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México D.F. Lunes 13 de septiembre de 2004 |
El narco, más vivo que nunca
Los
combates entre narcotraficantes que tuvieron lugar anteayer en Culiacán
y sus alrededores, donde murieron el capo Rodolfo Carrillo Fuentes,
su novia, cinco pistoleros y un guardia de seguridad privado, y en los
que resultaron heridos, además, el ex jefe de Investigaciones de
la Policía Judicial de Sinaloa, Pedro Pérez López,
y otras dos personas, dan cuenta de la virulenta competencia entre el cártel
de Juárez y las bandas rivales de tráfico de estupefacientes;
constituyen además una prueba inequívoca de la persistencia
en el ámbito nacional de tales organizaciones criminales.
En éste, como en casi todos los otros terrenos,
los funcionarios del gobierno en turno suelen hacer cuentas alegres y formular
diagnósticos pasados de optimismo que en nada concuerdan con las
lacerantes realidades de México en el sexenio de Vicente Fox. Hace
apenas un mes, el jefe de la Oficina de Política Nacional para el
Control de Drogas de la Casa Blanca, John P. Walters, declaró en
esta capital que las corporaciones criminales que producen, trasiegan y
comercian drogas ilícitas han mostrado gran capacidad para renovar
sus liderazgos y que, a pesar de los "éxitos" de las autoridades
mexicanas en el combate al narco, "esto no ha causado una reducción
en la disponibilidad de cocaína en Estados Unidos".
El procurador general de la República, Rafael Macedo
de la Concha, respondió con indignación que el gobierno foxista
había acabado con "las leyendas del narcotráfico" y recomendó
al zar antidrogas que el país vecino se concentre en disminuir
el consumo: "Si no queremos que transite droga, pues que no haya quien
la consuma. En ese esfuerzo debe ir también la medida de los demás",
dijo el funcionario. Walters replicó con nuevos elogios a la actual
administración mexicana y hasta hizo gala de humildad al expresar
que, en su acción contra los grupos de contrabandistas y comercializadores
de droga, Washington "está siguiendo el ejemplo mexicano".
Pero lo ocurrido el sábado en la capital sinaloense
es un recordatorio del poder de fuego y de la capacidad de los cárteles
para corromper autoridades -¿cómo pueden adquirirse en este
país granadas de mano, si no es comprándoselas a militares
o pagando a guardias aduanales para que se hagan de la vista gorda? ¿Qué
hacían juntos el jefe policial Pérez López y el hermano
del Señor de los cielos?-, así como una expresión
de la impotencia de los cuerpos de seguridad y procuración de justicia,
los cuales intervinieron en el hecho tarde y tan mal que dieron pie a versiones
encontradas y a una magna confusión en torno a lo ocurrido.
A estas alturas, después de los casi incalculables
recursos gastados en la guerra contra las drogas en el ámbito continental
en las últimas dos décadas, tras miles y miles de muertes
violentas, destrucción y sufrimiento, a la vista de la imparable
descomposición de instituciones gubernamentales diversas y de corporaciones
policiales y militares, los cárteles siguen consagrados de
lleno al negocio de introducir estupefacientes a territorio estadunidense.
Los gobernantes de México y de Estados Unidos debían tener
meridianamente claro el fracaso de sus empeños por erradicar las
adicciones a sustancias ilícitas y la producción, el transporte
y la distribución comercial de ellas.
Un factor que permite comprender este fracaso es que el
fenómeno no se origina, como generalmente ha pretendido Washington,
en la producción latinoamericana de cocaína, mariguana, amapola
o metanfetaminas, ni surge, como plantean los gobiernos latinoamericanos,
de la demanda de los adictos estadunidenses. El negocio ilícito
de la droga florece, en cambio, porque la prohibición da a los estupefacientes
clandestinos un valor agregado astronómico que permite, a su vez,
la obtención de utilidades desorbitadas que no guardan ninguna relación
ni proporción con los costos reales de producción de las
drogas ilegales: su principal valor agregado es el riesgo de fabricarlas
y transportarlas.
Se establece, así, una dinámica perversa
y paradójica: mientras más perseguidos son los narcos,
más se incrementa su margen de ganancia, y con éste, su capacidad
organizativa, logística, administrativa y bélica para hacer
frente a sus perseguidores, ya sea a balazos o a sobornos. Es tiempo, por
ello, de hacer acopio de voluntad política y valor cívico,
tomar el toro por los cuernos y asumir una lógica distinta para
combatir las dependencias y el narcotráfico.
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