México D.F. Lunes 17 de mayo de 2004
JAZZ
Antonio Malacara
Segundo Festival de Jazz en Morelia
Abrió el Cuarteto de la Universidad Michoacana
y siguió Cráneo de Jade
PARA LA TERCERA y última conferencia de
este festival estaba programado Alain Derbez, pero tampoco llegó;
aunque a diferencia de don Germán Palomares, Alain avisó
un día antes que no venía, y así la frustración
no tomó por asalto a los organizadores, quienes han tenido que hacer
verdaderas proezas para mantener a flote este barco, al menos en lo referente
a las conferencias y las clases maestras.
EN
LO QUE RESPECTA a los conciertos, las cosas han sido totalmente diferentes,
pues si bien es cierto que desde hace tiempo existe en Morelia un buen
número de jazzófilos, entre los objetivos primordiales
del certamen figura la formación de nuevos públicos para
las diferentes vertientes del jazz, y esto, en honor a la verdad, se está
logrando de manera evidente.
LAS PROPUESTAS DE ESTE VIERNES fueron de polo a
polo. Primero, a las seis de la tarde, el Cuarteto de Jazz de la Universidad
Michoacana se presentó en el auditorio del Colegio de San Nicolás.
El grupo está integrado por veteranos maestros que, una vez retirados
de las orquestas sinfónica y de cámara de esta ciudad decidieron
dar rienda suelta, y de tiempo completo, a sus inquietudes jazzísticas.
SU REPERTORIO, integrado por los grandes standars
de la llamada "era dorada del jazz", dejó literalmente encantados
a los 100 o 150 profesores que llenaron la sala (aquí se aprovechó
el festival de jazz para festejar el Día del Maestro). Cada una
de las piezas fue acompañada por las palmas de los animados asistentes,
quienes después aplaudieron y ovacionaron al cuarteto. Por primera
vez en el festival se hizo regresar (y por dos ocasiones) a un grupo para
el famoso encore, y Guadalupe Herrera (sax alto), Antonio Ugalde
(piano), Serafín Flores (batería) y Román Herrera
(bajo) deleitaron nuevamente a sus fanáticos con dos jarabes de
la misma farmacia: Take five y La marcha de los santos.
EN LA NOCHE, ya en el claustro de una impresionante
y colonial construcción que funciona como Casa de la Cultura, asistimos
a lo que podría ser la antítesis de lo escuchado en San Nicolás.
Los iconoclastas de Cráneo de Jade fueron a recetarnos (y a recetarse)
una nueva dosis de free jazz. Antes, chirimía en mano, Remi
invitó al público a arrimar sus sillas al escenario; todos
le tomaron la palabra.
LOS SONIDOS de la pequeña flauta y los bordes
de la tarola emprendieron un primer avistamiento de la realidad interior
en cada uno de los oficiantes y, al parecer, los tres se encontraron sumamente
meditativos, reflexivos. Aarón Cruz construyó sus consabidos
rascacielos acariciando el contrabajo eléctrico. Hernán Hecht
estalló en implosiones de enorme delicadeza, sus beats, sus
latidos se hilvanaron... ¡carajo!, cómo decirlo: ¡del
corazón a la batería!
LOS MUSICOS AUSCULTARON el alma del trío.
Como siempre, ellos tocaron para sí mismos, todo lo que suceda después
es ganancia. Lo demás es silencio. Ni ellos mismos saben lo que
va a salir de su interior; medio segundo antes de emitir el sonido lo descubren,
y lo comparten. Esa noche los chamanes anduvieron sueltos y se aventaron
la paloma con Cráneo de Jade y cautivaron a los asistentes, muchos
de los cuales están descubriendo apenas la magia que se puede generar
del free. Lo agradecen haciendo regresar al grupo en una inusitada
solicitud de encore. Remi se acerca al micro: "¿De veras
quieren otra?" La ovación lo confirma. Nosotros no damos crédito,
pero no nos ponemos a pensar en los porqués, preferimos sumergirnos
en los aires funk con los que el Cráneo agradece el milagro de la
comunión.
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