México D.F. Domingo 20 de junio de 2004
El pianista, ganador de casi 20 concursos internacionales,
lamenta la crueldad de éstos
Con la globalización todo está sujeto
al marketing, incluso la música: Perianes
Afirma aspirar a que la gente salga de sus conciertos
con una experiencia nueva
ANGEL VARGAS
A sus 25 años, el pianista Javier Perianes es considerado
uno de los monstruos de la nueva generación musical en España.
Su currículum es impresionante, con cerca de una veintena de concursos
y premios obtenidos tanto en su país como en el resto de Europa.
La fama comienza a cobijarlo de manera generosa, merced
a sus continuas presentaciones en todos los puntos de la península
ibérica, así como por la invitación que hace un mes
le hizo Daniel Barenboim, uno de los más grandes pianistas de nuestra
época, para que estudie y trabaje a su lado.
Tan favorables circunstancias no han hecho mella en la
modestia del intérprete, quien anda con pies de plomo, sin mayores
ambiciones que "continuar siendo feliz haciendo música", según
él mismo afirma.
De visita fugaz por México, donde ofreció
sólo un recital, el viernes pasado en el Centro Cultural de España,
Perianes aceptó charlar con La Jornada, encuentro en el que
habló de su fortuna y de las implicaciones de la música en
su vida.
-¿Tanto premios ganados han de pesar mucho en la
carrera de un artista?
-El mundo de la competición y de los concursos
internacionales de música, cuando se miran con cierta perspectiva
y con la particularidad de haber tenido cierto éxito, son en su
mayoría un atentado artístico. ¿Por qué? Porque
se pone a la persona a un nivel sobrehumano de presión y exigencias
técnica y artística absolutamente diferentes a la que se
producen en el ámbito profesional.
"La
pianista española Alicia de la Rocha dice que a la música
y a los intérpretes de hoy les falta humanidad. La globalización
nos ha afectado en todos sentidos. La música no es la excepción
y, como parte de ese nuevo modelo, los músicos jóvenes tenemos
que pasar por concursos para darnos a conocer. Esa es la única triste
manera de llamar la atención."
-Esa visión parece no concordar con alguien que
ha resultado favorecido por ese esquema.
-Es cierto, cualquiera que me escuche se preguntará
cómo es que puedo hablar en esos términos si soy uno de los
grandes beneficiados. La afirmación, más que vanidosa, es
realista.
"Lo cruel de los concursos es que en ellos se fijan en
todo y no perdonan un error. No debe olvidarse que el discurso musical
es primero humano y luego metafísico. La música debe acercarnos
a Dios, no a lo terrenal, pero aún así uno es falible."
-¿Cuánto pesa ser considerado un prodigio
e incluso "un nuevo Claudio Arrau"?
-Es una exageración. No hay que olvidar que ésta
es una época en la que todo está sujeto al marketing.
Hay que tener la cabeza fría y los pies bien puestos con las declaraciones
explosivas de los críticos. Mucho de lo que se ha dicho de mí
me parece un toque de platillos.
"Lo que me interesa es que la gente salga de mis conciertos
con una experiencia nueva, que sea diferente a cuando entró en la
sala. Hay que tener la conciencia de que ese prodigio se debe a la música.
El intérprete es sólo el médium por el que pasa la
magia del sonido, si bien hay que buscar dejar una impronta. El músico
debe aprender a desprenderse de ese halo de divo y prepotencia que lo envuelve
en la mayoría de los casos."
-¿Considera usted que para llegar adonde está
ahora ha debido sacrificar parte de su vida; la infancia, por ejemplo?
-Todos debemos sacrificar algo en algún momento
de nuestra vida. No me considero especialmente especial ni especialmente
afortunado. La única fortuna que tengo es el regalo de Dios de mi
familia y mi pareja. Ellos me proporcionan ese gran bien que es el equilibrio.
No aspiro ni a ser especialmente brillante, pero tampoco oscuro.
"Me parece cruel esa imagen estereotipada del músico
como eremita. Es algo falso, aunque estoy de acuerdo que trabajar en la
música implica una especie de sacerdocio. Reconozco que cuando era
más chaval, en vez de irme a jugar con mis amigos al futbol me la
pasaba ensayando. Pero no por ello me siento desdichado ni marginado. Tuve
la infancia que escogí."
-¿Cómo aprecia que es valorado el piano
en esta época en que se cuestionan muchos de los formatos que han
regido la música durante los siglos XIX y XX?
-Los compositores siguen pensando y componiendo para el
piano de manera especial, pero no con esa fijación con la que se
compuso en la época de Schumann, Liszt, Chopin o Brahms, cuando
sí era el gran instrumento. Hay una revolución silenciosa
en la música, en la que comienza a cuestionarse la necesidad de
cambiar modelos y formatos; por ejemplo, el de las orquestas sinfónicas.
-¿Hasta qué punto repercute este vertiginoso
éxito de su carrera en una exigencia desmesurada del público?
-Si me dejara guiar por toda las afirmaciones que hacen
de mí, sinceramente no podría vivir ni estar tranquilo. Si
esperan encontrar en mí a un virtuoso del siglo XXI, están
equivocados. No creo en ese tipo de músicos-espectáculo.
Creo más en el tipo de pianistas de los años 30 del siglo
pasado.
"Eso de llegar a una sala a tocar las obras más
difíciles que se han escrito mecánicamente, no técnicamente,
para dejar el mundo sorprendido, no me parece que conduzca a lugar alguno.
"Como dice Alicia de la Rocha, hay que regresar al concepto
del pianista romántico, no para hacer música romántica,
sino por el pianista auténtico, el músico de verdad, que
trabaja, que se encierra, pero que está conectado con el mundo,
que sabe de los problemas de su tiempo. Sin cultura no puede hacerse música.
"El maestro Barenboim, por ejemplo, es un activista político,
pero él lo ha conseguido todo artísticamente. No puedo ni
aspiro por ahora a hacer lo mismo. Me interesa hacer música, pero
eso no significa que sea irresponsable con mi realidad".
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