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México D.F. Sábado 2 de octubre de 2004

Tuvo la responsabilidad definitiva en las decisiones que desencadenaron la masacre: Loaeza

Echeverría enfiló a Díaz Ordaz a ordenar la matanza de Tlatelolco

''Lo manipuló, lo desinformó, lo engañó'' Documentos secretos de EU prueban su participación

BLANCHE PETRICH /I

Soledad Loaeza, politóloga de El Colegio de México, señala que Gustavo Díaz Ordaz -objeto de un proyecto de investigación al que le ha dedicado los dos últimos años- pasó a la historia ''con el estigma indeleble'' de la matanza de Tlatelolco. Pero acota: aunque el juicio inapelable de las generaciones posteriores a 68 ha caído sobre Díaz Ordaz, fue su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, quien tuvo la responsabilidad definitiva en las decisiones que se tomaron y que desencadenaron la masacre.

''Sé que muchos colegas intelectuales me van a quemar en leña verde por decir esto'', reconoce, y aun así sostiene su hipótesis políticamente incómoda. Díaz Ordaz en su soledad, en la cúspide del poder al momento de tomar la decisión de atacar con el Ejército una manifestación pacífica de jóvenes, ha sido objeto de largas noches de lectura y reflexión de la investigadora. ''Y prefiero entender su tiempo y su mundo, antes que juzgarlo''.

Clase política autoritaria y empresarios pidiendo sangre

Describe una postal de aquel verano y otoño de 1968: México estrujado entre una clase política autoritaria, un sector empresarial pidiendo sangre, una sociedad crispada por las protestas antiautoritarias de los estudiantes y la presión de un vecino del norte que invadía un día sí y otro también países latinoamericanos en riesgo de caer en la inestabilidad, presas de su obsesión de entonces: la conspiración comunista.

Y Díaz Ordaz, sostiene Loaeza, era un presidente con poderes ''muy acotados, sin respaldo práctico del Congreso, sin capacidad de hacerse escuchar por los líderes del movimiento estudiantil. Pero tenía un problema más grave: su secretario de Gobernación. Con el presidente aislado en Palacio Nacional, Echeverría había logrado colocarse como su única fuente de información. Lo manipuló, lo desinformó, lo engañó''.

Después de estudiar el sexenio 1964-1970 en su contexto internacional e interno, la doctora en ciencia política y en relaciones internacionales, autora de El Partido Acción Nacional: la larga marcha, y Oposición leal y partido de protesta, imagina así al personaje del 2 de octubre: ''Muy rígido, con un gran sentido del deber, más que del poder. Siempre tenso, desagradable. Intelectualmente limitado, pero una persona que decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Todo lo contrario de Echeverría, que en mi opinión es mucho más siniestro. ƑAlguna vez se vio a Echeverría tenso o angustiado en público? Nunca. Fue un personaje profundamente hipócrita. Y no dudo que haya sido él quien enfiló a Díaz Ordaz a tomar la decisión de atacar en Tlatelolco''.

El ''comité de crisis''

Dos meses antes de la matanza de Tlatelolco, el 6 de agosto de 1968, el director de Inteligencia e Investigaciones del Departamento de Estado de Washington, Thomas Hughes, daba cuenta en una nota confidencial que el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Alvarez, había tomado las riendas del manejo de la crisis estudiantil, poniéndose al frente de un ''comité de crisis''. Finalmente -se congratulaban los numerosos agentes estadunidenses en el terreno-, el gobierno mexicano había decidido pasar de la etapa ''permisiva'' a la contraofensiva.

El mismo Echeverría, identificado en múltiples documentos clasificados como top secret de la CIA, la FBI y la embajada de Estados Unidos como su ''principal informante'' y hombre clave en la toma de decisiones del país, fue quien aseguró durante una reunión en la sede de la misión estadunidense -27 de septiembre, apenas seis días antes de la masacre, según reporta un cable de la misma embajada- que el gobierno había tomado la determinación de ''descabezar'' el movimiento estudiantil antes de que se inauguraran los juegos olímpicos, el 12 de octubre.

Estos documentos, telegramas, memoranda, análisis y cables -todos ellos clasificados top secret- fueron desclasificados el año pasado por demandas bajo la ley de acceso a la información estadunidense por la investigadora de los Archivos de Seguridad Nacional, Kate Doyle, y publicados en su momento como archivos abiertos por la autora en una revista nacional.

En ellos queda plenamente documentado que, a pesar de que durante tres décadas Echeverría ha proclamado inocencia en la matanza del 2 de octubre, todo un ejército de agentes, espías, analistas y diplomáticos de distintas agencias dan cuenta puntual de su papel de eminencia gris en la toma de decisiones en esos años de crisis.

