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México D.F. Miércoles 26 de noviembre de 2003
Arnoldo Kraus
Acerca de la ignorancia
Solemos aceptar que el conocimiento hace que las personas sean mejores. Solemos, a la vez, repetir, que al saber más, el ser humano se perfecciona, se acerca a sus congéneres y se compenetra más profundamente con lo que sucede en la naturaleza. Difícil, cuestionar los vínculos entre el progreso y el conocimiento (científico o de cualquier índole) de la civilización y las herramientas que estos saberes le ofrecen al ser humano: para que sea mejor, para que viva mejor, para que se transforme en ente moral y para que se humanice. Difícil, cuestionar las bondades del conocimiento, pues, alabado sea Perogrullo, todo lo que hacemos y mucho de lo que no hacemos proviene de la sapiencia. Los teléfonos celulares, los coches bomba, los equipos médicos, la contaminación ambiental, el papel, la deforestación, las computadoras y la extinción de especies animales son la suma improbable -bajo el mismo signo de adición- de conocimiento y de falta de conocimiento. Esos somos: sumas imposibles. Saber y no saber al unísono, hacer y deshacer bajo un mismo apartado.
La erudición no sólo ha fallado porque destruye, sino porque no ha desarrollado las herramientas suficientes para contrarrestar los efectos negativos de la ignorancia. Ha fallado también porque poco han cavilado -el ser humano y el propio saber- acerca de las necesidades y realidades de su destinatario, es decir, el mismo ser humano. Ludvig Holberg, el humanista danés, epígono de Montaigne, escribió, en el siglo XVIII: "Si un hombre aprende teología antes de aprender a ser humano, nunca llegará a ser humano".
Esa materia, esa asignatura, la de ser humano, sigue pendiente. De poco sirven la sapiencia, la teología, las humanidades u otras disciplinas universitarias si no se le enseña a la persona a ser persona, a ser ente moral, a entender su papel dentro del universo de "los otros". Repasar los periódicos, sobre todo desde el 11 de septiembre, es suficiente: pesan más la ignorancia y sus consecuencias negativas que el conocimiento y sus efectos positivos. Holberg tiene razón: no son suficientes las universidades si la enseñanza no corre paralelamente a la construcción de la persona. Si se habla del ser humano como un conjunto, donde prevalecen la pobreza y la injusticia, y del globo terráqueo como una casa dañada, no hay duda de que la ignorancia y sus brazos negativos son más constantes que el conocimiento. Como especie, nos une más la ignorancia que el saber.
Es absurdo, por supuesto, enjuiciar el conocimiento o a quien lo produce, pero es lícito preguntar dónde, cuándo y por qué erramos al generar sabiduría. Las intenciones del saber, la mayoría de las veces son buenas -no cuando se diseñan bombas atómicas, armas biológicas o drogas- pero no son comprensibles las razones por las cuales el "conocimiento palpable" no ha generado o caminado al mismo paso que el "conocimiento no palpable". Las medicinas, los automóviles o la conquista del espacio no justifican, en absoluto, ni la falta de la construcción interna del ser humano ni la ignorancia. Los periódicos o los medios masivos de comunicación muestran cada día el resultado de ese desdén por el "conocimiento no palpable", el que le da a la persona su condición, el que le da rostro, el que le permite colocar antes que él "al otro", el que le infunde lucidez. Lucidez como espejo y síntesis de la sapiencia.
La lucidez debería ser dueña de la verdadera libertad, de la libertad que le permite al ente diferenciar entre las bondades y las caras destructivas del conocimiento. La lucidez que proviene del saber útil, del "saber moral", del "saber colectivo", suele vincularse también con la esperanza. Lucidez deviene libertad y libertad deviene esperanza. La lucidez no es, lamentablemente, un bien que se haya contagiado, que se haya diseminado. Es un atributo que pertenece a pocos, a los ricos, a los letrados y a quienes generan información. El mapamundi es claro: la ignorancia pesa más que el conocimiento.
No parece ni es buena empresa denostar las virtudes del saber. No, en definitiva no lo es. Sin embargo, el cúmulo, el peso y las consecuencias de la ignorancia son cada vez más evidentes. Espiritualmente, individuos, sociedades y naciones son cada vez más pobres, más ignorantes. Entonces, Ƒen qué y por qué ha fallado la cultura?, y, Ƒcuál es el papel de los intelectuales ante la barbarie de la ignorancia?
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