.. |
México D.F. Viernes 13 de febrero de 2004
COLOSIO Y OTRAS ASIGNATURAS PENDIENTES
Cuando
están por cumplirse 10 años del asesinato de Luis Donaldo
Colosio, las demandas de esclarecimiento vuelven a ocupar el centro de
la escena política y retornan las sospechas -nunca despejadas- de
que el sacrificio del candidato priísta a la Presidencia en Lomas
Taurinas, en 1994, fue un crimen urdido en las entrañas del poder
público. Tal vez Carlos Salinas de Gortari sea, como alega, inocente
de ese crimen, pero es un hecho que no quiso o no pudo realizar una investigación
verosímil del homicidio, y le corresponde, en esa medida, una grave
responsabilidad. Baste recordar que ni Salinas es capaz de defender en
público la hipótesis del "asesino solitario". Otro tanto
puede decirse de Ernesto Zedillo: acaso no haya estado implicado en el
crimen, pero su gobierno fue incapaz, por ineptitud o por designio, de
limpiar la desaseada pesquisa que heredó, profundizarla y establecer
la verdad de lo ocurrido, y resulta, asimismo, corresponsable de esa asignatura
pendiente. Y así sea por no haber hecho justicia, hoy uno y otro
resultan blanco de la sospecha.
Viene a cuento lo anterior por la petición del
senador Luis Colosio, padre del político asesinado, de que la Procuraduría
General de la República realice un careo entre Salinas y Zedillo
y se incluya en la diligencia a Manuel Camacho Solís, quien en 1993
rivalizó con Colosio por la candidatura presidencial y el año
siguiente pareció situado en posición de arrebatársela.
Manlio Fabio Beltrones, ex gobernador de Sonora y actual dirigente del
sector popular priísta, quien en febrero de 1994 pudo hablar a solas
con el asesino material de Colosio, Mario Aburto, también interviene
en la polémica para pedir que Zedillo diga lo que sabe sobre el
homicidio. Fiel a su vocación de sombra, el único protagonista
de aquellos tiempos que no aparece en el debate actual es José Córdoba
Montoya, asesor de Salinas e impulsor, se ha dicho, de la candidatura de
Zedillo.
Como ocurre con el caso Colosio, los otros homicidios
políticos perpetrados durante el salinato -los del cardenal Juan
Jesús Posadas Ocampo y José Francisco Ruiz Massieu- permanecen
irresueltos y periódicamente convocan a los actores de entonces
a confrontaciones huecas, y gravitan negativamente en la credibilidad del
sistema de justicia y de las instituciones políticas en general.
La incapacidad o la falta de voluntad para resolver esos casos establece
un insoslayable y preocupante factor de continuidad entre el salinato y
el foxismo y, ante esa circunstancia, no es de sorprender, a estas alturas,
que muchos ciudadanos supongan la existencia de un hilo de complicidad
que recorre y vincula a los gobiernos más recientes, incluido el
sexenio en curso.
Por cierto, ese denominador común no se refiere
únicamente a la falta de esclarecimiento de esos asesinatos, sino
pasa también por el nulo interés hacia el irresuelto conflicto
chiapaneco, la falta de resultados en el esclarecimiento de la guerra
sucia de los años 70 y 80 o, en un ámbito muy distinto,
el afán oficial por encubrir las inmundicias perpetradas al amparo
del rescate bancario realizado por la administración de Zedillo.
En tanto el actual Ejecutivo federal no atienda de manera
real y creíble esos temas y no emprenda un deslinde serio de sus
antecesores, las asignaturas pendientes del salinismo y el zedillismo lo
serán, también, del foxismo; seguirán contaminando
y enrareciendo la vida política del país y serán una
negación, en los hechos, del pregonado cambio.
|