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México D.F. Domingo 13 de junio de 2004
Rolando Cordera Campos
ƑEl mundo en peligro?
Los astros se conjugaron en Sea Island, Georgia, y Marte y Venus se dieron la mano. Europa no es tan vieja, después de todo, descubrió el presidente Bush, y elogió a la cocina francesa. Chirac se enamoró de las cheese burguers y charló en corto con el impetuoso césar americano. Así concluyó la reunión de los siete más uno y el mundo sigue en pos de una paz eterna plagada de guerras sin término y destrucción sin descanso de su entorno natural y social básico.
Los ricos más ricos y su acompañante permanente, el oso ruso, registran la existencia de los pobres del mundo y el presidente de Francia propuso la idea de impuestos mundiales para el desarrollo, pero no alcanzó consenso. Para Bush se trata de una idea "audaz" y para los demás, tal vez con la excepción de Francia o España, lo principal es lo que los países pobres hagan por ellos mismos para atraer empresas y capital privado. Nada estremecedor, salvo el giro un tanto resignado hacia la convergencia con el poder americano, sin empezar a resolver en serio el nudo envenenado del Medio Oriente e Irak. (La Jornada, 11/06/04, p.30. El País, 11/06/04, p.2).
Construir una globalización que asuma sus dimensiones sociales, con propósitos de equidad, solidaridad, abatimiento de la pobreza, es un objetivo proclamado como universal por Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero sus metas para el milenio distan mucho de estar al alcance del planeta. No en balde Kofi Annan advirtió en septiembre pasado que la organización vivía una encrucijada angustiosa. La "cumbre exitosa", como la califició el presidente estadunidense, no dio visos de que esa encrucijada pueda superarse pronto y bien. En realidad, lo que parece más probable es que se agudice si el hoyo iraquí se prueba más profundo de lo que hoy parece, y la simulación pacificadora impuesta por la coalición da lugar a un gobierno interino interminable y a una democracia de fachada con la que se otorgue una validación inaceptable de la ONU a la invasión injustificada dirigida por Estados Unidos.
Más que de una coyuntura difícil para la globalización buscada por los grandes, habría que hablar de un momento histórico decisivo cuyo desenlace está por delante y sin terminal precisa. De esto nos habla con angustia y compromiso "Por una globalización justa: crear oportunidades para todos", texto elaborado por una Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización, atinadamente convocada por la Organización Internacional de Trabajo (OIT). (El documento está ya en la respectiva página web).
En su prefacio, Tarja Halonen, presidenta de Finlandia, y Benjamín Williams Mkapa, presidente de Tanzania, adelantan lo que quieren: una globalización justa e incluyente, que haga del mundo un lugar más justo, ético, integrador y próspero para las mayorías. Es decir, que la globalización se dé vuelta sobre sí misma y las estructuras que le dan forma y sentido sean lo que hasta hoy no han sido.
Empresa de gigantes, pero son las personas, la gente común del mundo, la única capaz de imprimir a la historia global otra dirección. Sin su concurso, insisten los ponentes de esta magnífica contribución, el curso planetario no puede ser otro que una profundización de los desequilibrios existentes, mayor segregación social dentro y entre las naciones y cada vez más acusadas tendencias a la inestabilidad política, al recurso a la violencia y a la degradación ambiental.
Por apocalíptico que pueda parecer en este país del estancamiento estabilizado, se trata de un escenario asumido con propiedad y, claro, a su modo, por el Banco Mundial y su presidente, como hizo en su momento el presidente Clinton y lo hacen algunos líderes de las cúpulas de la riqueza y el poder, que cada año se dan cita en Davos, no para homenajear a Thomas Mann, sino para revisar balances y estados de resultados y tomar nota del griterío de al lado, que no ceja ni se arredra.
El debate sobre el vuelco mundial parece haber llegado a un impasse que sofoca la deliberación cuando más se la requiere. Advertir sobre esto, no es mérito menor del trabajo que comentamos. Mucho menos desde nuestra pasmada perspectiva.
Revisar dichos y conceptos sobre una realidad móvil y compleja, plagada de acechanzas y malas sorpresas, es condición obligada para superar mitos y mistificaciones, pero también visiones extremas y sin salida, como las que han rodeado y pervertido en parte este formidable relato de la historia presente.
Si la globalización es asunto humano y en buena medida producto de omisiones, decisiones y proyectos políticos y sociales; es decir, si la globalización no es un fenómeno natural sino histórico, es preciso, se nos propone, saber cómo lo perciben las gentes. Qué opinan de sus efectos los habitantes y los gobernantes, cómo lo juzgan y lo proyectan.
Muchas voces captaron los autores del estudio, algunas para incitar a su lectura: la globalización es "una ola gigante que nos alcanzó cuando dormíamos en la orilla", que nos ha traído la "sensación de que vivimos en un mundo extremadamente vulnerable a cambios que no podemos controlar" y que se percibe, urbi et orbi, como amenaza a la seguridad y el empleo, a la supervivencia de formas productivas empleadoras por excelencia y que, más allá de sus promesas infinitas de cambio técnico y cultural, hoy nos arroja saldos inaceptables de desigualdad dentro y entre los países, y cuotas de pobreza y empobrecimiento que no se compadecen con el discurso optimista que la ha acompañado hasta la fecha.
Darle un sentido social y una dimensión histórica a esta complejidad que se nos presenta como un golem sin control ni destino, es misión de la academia, la prensa y la política, de las comunidades cívicas y culturales, así como de los organismos internacionales, como la OIT, con que la sociedad internacional todavía cuenta para mantener sus sueños de un gobierno mundial democrático y de un planeta sustentable y justo, equitativo. A esto se nos convoca con urgencia en el documento de la comisión.
Recoger esta invitación, debería ser tarea primaria del espíritu público nacional, tan ensimismado en su propia margarita democrática, tan joven y tan marchita. En vez de confundir la barandilla del MP con el foro y el parlamento, y antes de revivir la nefasta conseja de "que todas las formas de lucha son legítimas". Para vivir y sobrevivir la globalización se necesita mucha democracia, más ley y mucho más derecho y no menos. Mucho menos sopletes, garrotes o machetes. El mundo está en peligro, pero por ese sendero nosotros llegaremos primero al círculo dantesco.
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