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México D.F. Sábado 29 de noviembre de 2003
EL SAQUEO DE AMERICA LATINA
A
juzgar por los ingentes recursos que América Latina ha transferido
al exterior en los últimos 20 años, periodo en el que han
tenido lugar la globalización y la imposición del modelo
neoliberal, es evidente que esta región del mundo ha experimentado
una terrible sangría a manos de los grandes conglomerados de poder
económico de los países desarrollados, en especial de los
especuladores financieros y las empresas trasnacionales, con la complicidad
de las oligarquías locales y de los sucesivos gobiernos de prácticamente
todos los estados latinoamericanos.
En ese lapso, del subcontinente fueron extraídos
2 billones 540 mil millones de dólares bajo diversos conceptos:
pago de deuda externa (por cierto, por un valor varias veces superior a
su saldo inicial), fugas de capital perpetradas por especuladores tanto
nacionales como extranjeros, y diferenciales en los precios de las materias
primas exportadas a los países del norte. Según datos del
Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, esa cifra astronómica
equivale a 1.5 veces el PIB de toda Latinoamérica.
Los beneficiarios de tal expolio son los centros de poder
económico de las naciones desarrolladas y, por tanto, es claro que
la globalización y el neoliberalismo no han sido sino dos nuevas
armas para la construcción de una nueva clase de sistema imperial
a escala internacional. Que los países de América Latina
no han obtenido beneficios de tal imposición es evidente. La pobreza
y la desigualdad no ha hecho sino crecer, los mercados latinoamericanos
han sido copados por empresas extranjeras, frecuentemente mediante prácticas
desleales o abiertamente destructivas: subsidios a los productores del
norte, barreras a las exportaciones del sur y, especialmente, procesos
de privatización y entrega al extranjero del patrimonio de los países
de la región, muchos de ellos realizados de forma poco transparente,
de espaldas a las sociedades afectadas y, en no pocos casos, de manera
corrupta y con efectos nocivos sobre el tejido social, la calidad y el
precio de los productos y servicios y la vigencia de las soberanías
nacionales.
De la responsabilidad en este saqueo no están exentos
los gobiernos ni las plutocracias locales. Por el contrario, han participado
directamente en la depredación de las economías latinoamericanas,
ya sea aplicando obedientemente el modelo neoliberal dictado desde Washington
y Wall Street o esquilmando por cuenta propia a sus propias sociedades.
Tan sólo entre 1996 y 2002, según cifras del Comité
para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, las oligarquías
latinoamericanas consumaron fugas de capitales por 310 mil millones de
dólares. Ante tal escenario, es claro que mientras el actual modelo
antisocial permanezca vigente no podrá instaurarse en América
Latina una verdadera democracia ni será posible lograr la superación
de la pobreza, la justicia social y el desarrollo económico incluyente.
Basta imaginar cuántas escuelas, hospitales, infraestructuras
de transporte y energía, fuentes de empleo, investigaciones científicas,
creaciones artísticas y actividades productivas en la industria,
los servicios o el agro nacionales, por sólo poner unos ejemplos,
habrían sido posibles en América Latina con el usufructo
local de los capitales transferidos al exterior en las últimas décadas.
La opresión económica a la que está
sometido el subcontinente a manos de los poderes económicos de los
países desarrollados y de sus personeros en los gobiernos y las
oligarquías locales es, a todas luces, una forma de imperialismo.
Por ello, resulta necesario que las sociedades latinoamericanas rechacen
tales mecanismos de dominación y, de la mano de las fuerzas políticas,
sociales y empresariales -que las hay- realmente comprometidas con los
intereses mayoritarios y nacionales impulsen un amplio movimiento de resistencia
al expolio proveniente del extranjero. En ello están en juego el
bienestar de sus habitantes, la legítima titularidad de su patrimonio
y de su riqueza, la soberanía de sus naciones y las posibilidades
de desarrollo democrático y justicia social.
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