Boicot a Herrerías

Fiesta brava, intacta en el corazón del aficionado de verdad

LUMBRERA CHICO

Ahora fue en El Ruedo, el taurino restaurante que se encuentra a espaldas del tendido de sombra de la Monumental Plaza Muerta (antes México). Conocido por la parsimonia de sus veteranos meseros, por su paella, sus carnitas con chicharrón y su distinguida clientela, en la cual figuran los animadores de la Porra Libre, los torileros y corraleros del coso aledaño y aficionados y villamelones de toda condición, el recinto nos atrapó a quienes bajo sus altos techos nos citamos para comer y decidir si participaríamos como espectadores en la segunda novillada de la temporada chica.

El consenso, por unanimidad -éramos cuatro a la mesa- fue que no. No estábamos dispuestos a ver ni mucho menos a reseñar un espectáculo organizado por Rafael Herrerías, aun cuando interviniera un novillero tan interesante como Atanacio Velázquez, dueño de sonados triunfos en La Florecita, quien junto con Pablo Samperio e Ismael Rodríguez iba a hacer el paseíllo para matar un encierro de la desconocida ganadería de Rafael Mendoza.

Cuando el reloj marcó las 4 de la tarde en punto, en el palco del juez Eduardo Delgado sonaron timbales y clarines y en el redondel se abrió la puerta que da al patio de cuadrillas para que el alguacilillo, ataviado a la usanza española del siglo XVI, cruzara la arena en su jaca y recogiera la llave que le permitiría simbólicamente quitarle el cerrojo a la puerta de toriles. Pero en nuestra mesa una nueva ronda de elíxires invocaba con nostalgia la sonrisa y la vitalidad de ese gran amigo que fue Gonzalo Rivero, El Chino, decano de los torileros mexicanos, aparte de un bebedor excepcional.

ƑPara qué entrar en la plaza habiendo tantos recuerdos empolvados por el tiempo que, en medio de las delicias de la plática, se iban sucediendo uno a uno adheridos a los nombres de las figuras que algún día nos hicieron palpitar de emoción? Se habló de la faena de Rafael Osorno a Mañico, no faltó quien mencionara la de Raúl García a Comanche o la de Chuchito Córdoba a Fedayín. En el vuelo de esos capotes y de esas muletas se nos fueron las horas.

De pronto se me acabó el tabaco. Salí a la calle y noté que en los comederos de birria y tacos de guisado, varios aparatos de radio informaban acerca de los partidos de futbol de la tarde. Sólo una vendedora de golosinas escuchaba la crónica oral de la novillada y me dio un pequeño ataque de risa al oír las palabras entusiastas del locutor, que inventaba un faenón, mientras el silencio de la mole de cemento lo desmentía y desnudaba su ausencia de vergüenza.

Recordé entonces que uno de esos "periodistas" lacayunos al servicio de Herrerías había publicado en la mañana: "mucho interés despertó la segunda novillada que se jugará hoy en la Plaza México". Por favor, Ƒa quién pretenden engañar? Volví al restaurante y me sorprendí al ver a unos de mis amigos, de pie, toreando con la mano derecha como Luis Procuna el día que se cortó la coleta allá en 1974. "Olé", corearon algunos. La fiesta, sin duda, está viva en nuestros corazones. Allí no habrá cacique de cuarta que la pueda dañar.