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México D.F. Jueves 22 de enero de 2004
EMPLEO: EL FRACASO
El
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática
(INEGI) dio a conocer ayer que, durante el año pasado, la tasa de
desempleo abierto (TDA) en el país fue de 3.25 por ciento, el promedio
anual más alto desde 1998.
Los intentos por minimizar el dato y compararlo con los
resultados de gobiernos tan ineficientes como el actual --los de Miguel
de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo--, que tuvieron desempeños
aún peores durante sus respectivos primeros trienios, no atenúa
ni reduce la contundencia de la tragedia social que se esconde tras la
cifra: cerca de millón y medio de mexicanos sin acceso al trabajo,
unos 11 millones arrojados al "mundo maravilloso" de los changarros, es
decir, de la economía informal, y un número acaso semejante
de connacionales obligados a desafiar los peligros de la emigración
laboral hacia Estados Unidos, peligros que van desde la deshidratación
en los desiertos fronterizos hasta el asesinato por parte de agentes policiales
o de civiles estadunidenses. La contracción de la demanda de trabajadores
genera, además, efectos tan perversos como la aceptación,
por parte de quienes logran hallar un empleo, de carencia de prestaciones,
salarios ínfimos e inseguridad en el puesto.
El martes pasado, ante los integrantes de la Comisión
de Economía de la Cámara de Diputados, el secretario del
ramo, Fernando Canales Clariond, tuvo la ocurrencia patética de
culpar al Poder Legislativo por el elevado desempleo, en referencia al
rechazo a las reformas fiscal y energética que propugna el gobierno
federal.
Lo dicho por el ex gobernador de Nuevo León es
una total falacia. Incluso si el foxismo lograra sus propósitos
de poner impuestos a los alimentos, las medicinas, los libros, las revistas
y los diarios, y de rematar lo que queda de las industrias eléctrica
y petrolera nacionales, la política económica vigente, recesiva
y fiel a la ortodoxia impuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, haría imposible un crecimiento de los puestos de
trabajo.
En cambio, si las autoridades dejaran su empecinamiento
de transferir a los banqueros los fondos multimillonarios propiedad de
la nación que amparan los pagarés del Fobaproa, no sería
necesaria ninguna reforma fiscal para disponer de recursos suficientes,
evitar los recortes de personal planeados por el gobierno --50 mil próximos
desempleados a quienes desde ahora se invita a ensayar la vía del
changarro-- y adoptar las medidas tendientes a la reactivación del
mercado interno, como primer paso para lograr una economía en crecimiento.
Tal condición impulsaría, a su vez, el arribo de inversiones
y capitales.
A la mitad del sexenio, la incapacidad gubernamental para
propiciar la generación de empleos --y de crecimiento económico,
en general-- apunta ya como uno de los grandes fracasos del foxismo y deja
fuera de lugar el discurso triunfalista y autocomplaciente de la propaganda
oficial. La actual administración todavía está a tiempo,
sin embargo, de revertir ese resultado agraviante, de actuar con sensibilidad
política y visión de futuro; todavía puede deslindarse,
en consecuencia, de la política económica de sus antecesores
priístas y demostrar que, al menos en ese ámbito, es digno
de ser recordado como el "gobierno del cambio".
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