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México D.F. Lunes 17 de mayo de 2004
La ovación más sonora, para la
cantante y actriz María Victoria
Desaprovechan en La Florecita un toreable encierro
de Rodolfo Vázquez
Aviso y vuelta para El Cuate Espinosa Aviso
y pitos para Juan Vela Otro lleno
LEONARDO PAEZ
Mientras que a Julio Téllez, productor, director,
copatrocinador, conductor y promotor del programa de relaciones públicas
taurinas Toros y toreros, de Canal Once, Enrique El Cuate Espinosa
le brindaba la muerte de su segundo toro, esperanzado, antes que en hacerse
torero importante, en salir siquiera unos segundos en dicha emisión,
un aficionado al futbol tanto como a los toros me preguntó: ¿Ya
sabes cuál es el nuevo apodo de Rafael Herrerías?
-Claro que no. ¿A poco tiene apodos?
-Bastantes, y la mayoría relacionados con su pobre
nivel de desempeño como promotor más que con su agrio carácter
-respondió.
-¿Y qué apodo nuevo es ese? -inquirí.
-El Chanoc -anunció, seguro de que entendería
la razón.
-¿Por qué El Chanoc?
-Hombre,
pues porque ya acabó con los Tiburones de Veracruz -y soltamos la
carcajada.
En efecto, a casi dos años de que el gobernador
Miguel Alemán Velasco, congruente con esa extraña generosidad
hacia sus hombres de confianza, sean o no capaces en el desempeño
de sus responsabilidades, nombrara a Herrerías presidente del equipo
de futbol Tiburones Rojos de Veracruz -aunque el nominado se apresurara
a declarar que él es "el único dueño del equipo",
con 80 por ciento de las acciones, y el gobierno estatal con el 20 restante-,
el todavía metido a promotor taurino logró igualar su récord
como empresario de la Plaza México: llevar a su, de ellos, de ambos,
de todos, de nadie, equipo Tiburones Rojos de Veracruz ¡al último
lugar de la tabla general del campeonato de futbol!, en desbocado alarde
de ineptitud indiscutible.
Sin embargo, los aficionados a los toros y al futbol pueden
estar seguros de que tendrán Chanoc para rato, pues aunque
como promotor no dé una, como hombre de confianza sí, al
menos para seguir acabando con toros, tiburones y cuanta fauna lo pongan
a promover.
En la quinta corrida de la minitemporada que patrocina
un brandy en la plaza La Florecita, de Ciudad Satélite, la combinación
no pudo ser más bizarra: los apuestos toreros Enrique El Cuate
Espinosa y Juan Vela para estoquear un cómodo, disparejo de
presentación y colaborador encierro de Rodolfo Vázquez, cuya
ganadería del mismo nombre fue fundada en 1989, con vacas y sementales
de Yturbe Hermanos.
Abrió plaza Día nublado, con menos
cara y trapío que las reses lidiadas en los anteriores festejos,
tomó una vara sin recargar y tras echarse el capote a la espalda
El Cuate quitó con lucimiento. Clarote, repetidor y con recorrido,
aunque soseando, llegó el torito a la muleta, y Espinosa a recetarle
derechazos a rajatabla. Por fin, tres no sólo con temple y ligazón
sino sentidos, imprimiendo algo más que técnica, muy bien
rematados. Se desconcentró e interrumpió la faena al intentar,
tardíamente, torear por naturales. De pinchazo y entera se deshizo
del primero que traía la oreja con alfileres.
Con su segundo, Perla Negra, brocho de cuerna y
hondo de caja, El Cuate pudo soltarse en despaciosas verónicas
y torero recorte. Sin reparar en el exceso de kilos del astado, Enrique
permitió que le dieran fuerte en un puyazo, cuando lo indicado era
señalarlo apenas. Muy débil pero con claridad llegó
el de Rodolfo Vázquez a la muleta, lo que permitió al Cuate
derechazos en cámara lenta y dos naturales de salón.
Dejó una estocada caída y luego de diez golpes de descabello
y un aviso tuvo ánimos para dar una vuelta con todo y diana. Pero
la técnica, la intuición y el celo de su maestro y fallido
promotor Manolo Martínez, no se le vieron.
De Juan Vela puede decirse poco. Diestro barbilindo pero
sin arrebatarse en ningún momento, enfrentó primero a Kiki,
con ofensivos pitones pero escurrido de carnes, al que recibió con
templadas verónicas. Luego lo masacraría en cinco puyazos
para con la muleta evidenciar la corta embestida -consecuencia lógica
de un castigo sin criterio- y despacharlo de estocada en lo alto.
Con el cuarto de la tarde, Ferruco, mal bregado
por la peonería, mayoritariamente desde el callejón, que
empujó en un puyazo y dejaba estar al torero por el derecho, Vela
escuchó incluso gritos de ¡toro!, más por aburrición
que por convicción. Tras un pinchazo y una estocada contraria, también
le tocaron un aviso. Si ser torero consistiera en verse bien de luces...
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