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México D.F. Jueves 7 de octubre de 2004
Adolfo Sánchez Rebolledo
Casos de política y moral
Durante décadas, arrancada con violencia de las organizaciones sociales, la izquierda tuvo una presencia heroica pero testimonial. Ilegalizada y sujeta a persecuciones y cárcel, para mantenerse en pie sólo disponía de los principios, de la superioridad moral de sus fines sobre los de sus adversarios. Y gracias a ellos sobrevivió en los intersticios de la sociedad que, paradójicamente, hizo de la "revolución institucional" una forma de ser, un estilo y, paradójicamente, el sepulcro final de las esperanzas sociales originarias.
Aunque la pureza de esa izquierda sectaria no era absoluta, sobre todo si se juzgan en retrospectiva y sin melancolía los errores y los horrores cometidos en su nombre, lo cierto es que en ella no primó verdaderamente la distinción entre política y moral. O dicho en breve: la moral "se concebía -parafraseando el famoso aforismo de Clausewitz- como la continuación de la política por otros medios", según la expresión de Sánchez Vázquez en su ensayo Izquierda y derecha en política: Ƒy en la moral?, quien añade: "Semejante servidumbre de la moral a la política es consustancial con los regímenes totalitarios, antidemocráticos o autoritarios, pues constituye el corolario forzoso de su política, y lo es también -como demuestra la reciente experiencia histórica- de los regímenes supuestamente socialistas que, con esa servidumbre, castran el contenido libertario y emancipatorio del propio socialismo."
Aunque esa visión no ha desaparecido por completo en la izquierda actual, lo cierto es que hoy predomina lo que el autor citado llama "una política sin moral", es decir, aquella que "sólo puede afirmarse y reconocerse en la medida en que escapa a toda valoración o enjuiciamiento moral". Es el caso del llamado "realismo político", que únicamente atiende a los criterios de eficacia, despojándolos por supuesto de toda valoración moral. La discusión en torno a la candidatura de la esposa del gobernador de Tlaxcala y la resolución del Consejo Nacional del PRD ilustran muy bien los extremos de esta actitud "pragmática", que al razonar exclusivamente en términos de eficacia excluye la moral de la política, y al hacerlo deja en el camino buena parte de su razón de ser.
Los consejeros no solamente votaron en contra de un dictamen del comité ejecutivo sino que, con ello, rectificaron la voluntad del congreso en el sentido de prohibir toda forma de nepotismo. En lugar de dar una prueba de aprecio a la legalidad, toda vez que acataban así el dictado del tribunal, revelaron la cara del oportunismo. Y para colmo de las incoherencias, pidieron al gobernador tlaxcalteca que renunciara al cargo para el que fue elegido por seis años. šVaya manera de cubrir las apariencias!
En definitiva, si el perredismo había querido dar una lección ejemplar a otras fuerzas, en particular al foxipanismo que se empeña en heredar la Presidencia a la señora Sahagún, hoy le ha hecho el mayor favor a la vanidad y a las esperanzas de tan ilustre aspirante, cosa que ella ya se ha encargado de celebrar.
Por lo demás, es increíble, por decir lo menos, que el PRD siga sin ajustar cuentas internamente con Bejarano y compañía, que al parecer sigue moviendo hilos importantes tanto en el partido del DF como en la Asamblea Legislativa, y hasta en la Cámara de Diputados. Allí hay una enorme y visible incongruencia que al parecer preocupa solamente como una dimensión del conflicto permanente entre las corrientes, sin advertir el daño político y moral que le causa al PRD en su conjunto. No se trata de fomentar una cacería de brujas, lo cual sería una estupidez mayúscula, pero sí es necesario cancelar el autismo político en que se halla ese partido; que nos digan de una buena vez qué ocurrió y cómo un partido que se dice de izquierda y democrático pudo aceptar durante tanto tiempo prácticas y conductas que en nada lo distinguen de las que siempre criticó en otras formaciones.
La situación nacional no avanza o, mejor dicho, camina hacia el empantanamiento y la confrontación, al olvido de los métodos democráticos para volver a la ley de la selva, donde no hay más ley o moral que aniquilar al adversario. El PRD no es un partido estudiantil que se toma las asambleas para demostrar su fuerza. Tiene otros recursos políticos y legales a su alcance, y otras capacidades para movilizar a la gente. Necesita ganar credibilidad, no perderla. Requiere reforzar, no anular, los vínculos entre moral y política.
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