Vivir en prisión hace que ''uno se acostumbre a todo''

Epigmenio León narra su encierro injusto a La Jornada

''No soporto a los escritores que escriben sobre espejos, porque más allá de sus días no tienen nada qué contar. No pienso escribir sobre mis días en prisión, la próxima semana me integro de nuevo a Tierra Adentro. Lo más que puedo decir es que uno se acostumbra a esto, que uno se acostumbra a todo".

Así sea por el teléfono, las palabras de Epigmenio León resuenan con la contundencia de quien ha vivido, sobrevivido, se podría decir, a un encierro injusto de casi cinco meses en el Reclusorio Norte.

El largo proceso penal fue seguido en múltiples notas que sobre el caso se han publicado. Los comentarios giran invariablemente en torno de los mismos hechos que ocurrieron con inusitada rapidez.

El 12 de febrero pasado, Epigmenio León fue detenido, junto con el escritor Gerardo Sifuentes Marín, y remitido al Ministerio Público por elementos de la Policía Preventiva del DF, sin otra justificación que la de tener aliento alcohólico. Horas más tarde los acusaron de haber robado dos espejos retrovisores de un automóvil. El 14 en la madrugada fueron trasladados al Reclusorio Norte y siete días después la titular del juzgado 42 les dictó auto de formal prisión.

Desde el principio miembros de la comunidad artística reclamaron su liberación y adujeron que su detención obedecía al afán de los policías por hacerse acreedores de la recompensa que la Secretaría de Seguridad Pública capitalina otorga a sus elementos por ''capturar transeúntes".

Como informó La Jornada, a las 23 horas del pasado martes León Martínez fue absuelto y liberado por falta de pruebas. Sifuentes había recobrado su libertad el 26 de mayo.

Demostraron ser inocentes

Epigmenio León, comunicólogo, escritor, guionista, traductor del alemán y jefe del difusión de la revista Tierra Adentro, considera que su ocupación no los ayudó: ''Fuimos tratados de igual manera; las audiencias se efectuaron en el tiempo programado", el proceso se siguió de manera normal, no hubo un trato especial. Demostramos que somos inocentes".

Sin embargo, ''nuestra estancia inimaginable: estuvimos 11 días en la zona de ingreso, de ahí fuimos transferidos al dormitorio 2, el cual es de protección, convivimos con verdaderos esbirros de la maldad, pandillas de verdaderos maleantes, granujas que peleaban e intimidaban a todo el mundo para quitarles un peso".

León está tranquilo, sin tristeza, y es que ''uno se acostumbra a esto, a vivir entre este tipo de gente, a vivir tras las rejas y a vivir con seis en una celda.

''Se acostumbra a comer lo que le traigan, se acostumbra uno a todo."

Su ingreso a prisión respondió a una combinación de factores: desde la presión a las instituciones policiacas por demostrar el combate a la delincuencia, hasta el actuar de cada uno de sus elementos. ''La noche que nos detuvieron hubo un asalto y había tres policías amagados, yo supongo que tenían que justificar que hacían algo y detuvieron a alguien".

Y de todo se aprende. Ante las burlas de los demás reos ''preferí no hacer amistad; me he apartado un poco, pero he aprendido a vivir con ellos, a hablar con ellos, a usar sus jergas, a actuar en defensa propia. Aquí se la rifan por un peso, que en la calle es nada, pero allí lo es todo".

''Sufrí mucho, pero creo que gané en carácter, ahora evalúo la vida de otra manera. Quienes me venían a ver me traían literatura sobre presos y me parece bastante fantasiosa, lejos de lo que realmente se puede vivir aquí."

Schopenhauer y Nietszche fueron materiales de lectura en la prisión, ''mucho pesimismo que endureció mis posturas". Los ruegos a Dios no, la vida es un sinsentido, pedir a ayuda a Dios es como creer en las caricaturas; ''y no pude, pero siempre tuve la certeza de que esto terminaría".

Cuando algunos sectores se quejan de la inseguridad y se piden castigos más severos, León habla de su condición -aunque por error- de presunto delincuente, pues de llegar a condenárseles, sería por 11 años: ''No creo que con penas de 50 años se pueda erradicar la delincuencia. Es un problema de fondo y debe atacarse por otras vías, pues tiene que ver con factores económicos, educativos".

Por otra parte, al escritor le impresionó ver que había ''tanta gente que se sumaba a nuestra causa, que reclamaba el ilegal encierro que se cometía, sin ellos no se habría logrado nada de esto. Da gusto ver que la comunidad intelectual, los escritores jóvenes, se pueden organizar".

JORGE RICARDO Y FERNANDO CAMACHO