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México D.F. Domingo 12 de septiembre de 2004

Carlos Bonfil

Festival de Cine de Montreal

En medio de especulaciones sobre lo que podría ser el Festival del Cine del Mundo (Festival des Films du Monde) en los próximos años, ya sea bajo la misma dirección de su fundador, el polémico Serge Losique, o la de algún nuevo promotor cultural o empresario, la edición número 28 de este evento transcurrió tranquilamente, sin mayores contratiempos, del 26 de agosto al 6 de septiembre, y presentó un total de 439 películas (245 largometrajes, 157 cortos, 14 medios) provenientes de 72 países. Dos tributos especiales: una retrospectiva al director yugoslavo Krsto Papic, y otra al griego Theo Angelopoulos, que culminó con la proyección de su cinta más reciente, El prado que llora (Eleni: la terre qui pleure), recuento de una pasión amorosa en el marco de la invasión del ejército rojo a Odessa, un evento que obligó a miles de refugiados griegos a regresar a su patria. Esta cinta se presentará el próximo domingo 19 de septiembre en la Cineteca Nacional en presencia del realizador.

Entre las cintas más destacadas del festival figuraron Sarabanda, de Ingmar Bergman, nueva mirada a la aguda observación de una pareja, hace 30 años, en Escenas de un matrimonio, con los mismos protagonistas, Liv Ullman y Erland Josephson; Días de campo, del chileno Raúl Ruiz, una larga conversación de dos ancianos en un bar de Santiago, donde todo se confunde entre la ilusión, la realidad y la muerte; El séptimo día, de Carlos Saura, sorpresivo regreso del director a una ficción vigorosa, con fondo de nota roja y brutalidad doméstica, una metáfora muy actual del delirio terrorista; Marmoulak, el reptil, del iraní Kamal Tabrizi, irreverente y divertida historia de un bandido, evadido de la cárcel, que burla a la justicia disfrazándose de religioso. Esta propuesta ha tenido serios problemas con la censura fundamentalista. Una vez más, Montreal es un lugar ideal para apreciar las cinematografías del lejano y medio oriente, y el tan menospreciado cine africano.

El cine coreano tuvo una relevancia particular con las cintas de Kim Ki-duk (La samaritana) y E.J-Yong (Escándalo indecible). La primera, una intensa mirada al amor filial y a los inesperados efectos de la lealtad moral entre dos amigas; la segunda, una adaptación novedosa de la novela Las relaciones peligrosas, del francés Laclos, con un gran despliegue de sensualidad y exuberancia. De Camboya, Rithy Panh, el director S-21: la máquina de la muerte, presenta un emotivo documental, Gentes de Angkor, sobre la vida cotidiana en un sitio turístico donde abundan las huellas y testimonios de un pasado político aterrador.

Sobresalen también dos documentales franceses, Te amo, yo tampoco, de la actriz y cineasta portuguesa María de Medeiros, sobre las turbulentas relaciones entre críticos de cine y directores. Un catálogo de exabruptos, júbilos, rencores, y amorosas muestras de dependencia mutua, con todo el amor-odio que pintorescamente despliegan ambos bandos en declaraciones espontáneas durante una edición del Festival de Cannes; y la larga exploración de Jacques Richard, El fantasma de Henri Langlois, tributo al padre de la cinefilia mundial, conservador celoso de materiales invaluables, director espiritual de la Nueva Ola, y animador, desde su creación, de la Cinemateca Francesa. Un documento imprescindible. Tres revelaciones más: la turca Esperando las nubes, de Yesim Ustaoglu; la japonesa Fuon, la queja del viento, de Yoichi Higoshi, y La novia siria, del israelí Eran Riklis (ganadora del Gran Premio de las Américas, primer galardón del festival).

La ganadora del premio de opera prima, el Zenith de Oro, fue la mexicana El mago, de Jaime Aparicio, tercera producción del CUEC (después de Rito terminal y Un mundo raro), fábula sentimental en una barriada de la ciudad de México, escenario del drama de Tadeo Acuña, mago de la calle, quien luego de descubrirse enfermo terminal inicia la recuperación de viejos afectos y la cabal valoración de todo lo que lo rodea. Un tributo al cine urbano de los sesenta y setenta, de Los caifanes a El profeta Mimí, con una sugerente fotografía de Diego Arizmendi y un tono general que sin poder evitar los lugares comunes del género, consigue una gran frescura en la concepción y manejo de sus personajes. Una sorpresa más en este variadísimo festival del extremo norte latino.

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