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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 13 de septiembre de 2004

Carlos Fazio

Matanza en Beslán

El 1Ɔ de septiembre pasado tres comandos de separatistas chechenos coparon el complejo educativo de Beslán, en la república caucásica de Osetia del Norte, y retuvieron como rehenes a mil 217 personas, la mayoría niños en edad escolar, estudiantes de secundaria y preuniversitarios. Tras una primera negociación, los secuestradores permitieron la salida de unas 500 personas y demandaron conversaciones con delegados de los gobiernos de Osetia del Norte, Chechenia y Moscú. El jueves 2 liberaron a un grupo de 26 mujeres y 32 niños. Retuvieron 708 rehenes. En forma paralela, elementos de la Fuerza de Asalto ALFA (ALFA Spetsgruppa, grupo de elite antiterrorista integrado por efectivos de Rusia y de la OTAN), miembros del Comando 13, pelotones de inteligencia y milicias locales pro rusas (paramilitares) cercaron el recinto e interrogaron a los liberados sobre la ubicación de guerrilleros, secuestrados y zonas minadas en el interior del colegio.

Zalina, madre secuestrada, testimonió que "los guerrilleros chechenos querían negociar y las autoridades rusas se negaron en todo momento". Tatiana Andersson y Jhon Valeri Stepanov, quienes llegaron al lugar como periodistas incrustados, afirman que comandos ALFA se infiltraron entre padres negociadores y provocaron tiroteos esporádicos. Después, dos explosiones estremecieron paredes y techos, y comenzó el "rescate". Una nube negra lo envolvió todo. Se escucharon "gritos de muerte" y quedaron pedazos de cuerpos por todos lados. ƑSaldo?: 327 cadáveres rescatados, más 17 fallecidos en hospitales, entre ellos 174 niños. 783 heridos. Para Andersson y Stepanov, la intervención del grupo ALFA fue clave en el desenlace; se trata de la misma fuerza de elite que regó el gas letal que mató a 129 rehenes y ejecutó con un tiro de gracia a 49 secuestradores chechenos en el teatro Duvrovka de Moscú, en octubre de 2002.

De acuerdo con la Convención de Ginebra y otros tratados sobre crímenes de guerra y derecho humanitario, atacar o matar civiles en un conflicto armado internacional o interno se considera un acto terrorista. El terrorismo es más que la simple violencia, que implica la presencia de dos partes: el agresor y la víctima; el terrorismo necesita una tercera parte que pueda ser intimidada por el trato infligido a la víctima. Noam Chomsky señala que hay un terrorismo "al por menor", utilizado por individuos (el acto suicida de un hombre o una mujer enajenados por la religión, la idea de patria o la desesperación) y grupos marginales que se oponen al orden establecido, y un terrorismo "al por mayor" (violencia oficial), más extenso en escala y poder destructivo, utilizado por gobiernos ultraconservadores que argumentan actuar "en respuesta a" (el "terrorismo desde abajo" o "enemigo"), nunca como fuente activa o inicial de la espiral de violencia.

En el rubro terrorismo de Estado entran la guerra preventiva, la guerra sucia y la actividad de mercenarios y escuadrones de la muerte, que encarnan una suerte de "terror benigno", porque están al servicio del "orden" y la "seguridad" estatal.

Esas dos formas de terrorismo celular y de Estado se hicieron presentes en Beslán. Por un lado, comandos chechenos presuntamente miembros del Batallón Islámico de Mártires Riyadus-Salijin, fundado por Shamil Basaiev, radical wahabita (forma estricta de interpretar el Islam) responsable de una larga serie de atentados de corte religioso-fundamentalista ("crueldad deificada", "locura demoníaca" se los ha llamado). Por otro, fuerzas al servicio del poder ruso ultraconservador, cuyo ejército de ocupación (80 mil efectivos) desapareció del mapa la ciudad de Grozny, capital de Chechenia, con bombas de racimo, misiles y cañonazos; violó, torturó y asesinó hombres, mujeres y ancianos, y produjo la muerte de 42 mil niños chechenos en edad escolar.

Sin descartar hipótesis sobre un eventual montaje o una inducción al copamiento del colegio facilitada por el gobierno de Vladimir Putin para justificar "su" guerra contra el "terrorismo internacional" (no se ha explicado aún por qué entre los secuestradores había "terroristas" que oficialmente estaban en prisión), y dejando a un lado consideraciones geopolíticas con eje en el petróleo y el gas natural del Cáucaso, así como los intereses oligárquicos de la "mafia rusa" y de multinacionales de la energía estadunidenses -en el marco de lo que Jalife-Rahme llama "la guerra de los oleoductos", incluido el guión del "choque de civilizaciones" huntingtoniano-, cabe aventurar una explicación sobre la interacción de esos dos terrorismos en Beslán, que no justifica lo que es un hecho condenable.

Los comandos chechenos actuaron guiados por una relación de amor-odio. A ellos también les mataron sus niños y el odio los llevó a golpear "lo mismo" en los rusos (ojo por ojo) y a entregar su vida a Dios. Eso no legitima su accionar terrorista, pero hay un matiz que los distingue de las tropas especiales rusas, que matan sin odio y sin amor, en obediencia a una orden "técnico-administrativo", tipo Auschwitz o campo de concentración, con un patrón que se repite en Duvrovka y en Beslán: la muerte de rehenes como forma de terminar la negociación. No hay rehén, no hay negociación. Con frialdad calculada, los muertos se asimilan al rubro "daños colaterales", en nombre de una guerra preventiva que enmascara una lógica de guerra permanente que trasciende al conflicto ruso-checheno; lo que para algunos alimenta la idea sobre una "despersonalización del poder" (o su "representación fantasmal") y para otros se reduce a acciones concretas, premeditadas, como en el ataque a La Moneda en el Chile de Salvador Allende o los actos genocidas de Hiroshima, Vietnam y las Torres Gemelas.

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