México D.F. Miércoles 14 de enero de 2004
Luis Linares Zapata
Los áureos pilares de doña Marta
Lo que empezó como el intento de labrarse un nombre en la filantropía de alto embalaje se fue convirtiendo en pulida tarjeta de presentación para una pretensiosa figura pública. A ello se adjunta, mediante el uso intenso de medios, alegado cariño hacia los desamparados y altruista interés por el bienestar de la gente. Un toque de sensibilidad y compasión para un Ejecutivo de corte empresarial imbuido en un ambiente de eficiencia administrativa para conducir la fábrica nacional.
El romance presidencial, surgido de improviso, se trasformó mediante artificioso rejuego de apariencias con fuerte tufo extraído de las columnas de sociales, en el pivote de un proyecto común con ribetes políticos. Proyecto compartido o, mejor dicho, cimentado, se dice, en el empuje de dos personas unidas por la pasión puesta al servicio a los demás: Fox y Marta.
A ello le siguió, poco a poco, el desprendimiento de un embrión de continuidad que se prolongaría por otros seis largos años en el futuro de los atónitos electores del país. Así, las desorbitadas ambiciones de la señora Marta Sahagún llevan el claro rumbo de elevarse a la categoría de problema de gobierno, si no es que de Estado. Y, como de paso, puede muy bien dejar indeleble marca en la larga marcha y estancia del PAN en el panorama político de México.
Este fenómeno, por demás disruptivo para la maduración democrática del país, encuentra basamento en una defectuosa evaluación de los hallazgos obtenidos en las encuestas de opinión, afectadas en su misma raíz por un manipuleo difusivo de amplia intensidad.
La confusión proviene de igualar el reconocimiento popular de una persona situada, por lazos matrimoniales, en la cúspide de la pirámide decisoria, con posibilidades efectivas de llegar a ocupar un cargo de elección, ni más ni menos que la cima del poder establecido: la Presidencia de la República.
La estrategia utilizada por Fox de alcanzar desde la periferia de una gubernatura inconclusa, y con frecuentes golpes propagandísticos, la candidatura panista, quiere ser repuesta en escena por su consorte.
La venta de un producto glamoroso, cercano y hasta cándido se ha incubado y, para su lanzamiento, han sido empleados vastos recursos públicos. La misma casa de Los Pinos se viene usando como paradero y domicilio de tan sutil proyecto, que mucho tiene de pueril voluntarismo y sequedad imaginativa.
La inacabada disputa por esclarecer el uso, para fines personales, de los mecanismos, rituales, atractivos e instrumentos de que dispone la Presidencia está muy lejos de ser zanjada para fijar criterios claros de competencia electoral equilibrada.
La confusión que al respecto revela la señora Sahagún a cada paso que da para transmitir su posición y justificar su accionar es, en verdad, notable.
En el fondo de sus alegatos, justificatorios de su conducta, la señora Sahagún sostiene su primigenio carácter de ciudadana, como categoría diferenciada de la oficial o gubernamental, y que le permite toda clase de actos y dichos, que en su carácter de pareja le estarían vedados. Por eso puede recabar fondos para sus proyectos, disponer de ellos, definir su propia agenda y llevar a su obsequioso marido a cuanto acto monta para resaltar sus apariciones en público.
El triunfo de Fox en las pasadas elecciones no se debió a su carisma, oportuna mercadología, uso de medios electrónicos y demás parafernalia en la que se pone tanto énfasis para explicar su llegada a Los Pinos. La catapulta usada, por medio del voto útil, fue esa extendida, en mucho subterránea, pero en verdad masiva y vigorosa corriente de sentimientos antipriístas que dominaba el imaginario colectivo. La habilidad de Fox consistió en aprovechar esa energía acumulada durante décadas contra el autoritarismo y por los deseos de transformación que ya había desarrollado la sociedad en su dilatada transición hacia mejores condiciones democráticas. Y esa habilidad y circunstancia no la amarra ni la tiene la señora Marta en su alocada apuesta.
Pero el intento de continuismo camina a pesar de los esfuerzos del panismo por librarse de las ataduras que los circundan y condicionan. Han tratado varias veces de quitarse de encima la presión sólo para recibir una renovada andanada de frases incompletas, oscuras, a ratos ininteligibles o titubeantes de la señora. Malabares cobijados por grandes segmentos de los medios que con fuertes dosis de frivolidad a veces utiliza Saha-gún para recular o volver a la carga de nueva cuenta. Verse forzados a darle cauce a una candidatura que no quieren, y que les sería ciertamente problemática, terminaría en severo traspié para los panistas de tradición y deseos de contar con un partido de ideas arraigadas y prácticas de decorosa institucionalidad.
El fracaso que espera a la vuelta de la esquina a un proyecto que tratara de llevar a la esposa del Presidente de nueva cuenta a Los Pinos bien puede pronosticarse por la endeble base de sustentación que le dan las pocas, sublimes, cortas de alcance, etéreas ideas y alados propósitos de redención que ha expresado Sahagún.
La ausencia de visiones de gobierno y Estado que se acerquen siquiera a un contorno interno complejo y actual, es una constante en el ir y venir de la señora por la escena nacional. Mucho más que el golpeteo de medios y encuestas serán requeridos para romper los pilares de oro que la protegen y ponerla al alcance de la calle abierta de los méritos personales logrados en campaña.
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