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México D.F. Domingo 20 de junio de 2004
Carlos Bonfil
Dorothy Azner en la Cineteca
El ciclo Directoras en una industria masculina que inicia la Cineteca Nacional el próximo martes, incluye una breve retrospectiva (seis películas, entre 17 -algunas inéditas en México) de la realizadora hollywoodense Dorothy Arzner, considerada en los años 30 pionera del cine de mujeres, y cuyo principal antecedente femenino detrás de las cámaras fuera Lois Weber, notable directora del cine mudo. La oportunidad de apreciar estas cintas es única, pues se trata de préstamos temporales de los archivos de la Universidad de California en Los Angeles, institución para la que trabajó la propia Arzner al dar por concluida su incursión en la dirección fílmica en 1943. Aunque varias de estas películas llegan sin subtítulos, cinéfilos, estudiosos y público en general tendrán la ocasión de descubrir, en buenas copias, un talento muy peculiar, capaz de combinar el buen olfato comercial y la inquietud de colocar en primer plano a personajes femeninos independientes, dueños de las situaciones, cómodamente instalados en la liviandad y en el desenfado sexual. Al ciclo lo completa una retrospectiva de la mexicana Matilde Landeta (La negra Angustias, Lola Casanova), realizadora que, como Arzner, enfrentó múltiples obstáculos para hacerse aceptar en la industria masculina, distinguiéndose también por su larga trayectoria previa en las salas de montaje.
Dorothy Arzner tiene su primer gran éxito con el montaje de Sangre y arena, de Fred Niblo, con Rodolfo Valentino, y posteriormente como editora, y en ocasiones guionista, de películas de James Cruze, hasta conseguir en 1927 su primera asignación como directora en Fashions for women. En el tránsito del cine silente a los primeros filmes sonoros, la directora ensaya un diálogo ágil y chispeante, semejante al de la guionista Anita Loos, entonces en boga, y procura en cintas como Honour among lovers (1931) los matices de la comedia sofisticada, emulando el estilo del alemán Ernst Lubitsch (The marriage circle, 1924; The love parade, 1929), al punto que algunos críticos no vacilan en hablar de un "Arzner touch", ese toque atribuido a Lubitsch, en una versión femenina más contenida.
A pesar de haber trabajado con las grandes figuras de la época (Clara Bow, Joan Crawford, Katherine Hepburn, Rosalind Russell, Claudette Colbert), lo destacable en el trabajo de Dorothy Arzner no es ciertamente la dirección de actores, ni tampoco la estilización en los decorados, a menudo pedestres, sino la construcción de personajes femeninos que en unas cuantas escenas eclipsan a sus parejas masculinas, tan elegantes como inocuas (Frederic March, la más recurrente), con el vigor de una actitud desafiante y autónoma. Judith Wood en Working girls (1931), protegiendo y dirigiendo a su hermana tonta en las estrategias de la conquista amorosa, o Claudette Colbert en Honour among lovers, como la secretaria eficaz que alterna ventajosamente con mujeres de sociedad en sus nuevos lances seductores, toda una delicia, o Ruth Chatterton variando sus registros histriónicos, de madre abnegada en Sarah and son a mujer determinada y belicosa en Anybody's women. Otros títulos de Arzner incluidos en el ciclo: The wild party y Merrily we go to hell. Dos grandes ausencias: Christopher strong/Hacia lo eterno, con Katharine Hepburn, 1933, y The bride wore red/Matrimonio y señorío, con Joan Crawford, 1937.
Predomina en los personajes femeninos de Arzner una noción de heroísmo -desafiante incluso en medio de una pretendida resignación-, y el elogio de una superioridad moral frente a voluntades masculinas empeñadas en rebajar las ambiciones de sus compañeras. Dorothy Arzner, siempre más notable por su manejo del ritmo y el espacio como editora, que por sus aciertos frente al trabajo de sus actrices, a menudo desaprovechadas, tuvo que adaptarse a las líneas impuestas por el sistema de estudios donde consiguió trabajar y sobrevivir durante dos décadas. Sus posibilidades de cuestionamiento y transgresión, reconocidas por historiadoras de cine feministas, tuvieron que canalizarse de modo discreto, con múltiples concesiones en finales felices, y a través de un deseo potencialmente subversivo que culmina en la aceptación del deber conyugal o en la erradicación de cualquier tentación adúltera. El llamado toque Arzner es, en realidad, la exploración de esa actitud femenina, voluntariosa y temeraria, que luego conocerá versiones más redondas en el cine de George Cukor (Sylvia Scarlett, 1935) o en el de Howard Hawks (Ayuno de amor, 1940), estupendos observadores del comportamiento femenino. Dorothy Arzner es sin embargo la pionera indiscutible, la directora responsable de algunos primeros brotes de desorden en el paraíso hollywoodense. Del 22 al 27 de junio en la Cineteca Nacional. [email protected]
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