México D.F. Jueves 30 de septiembre de 2004
Adolfo Sánchez Rebolledo
Los acuerdos y el pluralismo
Si la reunión entre Fox y López Obrador no se convierte en un acto meramente protocolario, tal vez la cosas mejoren para el país. No hay exageración en ello, pues ningún otro asunto político encierra tantos peligros como las desavenencias entre el Presidente y el jefe de Gobierno de la capital. Que las "cosas mejoren" significa suspender la espiral desestabilizadora que está en marcha, renunciando al empleo de expedientes extraelectorales para dejar fuera de la contienda política a los adversarios incómodos. Algunos piensan, desde luego, que ya no hay marcha atrás en estos asuntos dado el grado de involucramiento de los partidos, y de los poderes Judicial y Legislativo, pero sería una sinrazón proseguir por esa senda cuando en todos los foros y por todos los medios se ha expresado la voluntad de impedir que la sucesión de 2006 sea, en rigor, un retroceso hacia las condiciones predemocráticas de las que dificultosamente acabamos de salir.
El Presidente de la República ya no es el árbitro de todo cuanto ocurre en la vida nacional, pero su posición al frente del gobierno y el Estado lo obliga a trabajar cotidianamente por la gobernabilidad, a tejer acuerdos inclusive con sus críticos. Esa es una de sus responsabilidades irrenunciables, a menos que se decida a gobernar sólo para los suyos y los intereses que representan. El mandatario está en su derecho de disentir de otras opiniones, de promover la defensa de su propia visión de la economía y la sociedad, así como de las reformas que le parezcan necesarias, pero lo que no puede hacer es refugiarse en argumentos legales para eludir su responsabilidad de hallar las mejores salidas políticas a situaciones que son realmente políticas.
Nadie discute la dificultad existente para alcanzar mayorías que faciliten la buena marcha del gobierno. La experiencia de las últimas legislaturas demuestra que existe un problema cuya solución no es sencilla. No sólo se trata del Congreso, convertido injustamente en el "payaso de las bofetadas", sino de la capacidad política de todas las fuerzas, incluido, por supuesto, el Presidente de la República, para formular una agenda común, tarea que es indispensable, pero a la cual el Ejecutivo ha dedicado nimios esfuerzos comparados con la importancia del asunto. La discusión sobre estos temas corre en foros paralelos al margen del Ejecutivo, cuya única preocupación consiste en pasar las "reformas estructurales" sin verdadera negociación con todas las partes interesadas.
La reunión del Presidente con López Obrador tiene que traducirse en la ratificación del pluralismo, fuertemente cuestionado en tiempos recientes en nombre del combate al "populismo", verdadero fantasma creado para agrupar bajo una etiqueta visible a todo aquello que en una forma u otra impugna el "pensamiento único" y al "modelo" económico capitalista.
Si de verdad queremos una discusión seria y a fondo de los problemas de México, hay que desechar los clichés de moda que poco aportan al entendimiento de las realidades complejas y muchas veces inéditas que marcan a la sociedad contemporánea, pero sobre todo es preciso dar un espacio privilegiado a las ideas por encima de los prejuicios que en su lugar se baten en los medios y el parlamento.
El presidente Fox no puede ir por el mundo advirtiendo sobre los peligros de un retroceso a cuenta del "populismo" (de cuyos representantes pretende hacer obvio un retrato hablado) y, al mismo tiempo, gobernar con la mira puesta en los acuerdos. Así como los demás políticos están obligados a respetar en sentido democrático las posiciones de los demás, el Presidente tiene que ser particularmente cuidadoso para no emponzoñar con sus prédicas la ya de por sí irrespirable vida pública.
La necesidad de arribar a compromisos entre todas las fuerzas no es una vuelta a la "unidad nacional" de otros tiempos, sino un ejercicio de responsabilidad compartida a partir del pluralismo. Ojalá y el encuentro Fox-López Obrador sirva para despejar la niebla del camino.
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