.. |
|
México D.F. Domingo 12 de septiembre de 2004 |
Fracaso de la guerra contra el terrorismo
Al
cumplirse tres años de los ataques terroristas que destruyeron
las Torres Gemelas en Nueva York, así como una parte del edificio
del Pentágono en Washington, y que marcaron el inicio de la guerra
de George W. Bush contra el terrorismo, el mundo constata el grave deterioro
de la paz y la seguridad internacionales, el retroceso en la vigencia del
derecho internacional humanitario y, lo peor de todo, la devastación
de dos naciones árabes, Afganistán e Irak, invadidas por
las fuerzas angloestadunidenses con el pretexto de perseguir a Osama Bin
Laden y a la red Al Qaeda, a quienes se les atribuye la autoría
del fatídico 11 de septiembre. En el caso de la invasión
a Irak, el gobierno estadunidense no dudó en mentir deliberadamente
a sus ciudadanos para justificar el derrocamiento de Saddam Hussein. Pero
al mismo tiempo, la comunidad internacional no ha sido capaz de evitar
que la mayor potencia imponga al mundo el engendro de la "guerra preventiva"
para atacar poblaciones e invadir territorios.
El combate al terrorismo sólo ha servido de pretexto
para aceitar la maquinaria bélica de Estados Unidos, que con todo
su poderío ha sido incapaz de controlar el territorio iraquí
luego de año y medio de ocupación militar. Ni siquiera ha
logrado consumar la rapiña, al no poder explotar como quisiera los
campos de petróleo ni repartir el botín entre las empresas
mercenarias. Por desgracia, ese fracaso no sólo se mide en mermas
económicas, sino, sobre todo, en la pérdida de vidas inocentes.
A los miles de muertos que dejó la invasión a Afganistán
a finales de 2001 se deben sumar los más de 11 mil iraquíes
víctimas fatales de los bombardeos de las fuerzas invasoras desde
marzo de 2003, hombres, mujeres y niños que nada tienen que ver
con los extremistas islámicos, con las milicias de la resistencia
iraquí ni con Bin Laden. Al igual que las 3 mil vidas segadas por
el derrumbe de las Torres Gemelas, los miles de muertos son víctimas
de la barbarie alentada por el jefe de la Casa Blanca y los halcones
del
Pentágono, y por el terrorismo de los extremistas islámicos.
Unos a otros se alientan para continuar con la espiral de violencia.
En el momento político que se vive en Estados Unidos,
la guerra contra el terrorismo no es sino un tema electoral que es usado
por republicanos y demócratas para medir las preferencias comiciales.
En la campaña releccionista del Partido Republicano, infundir temor
a la ciudadanía es una estrategia para promover el voto. Así
lo demostró el vicepresidente Dick Cheney cuando en días
recientes advirtió que una "mala elección" de los votantes
podría derivar en nuevos ataques contra el país.
Bush, por su parte, reiteró ayer en la ceremonia
de conmemoración del 11-S que "la guerra contra el terrorismo
continúa y nuestra determinación se sigue sometiendo a prueba.
Pero seguimos decididos y seremos pacientes hasta conseguir el éxito
de una causa justa". El cinismo y el fundamentalismo del mandatario se
igualan a los propósitos de los extremistas islámicos, que
también profieren amenazas apocalípticas contra Occidente;
ambos tienen la misma coartada para seguir atemorizando al mundo entero.
Cada día se hace más evidente que los trágicos acontecimientos
del 11 de septiembre de 2001 nada tienen que ver con la barbarie desatada.
El terrorismo es hoy por hoy una grave amenaza para la civilización
entera y no va a ser erradicado con más guerras.
|