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México D.F. Sábado 24 de enero de 2004
MARTE: TRIUNFO DE LA CIENCIA, ANHELO DE PAZ
Las
pruebas de la existencia de agua en Marte, reveladas por la sonda orbital
europea Mars Express, abren un nuevo y fascinante panorama para
la investigación científica y las posibilidades de desarrollo
futuro de la especie humana. A los datos transmitidos por el aparato de
la Agencia Espacial Europea -que demuestran que existe agua congelada en
el polo sur marciano- se sumarán los que eventualmente envíen
los robots estadunidenses Spirit y Opportunity desde la superficie
del planeta rojo: el primero se encuentra ya en el vecino planeta,
aunque presenta problemas de comunicación con la Tierra, y el segundo,
de lograrse exitosamente su descenso, estará en posibilidad de iniciar
sus investigaciones en las próximas horas.
La relevancia de las misiones europea y estadunidense
en Marte puede ser entendida desde dos ángulos. El primero, de carácter
científico, indica que muchos de los padecimientos, obstáculos
y retos a los que se enfrentan las sociedades del orbe pueden ser abordados
de forma auspiciosa mediante el desarrollo científico y tecnológico.
El hambre, la ignorancia, la enfermedad o la devastación del medio
ambiente, sólo por poner algunos ejemplos, son problemas para los
que la ciencia, cada vez con mayor amplitud, ofrece soluciones que sólo
requieren de voluntad política de los gobiernos y suficientes aportaciones
económicas para comenzar a dar frutos. La investigación en
Marte y sus logros inherentes constituyen un indicador de la capacidad
de la ciencia para potenciar el bienestar general de la humanidad.
Por otro lado, en el frente político, el desentrañamiento
de los secretos del planeta rojo debe suscitar una profunda reflexión.
Mientras las grandes potencias del mundo, especialmente Estados Unidos,
destinan ingentes cantidades a la industria armamentista y a la ampliación
por la vía militar de su hegemonía -los casos de Irak, Afganistán,
Chechenia o Palestina lo ejemplifican-, cabe preguntarse qué avances
y beneficios se obtendrían de lograrse una reducción efectiva
del gasto militar y la erradicación de las políticas de dominación
y depredación actualmente en curso. De dedicarse al desarrollo científico,
social y cultural tan sólo parte de los presupuestos y los recursos
destinados a la guerra y la conquista, los gobiernos del mundo se encontrarían
en mejores condiciones para atender los profundos rezagos que agobian a
la humanidad y que, en las circunstancias actuales, no pueden ser resueltos
a cabalidad. Justamente, la epopeya de la investigación de Marte
-bautizado con el nombre del dios romano de la guerra- debería inspirar
en las sociedades un firme y decidido movimiento en favor de la paz, el
progreso y la fraternidad de los pueblos.
Finalmente, ha de señalarse que el apoyo a la ciencia
y sus descubrimientos debe realizarse de manera amplia y transparente y
con el objetivo de propiciar el desarrollo de la humanidad. Por ello, resultan
cuestionables los usos electoreros o demagógicos que, por ejemplo,
el presidente George W. Bush ha hecho de los futuros programas espaciales
de Estados Unidos. Sus promesas de llevar nuevamente seres humanos a la
Luna y después a Marte son mucho más una redición
del frenesí de la guerra fría y una cortina de humo
para distraer a la opinión pública estadunidense -en un año
electoral- que verdaderos compromisos científicos de beneficio general.
Así, es de esperar que los pobladores de este planeta, especialmente
sus clases dirigentes, entiendan la investigación de Marte como
una ventana a un mejor futuro para la humanidad, no como un pretexto para
amplificar las ambiciones particulares, los abusos y las distorsiones políticas
que hoy padecemos.
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