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México D.F. Miércoles 29 de septiembre de 2004

 

¿El mundo contra Estados Unidos?

Una comisión designada por el Congreso estadunidense para evaluar la proyección en el exterior de la imagen de su gobierno (public diplomacy) presentó ayer un informe en el que se subraya el persistente incremento de la antipatía internacional hacia la máxima potencia planetaria. A decir del documento, ello se debe a "misiones y estrategias disparatadas de los organismos gubernamentales", a la ausencia "de la voz del gobierno estadunidense en los medios informativos nacionales e internacionales" y a la falta de coordinación de las estrategias de comunicación. A fin de que Estados Unidos vuelva a ser "considerado como le corresponde" fuera de sus fronteras, el informe propone la adopción de medidas de marketing y fondos adicionales para los instrumentos de propaganda -fundamentalmente emisoras de radio y televisión- del gobierno de Washington.

El documento referido coincide con una investigación dada a conocer a principios de mes, realizada por el German Marshall Fund y la italiana Compagnia di San Paolo, según la cual 58 por ciento de los habitantes de la Unión Europea repudia las pretensiones hegemónicas estadunidenses y 76 por ciento desaprueba la política exterior de George W. Bush. Por esos mismos días se divulgó el resultado de una encuesta realizada en julio y agosto entre más de 34 mil personas de 35 países para conocer el grado de popularidad del actual presidente estadunidense: en 30 de las naciones participantes la mayoría o la gran mayoría de los interrogados se manifestaron a favor de un triunfo demócrata en las próximas elecciones de noviembre, y sólo en tres países -Polonia, Filipinas y Nigeria- se encontró una preferencia sustancial y definida por Bush. Significativamente, el respaldo a su rival demócrata resultó ser más contundente en las naciones cuyos gobiernos participaron o siguen participando en la agresión militar lanzada por la Casa Blanca contra Irak.

El primero de los estudios mencionados es sobradamente ilustrativo de la ceguera que predomina en la clase política de Washington -y en buena parte de la sociedad estadunidense- sobre las causas del creciente repudio a su país en el mundo: se le percibe como un problema de imagen derivado de fallas de comunicación, y no como resultado de las acciones ilegales, violentas y criminales del gobierno estadunidense en Afganistán e Irak. Los políticos del país vecino no parecen dispuestos a darse cuenta de que, por muchos miles de millones de dólares que se inviertan en maquillar el rostro de Estados Unidos ante el mundo, éste no va a olvidarse del empecinado unilateralismo de Washington en los foros internacionales, de su rechazo a aceptar la Corte Penal Internacional, de su sabotaje a las propuestas de Luiz Inacio Lula da Silva, Jacques Chirac y José Luis Rodríguez Zapatero para combatir el hambre y la pobreza en el mundo, de sus negativas a acatar las limitaciones impuestas en Kyoto a las emisiones de gases contaminantes y, sobre todo, de las decenas de miles de civiles inocentes asesinados por las fuerzas militares de Estados Unidos en Medio Oriente y Asia Central, de las torturas sistemáticas en las prisiones de los países vencidos, de las residencias destruidas por las bombas, de las ciudades arrasadas, del saqueo y el pillaje de los recursos naturales iraquíes y del desprecio de Washington por la autodeterminación y la soberanía de sus víctimas.

La abultada lista de los agravios internacionales perpetrados por la administración de Bush es sólo el capítulo más reciente de la historia de la política exterior estadunidense: una historia de chantajes, presiones, injerencias e imposiciones, cuando no de terror, destrucción y muerte, que se extiende desde fines del siglo XIX hasta nuestros días, desde Vietnam hasta Chile, desde Hiroshima hasta Bagdad, desde México hasta Grecia.

Por si hiciera falta, la "buena imagen" de Estados Unidos en el mundo se ha visto severamente afectada por una institucionalidad cuyo carácter democrático resulta cada vez más dudoso, en la que las cacareadas libertades civiles han sido sistemáticamente sacrificadas en aras de la "lucha contra el terrorismo internacional" y en la que la mentira y el fraude a la opinión pública resultan ya herramientas regulares de gobierno.

De esta manera, el análisis presentado ayer en Washington que da pie a estas reflexiones, en vez de convertirse en un saludable ejercicio autocrítico de las instituciones estadunidenses, se queda en una mera maniobra de autoengaño, y lo que habría podido ser una revisión propositiva de la política exterior de la superpotencia permanece como una lista de recetas para mejorar las relaciones públicas y la propaganda. Semejante muestra de frivolidad tampoco contribuirá, ciertamente, a mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo.
 

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