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México D.F. Martes 20 de enero de 2004
POBREZA: LEYES Y POLITICA ECONOMICA
Al
promulgar la Ley de Desarrollo Social, ayer en Los Pinos, el presidente
Vicente Fox reiteró su voluntad de combatir la pobreza y de hacer
del desarrollo social una política de Estado mediante el documento
legal referido. Es bueno que, en este entorno político enrarecido
y desgastado, las instituciones del poder público vuelvan la mirada,
de tanto en tanto, a las realidades de "pobreza, desigualdad y la marginación
en que viven millones de familias" en el México de 2004; mejor aún
es que el Ejecutivo federal se comprometa a convertir la atención
de esa vasta y vergonzosa deuda social en prioridad de gobierno. Es plausible,
también, en principio, la transformación en ley de los diversos
instrumentos de política social.
Sin embargo, la conversión del combate a la pobreza
en una de las obligaciones del gobierno federal, mediante la legislación
referida, no es, por sí misma, una acción suficiente ni eficiente
para superar la exasperante miseria que afecta a buena parte de la población
nacional. No, al menos, en tanto el Ejecutivo no tome distancia de una
política económica que es una verdadera fábrica de
pobres y una multiplicadora de diferencias e injusticias sociales.
Es cierto que una parte sustancial de la marginación
y la pobreza corresponde a lastres del pasado que es preciso superar. Pero
hay, además, atraso y miseria provocados por las estrategias arrasadoras
que empezaron a implantarse durante el gobierno de Miguel de la Madrid,
se profundizaron y generalizaron en el de Carlos Salinas y fueron llevadas
al paroxismo en el sexenio de Ernesto Zedillo: la apertura comercial unilateral
y claramente desventajosa, la desregulación, la privatización
corrupta de los bienes públicos, los privilegios a los especuladores
financieros, la obsesión por la inversión extranjera, el
desinterés criminal por la reactivación del mercado interno,
la contención salarial, el fanatismo antinflacionario, la abrupta
suspensión de subsidios a la producción agrícola e
industrial, el desmantelamiento de programas e instituciones de protección
a la planta productiva, la contención salarial y el desmantelamiento
de sindicatos, contratos colectivos y conquistas laborales, entre otras
aplicaciones del dogma neoliberal.
Lejos de desmarcarse de esa política neoliberal,
como prometió en su toma de posesión, Fox se ha convertido
en continuador de sus antecesores priístas y ha dejado las decisiones
económicas en manos de una tecnocracia que, con el actual, lleva
ya cuatro sexenios en el poder. En esa circunstancia, la Ley de Desarrollo
Social podría convertirse en mera simulación. No sería
el primer caso: la política económica en vigencia ha reducido
a una condición similar varios preceptos legales y constitucionales,
como el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda y al salario
remunerador.
Si realmente se pretende lograr, mediante la acción
de gobierno, "el bienestar de las personas, la inclusión social,
la dignidad y la seguridad de cada uno de los habitantes del país",
como enumeró ayer el mandatario, es indispensable superar el neoliberalismo
y aplicar una política económica cuyo objetivo central no
sea la seducción de los capitales foráneos o la estética
de los macro indicadores, sino el bienestar de la gente.
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