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México D.F. Jueves 22 de enero de 2004
Sergio Zermeño
Tlalnepantla: autonomía prescrita
Lo que en otros países es visto como un rasgo de fortaleza y salud social, el que las comunidades y las regiones sean capaces de hacerse cargo de sus problemas y de las formas organizativas que convienen para resolverlos, en nuestro país es más bien objeto de recelo, muestra de insubordinación. Los municipios autónomos de Chiapas, Atenco, Tepoztlán, y ahora Tlalnepantla, son sólo algunos ejemplos de la reacción desesperada contra la opresión, el saqueo y la injusticia que se han desatado en los últimos diez años en municipios, localidades y regiones.
Muchos palacios municipales han sido tomados por sus pobladores a lo largo de la república y la pregunta es: Ƒpor qué el gobierno de Morelos ha reprimido de manera tan severa al pueblo de Tlalnepantla y a su concejo popular autónomo? La respuesta no es difícil de imaginar: se ha escogido a ese municipio, relativamente aislado y con un munícipe priísta (en una entidad con gobierno y policía panistas), para llevar adelante un escarmiento: que la gente entienda que queda prohibido eso de organizarse autónomamente en contra de la institucionalidad, pero, particularmente, en contra de los proyectos económicos como el aeropuerto de Atenco, el Club de Golf de Tepoztlán, Cotsco en el Casino de la Selva, el libre tránsito de fructosa en sustitución de la caña de azúcar, etcétera.
Declara entonces Santiago Creel que "aquí no se va a permitir que nadie venga a establecer nuevas formas de gobierno a voluntad propia, a contentillo de algún grupo que no esté de acuerdo con la autoridad constitucional." Uno se pregunta cuáles serían, por lo tanto, las autonomías permitidas, si su propio gobierno y su propio partido desecharon la propuesta de la Cocopa basada en los acuerdos de San Andrés: el intento mejor logrado y con mayor consenso para darle orden a la desparramada proliferación defensiva de pueblos, municipios y regiones en descomposición. Pero ahora hay alarma y el gobernador habla hasta de guerrillas terroristas, siguiendo la moda mundial.
Lo cierto es que la estructura centralizada y el poder fuerte de nuestro país se debilitan, al tiempo que el nuevo modelo abierto a la competencia global desorganiza y pauperiza a regiones y localidades. Estas, a sabiendas de su debilidad y de su falta de competitividad, intentan reorganizarse recurriendo al expediente de la autonomía, tal como cada quien la entiende, sin poder seguir ningún lineamiento legal, porque hasta los acuerdos de San Andrés fueron proscritos. Lo cierto es que todos los intentos autonomistas, de empoderamiento colectivo, han chocado con las dos fuerzas que siempre aparecen en complicidad: algún gobernador coludido con grandes inversionistas.
El problema es que la repetición de hechos de violencia como los de Tlalnepantla desvirtúan lo que podría haber sido un proceso estructurado de fortalecimiento de las autonomías regionales con una normatividad mínimamente consensuada. Las comunidades y los colectivos se desesperan, se desbordan, tienden a la acumulación de fuerzas y a la confrontación (hoy sabemos que se han unido a la defensa de este municipio los vecinos de Xoxocotla, Tepoztlán, Tlayacapan, Ocuituco, Oaxtepec, Oacalco, Santa María Ahuacatitlán, Tetecala, Nepopualco, Tlalquiltenango, Totolapan, Ocoxaltepec, y que a la marcha de repudio al gobernador Estrada Cajigal se unieron autoridades del municipio autónomo de Suljaá (Xochistlahuaca), Guerrero, integrantes del Congreso Nacional Indígena, estudiantes de la UNAM, organizaciones gremiales, partidistas, etcétera y, machete en mano, contingentes de San Salvador Atenco).
De esta manera, en lugar de que el anhelo de autonomía sea impulsado desde las administraciones públicas para que se convierta en proceso ordenado, implementación de proyectos económicos regionales, generación de agentes dinámicos en el sentido más satisfactorio para un país, así como fortalecimiento de la sociedad civil y del tejido social, se le acorrala, se le reprime y se le empuja a la acumulación de fuerzas y a la confrontación.
Es obvio que un gobierno con mentalidad empresarial no puede pensar en términos de salud social, de construcción de ciudadanía. Al destruir comunidades en beneficio del capital trasnacional, el foxipanismo se convierte en la versión actual de la oligarquía porfirista.
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