poeta y novelista Darío Jaramillo, bien conocido en nuestro país y muy querido, como suelen decir los colombianos.

Un viaje extraordinario, sí, nada menos que extraordinario.

No basta con inscribir los superlativos, es necesario explicar por qué aparecen reiteradamente en este texto. Debo confesar -perogrullo- que Colombia es un país excepcional, por su naturaleza, sus ciudades, sus monumentos -obvio-, y por su gente, amable, cariñosa, perfecta, y además por su manera elegante y correcta de hablar el castellano (sigo ensartando uno tras otro los calificativos sin explicarlos).

Y con todo es un país en guerra, dato que bien conocemos por la televisión y los periódicos, corroborado in situ cuando se conversa, por la cantidad de soldados que vigilan en todas partes y sobre todo en el aeropuerto donde empiezan largas e incómodas revisiones, exhaustivas. Y no obstante, Colombia nunca pierde su condición paradisiaca. Impresiones superficiales quizá, las de un turista privilegiado, pues Ƒde qué otra manera podría llamársele a alguien que ha sido recibido de maravilla en Bogotá y ha convivido y participado en mesas redondas con gente de excepción, escritores y editores provenientes de México, España y Colombia: Sergio Pitol, María Luisa Blanco, Manuel Borrás, Eloy Tizón, Joaquín Pérez Azaústre, Piedad Bonnet, Andrés García Londoño, Juan Camilo Sierra y el propio Darío Jaramillo? ƑAlguien que pasea por los más bellos sitios, contempla hermosos paisajes; recorre las surtidas gale-rías de artesanías, visita las iglesias coloniales con sus imponentes alfarjes restaurados y el museo del Banco que alberga 3 mil 500 años de arte colombiano, además de la donación Botero; admira los restos admirables de las culturas prehispánicas exhibidas con primor en el Museo del Oro, dirigido por Clara Isabel Botero, cuyas vitrinas resplandecen, a pesar de que se renuevan y amplían y sólo a principios de diciembre se reabrirán con sus más célebres y hermosas piezas, de las cuales hay magníficas reproducciones exhibidas de manera exquisita en los aparadores?

Y me admira y a la vez me sobrecoge este cuidado intenso por recobrar y proteger un patrimonio, restaurado con paciencia y rigor y verificar al mismo tiempo que corre siempre peligro de destruirse: paradoja ineludible, corroborada por la historia reciente de guerras civiles o por cualquier otra historia, como la del fuerte San Felipe de Barajas de la bellísima Cartagena de Indias, segunda ciudad que visitamos.

Lugar asediado, saqueado y destruido durante siglos por los piratas ingleses, franceses y holandeses, contra los cuales se fueron construyendo imponentes fortificaciones. Custodiado el fuerte por un noble soldado, don Blas de Lezo, tuerto, cojo y manco, quien de vivir ahora hubiese ganado medallas de oro en los Juegos Paralímpicos de Atenas.

El corsario o pirata inglés Vernon se acerca decidido a saquear la ciudad con 17 carabelas y un crecido número de hombres que triplica el de sus habitantes. Vernon entra del lado equivocado, es decir, por las marismas y pantanos. Una victoria preliminar lo exalta: envía una carabela a Inglaterra anunciando la victoria y el monarca inglés acuña de inmediato monedas de oro conmemorativas donde la corona española se representa doblegada, en un paralelismo extremo y caricaturesco con el Vasa, barco sueco construido ex profeso para destruir a los alemanes en el mismo siglo XVIII y decorado con anticipadas escenas de derrota, nave que en el instante mismo de ser botada al mar naufraga.

La valiente defensa del gobernador -y la naturaleza, el clima y la malaria- desbarata a los invasores, como en la Rusia del siglo XIX en que los ejércitos y la nieve acabaron con los invasores franceses y, en el XX, con los nazis.

Cartagena de Indias, de la cual nos dice Juan Rodríguez Freyle, autor de la crónica El carnero, hacia 1638: ''(...) la puerta y la escala por donde el Perú y este reino se anejan a España, Italia, Roma, Francia y a la India Oriental y todas las demás tierras y provincias del mundo a donde España tiene correspondencia, trato y comercio. Pues siendo ella el almacén de todas, envía a Cartagena, que es escala de estos reinos, lo que de tantas provincias le viene, y esto le causa oro, plata y piedras preciosas de este Nuevo Reino que es la piedra imán que atrae a todas las demás (...)"

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