El intercambio de notas y reportes de las distintas agencias estadunidenses sobre la agitación en México es contradictoria y refleja pugnas históricas dentro del gobierno en Washington. Mientras los agentes de la embajada informan al Departamento de Estado que el movimiento estudiantil, aunque difícil de controlar, no amenaza en modo alguno la seguridad nacional ni los escenarios donde han de transcurrir los juegos olímpicos, la CIA se empeña en destacar el papel de ''los comunistas'' en la conducción de las protestas.

Hughes, del área de inteligencia del Departamento de Estado, reporta que el movimiento estudiantil podría, si acaso, ''abochornar'' al gobierno mexicano, pero de ninguna desestabilizar al país. ''Está claro que los comunistas no están en control de las protestas'', reconoce. Al tiempo que informa sobre el papel de conducción de la crisis que acaba de asumir Echeverría al frente del ''comité estratégico'', asegura que este funcionario está decidido a usar la fuerza pública.

Ya para esas fechas, después de la represión de la manifestación conmemorativa de la revolución de Cuba, del 26 de julio, estaba claro que el debate interno sobre mano dura o mano conciliadora había concluido. Los primeros habían ganado la disputa.

Kate Doyle destaca que, a diferencia de los agentes de la embajada, los espías de la CIA hacían más ''trabajo de campo'' -iban a clases en las universidades, a funerales de los caídos en los enfrentamientos y entraban a las casas de los activistas- y lograron retratar escenas muy vivas de lo que sucedía en los campus universitarios. Entre otras cosas reportaban sobre los esfuerzos del gobierno para infiltrar a la comunidad universitaria. También redactaron reportes que retratan al Partido Revolucionario Institucional en toda su fragilidad, sin el control sobre los asuntos públicos que antes dominaba.

Falla crítica del sistema

Esa fragilidad del sistema presidencialista bajo Díaz Ordaz es precisamente el objeto de estudio de Soledad Loaeza. ''El movimiento estudiantil aparece como la última explosión de una falla crítica del sistema político'', sostiene en un adelanto de su libro Gustavo Díaz Ordaz, el colapso del ''milagro mexicano''.

Pero sobre todo, refiere Loaeza, a Díaz Ordaz le angustiaba que su gobierno fuera percibido en Washington como incapaz de resolver sus problemas internos y que entonces la Casa Blanca optara por otro tipo de intervención. ''En esa época no era una percepción descabellada. Por los antecedentes de la guerra fría, por las sucesivas invasiones estadunidenses en América Latina en los 60 -la de República Dominicana había ocurrido apenas tres años antes- y por las dimensiones de nuestro vecino, era un temor lógico''.

Otro avance de su libro señala: ''La estrategia del gobierno (de Díaz Ordaz) de ocultar o minimizar los conflictos políticos era también una torpe respuesta al dilema que le planteaba la necesidad de responder a las crecientes presiones de Washington''.

Para entender cómo percibía un gobernante esas presiones, recuerda el último encuentro entre Miguel Alemán y Harry S. Truman. El primero gobernaba un país preindustrial. El segundo acababa de ordenar el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Esa era la magnitud de la asimetría.

Otro factor era el peso que tenían los informes de la CIA. Con el triunfo de la revolución cubana y el establecimiento de la estación de la KGB en la embajada rusa en México, el pleito histórico entre la FBI y la CIA sobre cuál de las dos se hacía cargo del espionaje anticomunista había quedado saldado. A favor de la CIA, claro.

En esos años el combate al comunismo ocupaba el lugar que ahora George W. Bush destina a la guerra contra el terrorismo. Sobre este tema ya habían discrepado Adolfo López Mateos y John F. Kennedy. El presidente mexicano nunca dejó de insistir en que el subdesarrollo era la mayor amenaza en el continente. Díaz Ordaz se mantuvo en la misma línea y también confrontó a Richard Nixon. Por el contrario, Echeverría cambia ese eje de argumentación y adopta la preocupación anticomunista de Nixon y Henry Kissinger (secretario de Estado) como propia.

Philip Agee, desertor de la CIA y autor de Dentro de la compañía, sostiene que Echeverría era un agente en la nómina de la oficina de Langley. Litempo era su seudónimo. Loaeza cree que Echeverría no recibía sueldo de la CIA, pero sí compartía su concepción sobre seguridad hemisférica. ''No veo a Luis Echeverría como sumiso, sino que hacía compromisos con Estados Unidos por interés nacional. El gobierno de Díaz Ordaz no estaba dispuesto a admitir que tenía un fermento de inestabilidad por toda la República. No quería parecer frágil a los ojos de Washington. No quería que Estados Unidos se metiera en la crisis mexicana''.

Concluye: ''Echeverría enfiló finalmente a Díaz Ordaz, de talante autoritario de por sí, a la decisión final de Tlatelolco''.

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