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México D.F. Jueves 15 de abril de 2004
CUBA: CONFUSION E HIPOCRESIA
La
titubeante actitud del gobierno mexicano en lo relacionado al voto que
nuestro país emitirá en Ginebra en el contexto de la resolución
de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de Naciones Unidas sobre
Cuba ha alcanzado niveles bochornosos, pues las principales autoridades
federales no han sido capaces de informar con claridad a la ciudadanía
cuál es la posición oficial a este respecto.
Por su parte, el secretario de Relaciones Exteriores,
Luis Ernesto Derbez, indicó desde Paraguay que el gobierno foxista
ve con buenos ojos la posibilidad de que Cuba acepte la visita de un relator
de derechos humanos de la ONU a fin de constatar de manera directa la situación
de las garantías fundamentales en la isla gobernada por Fidel Castro.
Con ello, Derbez estaría avalando al menos parte de la propuesta
sobre Cuba formulada por Honduras, a instancias de Estados Unidos, lo que
equivaldría a un virtual plegamiento de la política exterior
del país a los designios de Washington.
Por otro lado, el titular de Gobernación, Santiago
Creel, señaló que México no ha comprometido aún
el sentido de su voto en Ginebra y advirtió que las afirmaciones
de que el gobierno federal ya definió su posición sobre Cuba
son sólo "especulaciones de quienes quieren ver otra cosa". Sobre
ello, convendría cuestionarse a quién se refiere Creel. ¿A
Derbez, quien ya indicó que parcialmente apoya la resolución
que Washington pretende imponer, pese a que Estados Unidos no es miembro
oficial de la CDH? ¿A la propia Casa Blanca, cuyo vocero señaló
hace unos días que Fox y Bush se habrían ya puesto de acuerdo
telefónicamente sobre este asunto? ¿A la opinión pública
y buena parte de los actores políticos del país, que advierten
en tal actitud contradictoria y dubitativa un inaceptable alineamiento
con la política estadunidense?
Además, ha de resaltarse la contradicción
entre lo que el gobierno mexicano ha expresado en respuesta a los contactos
emprendidos por diversas cancillerías latinoamericanas -que piden,
al menos, la abstención de México en Ginebra- y lo que da
a conocer a la sociedad. La administración foxista dice a los gobiernos
del subcontinente que la decisión mexicana está tomada y
en México reitera que no se ha definido todavía ninguna posición.
Sea como sea, resulta por lo menos reprochable que el gobierno mexicano
no sea capaz de expresar públicamente sus inclinaciones sobre el
tema de Cuba en la CDH de Ginebra, pues tal cadena de declaraciones vagas
y disímbolas sólo ha contribuido a la confusión y
a la sospecha.
Pero al margen de este debate, debe reiterarse que, efectivamente,
el régimen de Fidel Castro es responsable de intolerables violaciones
a los derechos humanos, de la supresión de los derechos políticos
de sus ciudadanos, de la limitación de la libertad de expresión
y, lo más grave, de prácticas represivas y de ejecuciones
contra algunos de sus ciudadanos. En este sentido, el gobierno cubano resulta
condenable, como lo es cualquier régimen que practica o tolera la
conculcación de las garantías básicas de todo ser
humano, y no son pocos.
Que la comunidad internacional sancione a Cuba en el contexto
de Naciones Unidas revela la hipocresía, el doble discurso y el
alineamiento con la política imperial estadunidense que cunden en
buena parte del orbe. Por principio de cuentas, el gobierno de Estados
Unidos y los de otras naciones -incluso el de México- no están
libres de responsabilidad por las violaciones a los derechos humanos que
se cometen en sus territorios ni por las que sus fuerzas perpetran en tierras
extranjeras. Los ejércitos enviados por Washington a Irak se encuentran,
en este mismo momento, realizando una devastadora operación de represión
y extermino contra miles de iraquíes inocentes. De igual manera,
en algo mucho más próximo a nuestro país, diversos
gobiernos estatales estadunidenses se han negado a acatar el fallo de la
Corte de La Haya que ordena revisar las condenas a muerte impuestas a medio
centenar de mexicanos en el vecino del norte. Por añadidura, Cuba
misma se encuentra desde hace más de 40 años sujeta a un
ilegal bloqueo que ha asfixiado, de la mano de la ley Helms-Burton, la
economía del país caribeño y se ha cobrado, a manos
de los sucesivos gobiernos estadunidenses, un altísimo costo humano.
¿Por qué unos países deben ser condenados en la ONU
y a otros se les tolera o se les exime en cuestiones de derechos humanos?
¿Es que las presentes presiones estadunidenses tienen como objetivo
legitimar una eventual intervención en la isla, maquillada como
una "acción humanitaria" que, de paso, pretendería remover
al gobierno de Castro, para beneficio de los intereses de Washington y
de los exiliados de Miami, cruciales para las aspiraciones electorales
de Bush?
Ante este doble rasero, México debe mantenerse,
en primer término, apartado de las presiones estadunidenses y debe
definir su voto en Ginebra con base en los postulados históricos
de su política exterior. Así, mientras Cuba sea víctima
de acoso y de intimidación por parte de Washington, y mientras el
propio vecino del norte sea responsable de gravísimas violaciones
a los derechos humanos, toda resolución contra la isla que no incluya
también a Estados Unidos y otras potencias -como Gran Bretaña
o Israel- será, antes que un alegato civilizatorio, una forma más
de opresión e hipocresía que México no debe avalar
ni suscribir.
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