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México D.F. Miércoles 26 de noviembre de 2003

Carlos Martínez García

Las sectas imaginadas

La imagen generalizada que existe de los grupos religiosos distintos al catolicismo romano entre clérigos de la Iglesia mayoritaria, un amplio sector de científicos sociales y medios de comunicación es la de que son ajenos a la matriz histórica cultural de la nación mexicana. De la observación se pasa a la calificación despectiva, y repetidamente se pide su acotamiento, por el daño que esos grupos extraños causan a la ciudadanía. Mientras tanto, en los sectores marginales, empobrecidos y desesperanzados por un sistema que los oprime en todos sentidos, las estigmatizadas sectas se reproducen vertiginosamente.

En un reciente viaje que hice a Filadelfia tuve la oportunidad de conversar extensamente con el misionólogo evangélico, de origen peruano, Samuel Escobar Aguirre, y hacerme de un ejemplar de su libro más reciente: Changing tides, Latin America and world mission today, que publicó Orbis Books, la prestigiada casa editorial de la orden católica Maryknoll. En gran medida la obra del doctor en pedagogía y teología está dedicada a condensar su experiencia y estudio de lo que él llama protestantismo popular, es decir el pentecostalismo que comenzó a instalarse en América Latina a principios del siglo XX. Aunque para ese entonces las llamadas iglesias protestantes históricas (bautistas, metodistas y presbiterianas, principalmente) ya tenían presencia de casi medio siglo en distintos países latinoamericanos, su expansión fue lenta y más bien circunscrita a las clases medias bajas y medias a secas. Fue a partir de los años 40 del siglo pasado cuando el pentecostalismo comenzó su ascenso, para sorpresa de la jerarquía católica y atención de los estudiosos de los cambios culturales.

El verdadero reto, por su inusitado crecimiento, para el catolicismo, no proviene del protestantismo histórico, sino del protestantismo popular que se arraiga en los sectores desposeídos de América Latina. En contradicción a la hermenéutica clásica, sostenida igualmente por cúpulas clericales católicas que por antropólogos que consideran el cambio religioso como un peligro que debe evitarse, Escobar Aguirre documenta y extrae conclusiones que evidencian la debilidad de esos ejercicios ideologizados que todo lo quieren explicar mediante los recursos financieros que supuestamente fluyen desde Estados Unidos hacia las iglesias evangélicas de nuestro subcontinente.

En América Latina se encuentra 50 por ciento de la población católica del mundo, pero solamente contribuye con 2 por ciento de las fuerzas misioneras que su Iglesia envía a otros lugares del orbe. El catolicismo latinoamericano recibe miles de sacerdotes de Estados Unidos y Europa, que llegan para suplir la escasez de vocaciones sacerdotales entre los católicos de nuestras tierras. En contraste, las iglesias evangélicas, sobre todo las de corte pentecostal, tienen pastores no sólo para atender con mayor cercanía a sus comunidades, sino que en las últimas dos décadas están enviando misioneros a prácticamente todo el mundo. Es un mito que los protestantes latinoamericanos son financiados por el oro de Washington, más bien están contribuyendo a la expansión de su credo incluso en países del llamado primer mundo.

La obra del doctor Escobar contiene un capítulo que recoge las reflexiones de un sector del catolicismo que está lejos de construir estereotipos sobre el pentecostalismo, y más bien se pregunta acerca de las lecciones que este movimiento aporta a una Iglesia esclerotizada por el acendrado clericalismo. La primera conclusión es que no se puede explicar el enraizamiento del protestantismo popular mediante teorías políticas, no hay una conexión estratégica entre la política expansionista estadunidense y la difusión de las iglesias evangélicas. En segundo lugar está la capacidad de movilizar a sus integrantes en las tareas de evangelización. Como tercer elemento tenemos el hecho de que las iglesias protestantes proveen a mucha gente de su primera experiencia con la fe cristiana, ya que existe un vacío por parte de la Iglesia católica que nunca ha tenido una presencia real en la vida de sus pretendidos feligreses. Una cuarta característica es que el pentecostalismo es eminentemente un movimiento de base, en el que las personas encuentran canales de participación que la sociedad les niega en otras esferas. Finalmente, las comunidades pentecostales crean una nueva atmósfera de comunidad, de pertenencia y dignificación en un contexto social que margina y pulveriza las expectativas de los pobres. Todas estas características tienen como punto de arranque la conversión, el involucrarse en una opción elegida y que se internaliza cotidianamente.

Las sectas imaginadas desplazan en el análisis a los movimientos religiosos existentes en la realidad. Por desconocimiento o interés eclesial y/o político siguen reproduciéndose teorías que ponen el peso explicativo en fuerzas exógenas, cuando la tarea interpretativa debe ser, sobre todo, un esfuerzo por comprender las condiciones endógenas que hacen germinar al pentecostalismo.

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