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México D.F. Jueves 30 de septiembre de 2004

Sergio Zermeño

Migración: derrota y desbandada

En los días recientes hemos podido leer dos noticias bastante alarmantes: primero, que este año entrarán a Estados Unidos 3 millones de inmigrantes de todos los orígenes, legales e ilegales; que la mayoría de esos inmigrantes serán mexicanos y que todo ello representa tres veces más de lo calculado por las autoridades de aquel país (Time, "ƑQuién dejó la puerta abierta?"). Segundo, que son candidatos inminentes a abandonar nuestro país dos tercios de los 9 millones de jóvenes que hoy habitan en el medio rural, y que quienes dejarán el país serán ni más ni menos que los mejor escolarizados y los más capaces dentro de este medio de extrema precariedad (Karina Avilés con base en la Encuesta Nacional de la Juventud que acaba de darse a conocer).

Tenemos la impresión, porque así se nos ha hecho pensar, que en algún momento los países de alto desarrollo sellarán sus fronteras a una migración irrefrenable de los países pobres del sur. Esto, sobre todo en Europa, es una falacia. Como recordaba hace algunos meses Le Monde: la Unión Europea no tiene más que un 3.5 por ciento de extranjeros extracomunitarios (contra 6.6 por ciento en Estados Unidos), pero en ambos casos esa población está lejos de ser suficiente para resolver el problema de su envejecimiento demográfico. Con las actuales tasas de fecundidad y si se limitara la inmigración, en 2050 uno de cada tres habitantes sería mayor de 65 años. Esa carga abatiría los niveles de bienestar, en tanto que, por ejemplo, si un país como Alemania quisiera mantener la pirámide de edades actual tendría que acoger en los próximos 50 años a 188 millones de inmigrantes.

Según estos datos, entonces, el problema no es que la migración siga fluyendo hacia los países de mayor desarrollo, eso será inevitable y será bienvenido dentro de ciertas proporciones, a pesar de la propaganda negativa con que desde allá es enfocado el asunto. El verdadero problema es para países como el nuestro, que seguirá perdiendo lo mejor de su juventud en esas corrientes migratorias, seguirá perdiendo los recurssos estratégicos sin los cuales será cada vez más difícil levantar el nivel de vida de las regiones en crisis desde donde sale y se aleja, cada vez más para siempre, lo poco que ahí existe de nuestro capital humano y nuestro capital social. Lo mejor del mundo parece estar concentrándose en el norte.

Mientras tanto, el G-8 llegaba a la conclusión el año pasado, durante la cumbre celebrada en Suiza, de que las remesas de los trabajadores inmigrantes son la fuente más estable, abundante y segura para mantener en paz y en sobrevivencia las regiones olvidadas del sur (El País, 26/9/04). Si es así, México está ante una larga y pacífica decadencia, pues a sus 14 mil millones de dólares (mmd) anuales de remesas sólo se acerca India con 8 mmd, Filipinas con 7 mmd, Brasil con 5 mmd, Egipto y Marruecos con 3 mmd, Colombia, Dominicana y Turquía con 2 mmd.

Pero ante tal desgracia los gobiernos tienen diferentes maneras de ver las cosas: el primer ministro de Irlanda explicaba en visita por México que durante los años 80 la emigración (desde su país) hacia Gran Bretaña y Estados Unidos se estaba llevando a todos sus jóvenes: "13 años más tarde hemos revertido la tendencia. Los países con alta migración pierden el pulso vital de su sociedad y corren el riesgo de paralizarse" (Reforma, 17/1/03). Más o menos al mismo tiempo el presidente Fox declaraba que las remesas de los migrantes han "reducido la pobreza en México... Es así como trabajando juntos, sociedad y gobierno, ciudadanos y organizaciones, se han logrado avances que parecían imposibles" (El País 25/11/03). šQué disfrazada, qué callada derrota!

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