.. |
México D.F. Domingo 12 de septiembre de 2004
Rolando Cordera Campos
La madre de todas las batallas
Desde el principio, se trató de una mediocre guerra de imágenes. Recordemos: primero el cerro del Cubilete y la resurrección de la rebelión cristera. Luego, la santa comunión antes de la laica toma de posesión. Minutos después el Cristo Rey para culminar la proeza con la expulsión de Juárez de los salones presidenciales, discretamente recogido en el Palacio de Cobián. Ahora, reconocida como fue desde la tribuna del Congreso de la Unión como "clase política", se le convoca al "día de la Unidad Nacional", en medio del fuego cruzado desatado por los aliados más solícitos en aquellos días de fragor iconoclasta, ahora arrepentidos politólogos instantáneos que hablan de la necesidad de construir una democracia "operante que frene la caída de la competitividad" (Lorenzo Zambrano y Lorenzo Servitje, según El Universal, 10/09/04, p.1).
Unidad nacional propone el gobierno y recibe inmediata regañada de sus antiguos soportes de la patronal, mientras el presidente de la Suprema Corte atiza el fuego de la discordia, lanza ataques genéricos y equívocos y se arropa con la "majestad del derecho", cuando con sus dichos más bien sirve al derecho de una majestad desvencijada que no ve la suya ni la de los demás. Todo listo pues para una reconciliación insulsa que empedrará el camino del infierno de la disputa sin cuerdas y sin más límite de tiempo que julio de 2006, cuando la autodesignada clase política pretenderá llevar a México a otro nirvana de modernidad en medio de la devastación institucional y material por ella propiciada o permitida, para luego convocar a la reconstrucción nacional.
Mal andan la política y los políticos cuando se regodean con un término, "clase política", que recoge una enorme incongruencia: si para algo se ha querido que sirvan los políticos y la política moderna es para diluir, encauzar el conflicto de clases, para evitar que se convierta en guerra. Y ahora, en vez de eso, una clase más.
ƑDe qué se trata todo esto? No, desde luego, de doblegar a un populismo fantasmal que ni es dadivoso, ni lanza a la gleba contra sus explotadores, y más bien encuadra a sus simpatizantes en marchas gigantescas que sólo la paranoia más cerril puede describir como violenta por mal hablada. Para violencia anunciada, la del pasado primero de septiembre, no dentro sino fuera de San Lázaro.
No se trata tampoco de desbancar a un gobierno inepto, porque todos saben sumar y restar y esperan la fecha constitucional, tan sólo por aquello de los costos. No, lo que parece abrirse paso a medida que pasan estos días que solían ser de fiesta y autoelogio presidencialista, es la sensación de que el fin del régimen está cerca y que ni la "nueva" clase, ni la clase de siempre, ni la clase media profesional, ni la eclesiástica, saben cómo hacer su tarea de composición para evitar la desbandada.
Llegó Soros, vio y venció. Aparte de reconocer las buenas intenciones del Presidente, nos aleccionó sobre las "fallas estructurales" en la relación de poder. Según La Jornada, el magnate de la sociedad abierta habló de la conveniencia de "coaliciones de países democráticos en vías de desarrollo" para negociar con los más ricos. Pero no dejó pasar la oportunidad de darle una repasada al ineficiente Congreso mexicano al que el gobierno foxista "no ha sabido comprar, al no darle lo que pide a cambio de las reformas que necesita su administración" (10/09/04, p.3).
Clase política que no hace política, gobernantes que no gestionan, reformas que como el águila foxiana se quedan mochas. He aquí el panorama triste de este mediocre fin de fiesta. La madre de todas las batallas de la fe y el voto útil contra el autoritarismo y el exceso patrimonialista, por la equidad, la transparencia y el supercrecimiento se quedó en escaramuza de barandilla, rabieta patronal y pérdida de rumbo en el mar de la globalidad.
Tanta imagen se demolió, tanta institución se estigmatizó, tanto fuego nuevo se prometió, que el país se quedó sin memoria ni asideros, al garete, sin timón y rumbo a un vendaval de ruido donde sólo queda la sordera. No es lucha de clases lo que nos espera, porque para eso se necesita que haya clases y que luchen; no, lo que está ante nosotros como exigencia de la racionalidad instrumental y del derecho majestuoso, es la aceptación incondicional del dominio clasista al costo de lo que sea, hasta de esta "inoperante" democracia que no les hace a los negocios los servicios que se acostumbraban. Aquellos, parece que eso sí se recuerda, sí que eran unidad nacional y populismo del bueno... éste, sombras nada más, por eso hay que espantarlo.
šAh!, pero la elegante familia nacional va: 130 enjundiosos diputados de todos los partidos se juntaron para hacernos las 30 reformas "para el avance de México" y el día de la unidad empezarán su visita de las siete casas por el Consejo Coordinador Empresarial, para luego tomar el té con el secretario Creel y ver si el secretario Gil Díaz tiene algún campito (La Crónica, 10/09/04, p.1).
ƑHappy end? Tal vez, pero de una clase de cartón que no resistió el mal de montaña. Guerra florida no, pero qué tedio...y cuánto desperdicio.
|