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México D.F. Viernes 9 de julio de 2004
DESVANECIMIENTO DE LA JUSTICIA
El
juez cuarto de justicia militar, Domingo Arturo Salas Muñoz, decretó
ayer un auto de libertad "por desvanecimiento de datos" a favor del general
Arturo Acosta Chaparro, en relación con el juicio que se le sigue
por el homicidio de 22 campesinos guerrerenses en el contexto de la guerra
sucia emprendida por el gobierno mexicano en los años 70 contra
guerrilleros y disidentes políticos y sociales. El militar no saldrá
libre, porque además está sentenciado, junto con el también
general Francisco Quirós Hermosillo, por vínculos con el
narcotráfico, pero la determinación de la justicia militar
de no juzgar a ese y a otro uniformado -el mayor Francisco Javier Barquín-
por las atrocidades represivas perpetradas en décadas anteriores
constituye un signo ominoso, porque alienta la impunidad, y debe ser vista
en un contexto en el que, más que los datos del proceso referido,
lo que parece desvanecerse es la perspectiva de hacer justicia.
El más obvio elemento de ese contexto es la reciente
declaración -pareció críptica entonces, resulta transparente
ahora- del secretario de la Defensa, general Ricardo Clemente Vega García,
quien habló, en términos vagos, de la necesidad de "perdonar".
A la luz del favor recibido por Acosta Chaparro es inevitable suponer que
el juez Salas Muñoz interpretó las recientes palabras de
su superior jerárquico como una orden.
Unos días antes, en el ámbito de la justicia
civil, el quinto tribunal unitario de lo penal otorgó un amparo
a Luis de la Barreda Moreno, quien fuera titular de la desaparecida Dirección
Federal de Seguridad y que, con Miguel Nazar Haro, actualmente preso en
Monterrey, es señalado por la Fiscalía Especial para Movimientos
Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) como presunto responsable
de la desaparición forzada de Jesús Piedra Ibarra.
Ayer, mientras la justicia militar decretaba "el desvanecimiento
de datos" en la acusación contra Acosta Chaparro, el presidente
nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Roberto Madrazo
Pintado, formulaba un apasionado alegato a favor de la impunidad para los
delincuentes -civiles o militares- que, en pleno auge del presidencialismo
priísta, ordenaron y ejecutaron el secuestro, la tortura y el asesinato
de cientos o miles de ciudadanos. El líder tricolor arguyó
que la procuración e impartición de justicia para los numerosos
y graves casos de violaciones a los derechos humanos perpetradas desde
el poder público en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría
y José López Portillo es peligrosa "para un país cuyas
instituciones hoy en día están tan lastimadas, tan vulneradas;
que vayamos a ahondar en un problema todavía más profundo
con el Ejército".
La vergonzosa alocución de Madrazo Pintado parece
una respuesta al compromiso adoptado ayer por el titular de la Femospp,
Ignacio Carrillo Prieto, ante el comité ciudadano de esa dependencia,
de pedir consignaciones de alto nivel -entre las que podrían estar
las de Luis Echeverría y de su ex secretario de Gobernación,
Mario Moya Palencia- el próximo día 15.
Desde luego, las argumentaciones a favor de la impunidad
basadas en una supuesta "preservación de las instituciones" y de
un presunto afán por evitar una mayor descomposición política
resultan falaces e incluso perversas, porque la estabilidad institucional
no puede fundamentarse en crímenes irresueltos perpetrados desde
el poder político, y el perdón no puede otorgarse a ciegas,
sin haber esclarecido previamente los actos que podrían -o no- ameritarlo.
La consolidación institucional del país requiere que se vaya
a fondo en el conocimiento puntual de lo ocurrido en los sótanos
de los aparatos represivos del gobierno, en las zonas militares, en las
cárceles clandestinas que tenían a su cargo Nazar Haro y
De la Barreda Moreno y en los vuelos de la muerte que partían de
la base aérea de Pie de la Cuesta, en el curso de los cuales fueron
arrojados al mar unos 150 cadáveres de víctimas de la represión
militar.
Las fuerzas armadas, al igual que el resto de las instituciones,
deben limpiar su prestigio, y para ello es indispensable que sancionen
a sus elementos delictivos que participaron en tales acciones, independientemente
de su rango. Es bochornoso que funcionarios del Poder Judicial "amparen
y protejan" a presuntos torturadores y asesinos que jamás otorgaron
a sus víctimas la posibilidad de un juicio de amparo. Es preocupante,
para finalizar, que el presidente nacional del PRI se manifieste por la
impunidad para altos funcionarios de ese partido, porque ello sólo
puede interpretarse como una profesión de fe represiva y violatoria
de los derechos humanos, de la que los priístas consecuentes y honestos
debieran deslindarse cuanto antes.
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